El coste político de la bebida
"Stevie Wonder dijo: 'Si bebes, no conduzcas'. Yo digo: 'Si bebes, no ocupes un cargo público'. Y no crean que me he puesto moralista"
Stevie Wonder dijo: “Si bebes, no conduzcas”. Yo digo: “Si bebes, no ocupes un cargo público”. No crean que me he puesto moralista, en plan fanático americano partidario de la ley seca. No estoy pidiendo a los servidores del Estado una abstinencia ejemplar, y menos en estos tiempos en los que todo les invita a darse al alcohol de 90 grados. Simplemente les estoy advirtiendo de que la plebe no parece dispuesta a pasarles ni una, y que cuando uno sopla tiende naturalmente a los deslices.
Miren a David Cameron. Un domingo de hace un par de meses, el primer ministro británico fue con su familia a un pub. Como es tradición en aquel país, el Sunday lunch debió de estar bien regado de vino y/o cerveza y/o whisky, y al salir, Cameron y su esposa se dejaron a su hija Nancy, de ocho años, en el garito, como quien se olvida el bolso o la chaqueta. Y ahora, la prensa de allá, que no perdona, se ha enterado y lo ha publicado.
Me inclino a pensar que no es para tanto: crecí en los setenta en España, momento y lugar en el que los padres no andaban con miramientos y, en su orden de prioridades los días de fiesta, ponían la carrera hacia la ebriedad muy por delante del bienestar filial. Una vez me contaron que una famosa actriz española de los setenta se dejaba a su hijo en los taxis cuando iba pedo, y eso sí que es heavy.
Los medios británicos tampoco se han rasgado demasiado las vestiduras por el caso Nancy abandonada, cosa rara en una época en la que hacer cosas horribles a los niños como reñirles o no concederles todos y cada uno de sus caprichos es considerado un crimen a la altura del asesinato. Me congratulo por ello.
La bebida también ha tenido algo que ver en el escarnio de Carlos Dívar. Porque algo se bebería en las cenas íntimas que el presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo celebraba en Marbella con su jefe de seguridad. De nuevo, no entiendo tanto escándalo. Donde otros aprecian prepotencia, corrupción y derroche del dinero de todos, yo veo una historia muy bonita. Como dice una amiga mía, es como una versión de El guardaespaldas de Whitney Houston y Kevin Costner, pero judicializada y a la española. Lo que me sorprende es que las productoras no se estén pegando por conseguir los derechos. Y no, no he bebido antes de escribir esta columna.
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