Pitar el himno, un atavismo
Un breve apunte al artículo de Fernando Aramburu (Pitar el himno, EL PAÍS, sábado 23 de junio). Es evidente que ninguna ley puede imponer emociones. Pero también es cierto que las incitaciones sistemáticas, abiertas o solapadas, al gregarismo inducen eficazmente emociones colectivas de distinto signo. Pitar el himno en la final de copa fue, sin duda, un ejercicio palmario de emoción colectiva, no precisamente de veneración, sino de rechazo, completamente al margen de sus cualidades musicales intrínsecas.
Propongo un experimento de pensamiento: si, manteniendo intacto el resto del escenario espacio-temporal, y de los propios argumentos de Aramburu, la final hubiese sido, por ejemplo, Sevilla-Zaragoza, ¿cree el autor que se habría pitado el himno? Y otro apunte final. Sin duda, las aficiones de los equipos contendientes no celebraron sesudas sesiones de reflexión previas al encuentro, pero sí hubo consignas, a través de Internet, por ejemplo para cantar Un elefante, se balanceaba. Ahogar con el grito la mera audición, acompañándose de gestos obscenos, no es —no puede ser— resultado de ninguna reflexión, sino puro atavismo.
Lo llamativo es que, a personas de apariencia por lo demás sesuda, el fenómeno les emocione positivamente.— Javier Turrión Berges.
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