El hincha novato


"La gente pierde la educación en el coche y en el fútbol". Don Fernando dixit. Don Fernando era un profesor mío de la EGB -qué tiempos aquellos en que el sistema educativo no cambiaba cada diez minutos. Soltó el hombre esta frase lapidaria una buena tarde y no por obvia dejó de quedárseme grabada a fuego en el corazón. Se me vino a la cabeza con ocasión del partido España-Irlanda de la Eurocopa. Fue la primera vez que veía un partido de fútbol en compañía de un niño que veía por primera vez un partido de fútbol. Perdóneseme la cacofonía. ¿Qué tendrá el fútbol para que ese pequeño, virgen en cuanto hincha, viviera el encuentro como si le fuera la vida en ello, trufándolo de voces de ánimo, de comentarios -de un inocente y naive que desarmaba- y viviendo cada acercamiento al área cual gol-inminente-que-vale-un-título-en-el-último-minuto-de-la-prórroga?
Coincidí con el mismo chico en la final del Mundial que ganó España, pero su interés en el partido osciló entre 0 y 0,1%. Aún no había cumplido tres años. Debió ser por eso y porque hubo entonces pizza para cenar. Esta vez fue diferente. Preguntando, supe que en su cole ya estaban preparando el evento con murales en los que la rojigualda se hacía bien visible, impregnados todos del espíritu "no hay dos sin tres", sucesor del "podemos" y del "a por ellos, oé". La edad también debió de influir lo suyo. Con cuatro y pico y muchas patadas al balón en las espaldas ya se debe de sentir el amor por La Roja.
El caso es que fue toda una experiencia. "¡Falta!", "¡Paradón!", "¡Pero vamos, chicos!", "¡Tira!", "¡Qué chute!" (sic) fueron algunas de las exclamaciones que profirió ese neófito número 12, presa, lo juro, de una viva emoción. Sólo pudo cantar un gol, el primero de Torres, mientras yo ennegrecía unos mixtos en la plancha, que hicieron las veces de esos monstruosos bocadillos que exhiben los hinchas más cañís en los partidos de la máxima. No se permite tranochar más a esos pequeños furibundos, no mientras al día siguiente haya clase. Sus padres lo mandaron a la cama al tiempo que el colegiado mandaba a los veintidós al vestuario. Se perdió el nuevo hincha los otros tres goles, con ellos la goleada y la sensación que lleva aparejada una victoria por esa diferencia.
Pero lo que más llamaba la atención era la total inocencia -y a veces ignorancia- de los comentarios. Cada vez que cualquier muchacho, fuera del equipo que fuera, besaba el césped, era "falta, árbitro". Cualquier balón que llegaba manso a las manoplas de los arqueros constituía un "paradón", por más que el portero -Iker Natillas sobre todo- no tuviera más que agacharse. Cualquier tímida asomada a cualquiera de las dos áreas suponía un peligro cierto de gol inevitable, le ahogaba en angustia, en emoción, lo cansaba. Caían comentarios a veces sin ton ni son, o con un ton que escapaba al más curtido en fases finales.
Era una afición no contaminada por años de picaresca, por pasión obligada a unos colores que representan el suelo que pisas. Y eso que su padre, me consta, es de esos que, sin perder el oremus por ningún conjunto, nacional o local, olvida en esos momentos la prima de riesgo para entregarse sin remordimientos al pan y circo balompédico. Era la lógica aplastante de los niños -"devolvido", nos guste o no, es mas lógico que "devuelto"- aplicada a un deporte, un juego, que carece de la más mínima lógica las más de las veces.
Era como ver esa gran película, leer ese magnífico libro, por primera vez. Y era enternecedor.
¿Qué me decís? ¿Habéis vivido algo así alguna vez?
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