El príncipe no quiere ser florero
Enrique de Dinamarca, consorte de la reina Margarita, se ha confesado “inútil y relegado” Cuando se cumplen 45 años de su matrimonio, sus extravagancias continúan eclipsando su rol
Era un secreto a voces en Dinamarca que al príncipe Enrique no le gustaba el papel de segundón al que la vida le había relegado por su matrimonio con la reina Margarita. Pero pasó a primera página hace siete años, cuando el consorte real dio plantón a las monarquías europeas en la boda de Guillermo y Máxima, príncipes herederos de Holanda.
Margarita llegó sola y con cara de circunstancias mientras toda Dinamarca se desayunaba con una entrevista de su marido al diario danés BT en la que de manera rotunda aseguraba sentirse “inútil y relegado” dentro de la casa real danesa. Por ello había decidido mudarse a su castillo de Caix, en el sur de Francia, para “reflexionar sobre su vida”. “Hoy, a la mujer de un rey se le da el título de reina, pero el marido de una reina no se convierte en rey al casarse”, se quejaba. “En estas condiciones la relación de pareja queda desequilibrada, no en privado, pero sí a ojos de la opinión pública. Eso es traumático”.
Sorprendida por la confesión del príncipe, Margarita abandonó la boda para intentar resolver la crisis institucional y personal. Parece que lo logró y que entre ellos hubo algún tipo de pacto, ya que el domingo pasado celebraron los 45 años de casados y el lunes soplaron juntos las velas del 78 cumpleaños del consorte.
Pero algo no ha cambiado: la peculiar personalidad del príncipe. Enrique es un descarado. Famoso es aquel posado familiar en el que ante cientos de cámaras hizo un gesto de burla a los periodistas sacando la lengua y tirándose de las orejas. Le valió una bronca en público de la reina.
Proclama que es “muy feliz” junto a su esposa, al mismo tiempo que confiesa no soportar las intrigas palaciegas. Esas que intentan anular su papel de marido-consejero-cómplice de la soberana. Se niega a ser un príncipe florero. Condición que siente aún más desde que ha sido relegado por la irrupción de su hijo Federico como heredero en prácticas con una agenda para su promoción y lucimiento.
Enrique ha declarado que la carne de perro es uno de sus platos favoritos: “Es como el conejo o la ternera, solo que más seco”
Por eso, cuando la presión le ahoga, Enrique hace la maleta y se marcha a Francia, donde nació. Allí vive a su aire elaborando vino en las bodegas que heredó de sus padres y escribiendo libros. Y es que Enrique de Laborde de Monpezat es el hijo del conde André de Laborde de Monpezat, periodista y agricultor, y de Renee Doursenot. Unos padres viajeros que le llevaron a pasar su infancia en la Indochina francesa. De regreso se licenció en derecho y ciencias políticas en la Sorbona y, de nuevo se marchó para pasar largas temporadas en China y Vietnam donde estudió las lenguas vivas orientales.
La leyenda dice que fue en Vietnam donde se aficionó a comer carne de perro. Hace seis años la perpetuaba él mismo declarando a una revista danesa que es uno de sus platos favoritos. “Es como el conejo o la ternera, solo que más seco”, decía. Paradójicamente, es el presidente honorario del Club Danés del Teckel. Y tiene un poemario dedicado a su perra salchicha Evita. Más contradictorio resulta que, al mismo tiempo que preside la organización para la conservación de las especies WWF, sea un consumado cazador.
Conoció a Margarita tras ser nombrado en 1963 secretario de la Embajada de Francia en Londres. “Fue un amor a primera vista”, confesó ella después. Les unen muchas cosas, sobre todo su afición por las artes. La reina es aficionada al diseño gráfico –suyo es logotipo de la boda de su hijo Federico con Mary Donaldson– y ha diseñado también los escenarios y vestuario de obras de teatro.
Enrique toca el piano y practica la equitación, el tenis, la vela y el esquí. Pero lo que verdaderamente ocupa su tiempo es la literatura. En 2000 publicó Cantabile, una recopilación de sus poemas de amor. Escritos en francés, los versos van acompañados de unas ilustraciones de la reina. El príncipe publicó un primer volumen en 1982, Haciendo camino, que le valió la medalla de la Academia francesa. También como pareja artística firmaron conjuntamente la traducción al danés de Todos los hombres son mortales, de Simone de Beauvoir.
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