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Tribuna
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Gran Coalición

Es imprescindible un verdadero pacto nacional de los dos grandes partidos que restaure el consenso

España no tiene problema de gobernabilidad, al contar con un gobierno con una sólida mayoría absoluta, que, además, gobierna 13 de las 17 Comunidades Autónomas, condiciona los gobiernos de Cataluña y el País Vasco y tiene el poder de la mayor parte de las grandes ciudades. Sin embargo, el agravamiento de una crisis económica sin precedentes evidencia los problemas de gobernanza que amenazan seriamente el futuro inmediato, tanto político como económico, de nuestro país. Esta gobernanza democrática debe de entenderse como la forma de encauzar ineficiencias de rendimiento institucional, si no graves fracturas del sistema político, mediante el mejor encaje institucional (sea de los poderes institucionales del Estado, sea de los distintos niveles de gobierno en sistemas multinivel, como el nuestro), de este con los agentes sociales y económicos, que garantice la cohesión social, con un funcionamiento eficiente del mercado para generar riqueza y desarrollo económico y con la implicación de la pluralidad organizada de la sociedad civil, que mejore el capital social y la participación ciudadana. Todo ello, por tanto, busca garantizar un buen rendimiento institucional, base de la legitimidad sistémica, que mejore la eficacia, la calidad y la buena orientación de la intervención del Estado, de la que los gobiernos y sistemas partidistas son solo una pieza más. Esta gobernanza así entendida es la clave de la confianza externa e interna, de la que tan necesitados estamos y por la que tantos costes, de todo tipo (desde el malestar democrático y el desgaste institucional hasta la prima de riesgo) estamos pagando.

Lo contrario es que cada partido gobierne o se oponga desde y para sus intereses partidistas en una suerte de competición ciega y de confrontación urbi et orbi. Así lo percibe nuestra ciudadanía cuando, encuesta tras encuesta y desde hace ya algún tiempo, señala a la clase política como un serio problema nacional, tras el paro y las consecuencias económicas de la crisis, cuando nuestra anterior satisfacción con el funcionamiento de la democracia se ha tornado en un malestar democrático sin precedentes, o cuando el deterioro de la confianza institucional ha llegado a niveles alarmantes y afectado a instituciones, que nos deberían de preocupar seriamente. La desmovilización electoral, la fragmentación política, la polarización política simplista, el voto de protesta, la protesta misma son síntomas de que algo no marcha como debiera desde hace tiempo y que la crisis económica ha contribuido a agudizar, al evidenciar nuestros problemas crónicos de gobernanza. El más importante, seguramente, es el señalado por los propios ciudadanos desde hace ya algún tiempo, cuando denuncian el alto grado de crispación política interpartidista (97%), de cómo esta les afecta y les fastidia de forma abrumadora en su vida cotidiana (91%) y, sobre todo, cómo el enfrentamiento y la falta de acuerdos entre los dos grandes partidos, en momentos tan graves como los actuales, está deteriorando la calidad de nuestra democracia (84%). Y todo, por un planteamiento equivocado y sin límites de una competición político-ideológica, azuzada por intereses de muy corto alcance y escaso sentido de Estado.

La gran coalición ha sido la respuesta que algunas democracias han dado a graves problemas de estabilidad sistémica, o de Estado, de sus regímenes democráticos. Todo comenzó en la República de Weimar germana en 1923 y entre 1926-1930, cuya estabilidad democrática, ante la amenaza nazi, transcendía el marco institucional de la propia Alemania para afectarnos globalmente, como la historia nos ha demostrado. La Grosse Koalition entre los mayores partidos del sistema fue su respuesta. Sin embargo, esta fórmula de los llamados “gobiernos nacionales” ya había sido ensayada en el Reino Unido durante la I Guerra Mundial y antes y durante la II. También los dos grandes partidos del centro-izquierda y del centro-derecha han venido coaligándose en Austria, aunque no siempre, en una suerte de cordón sanitario contra el riesgo de fragmentación centrífuga de los extremismos de derecha e izquierda y, por tanto, de ingobernabilidad democrática. La fragmentación, las tensiones centrífugas de tipo religioso y la inestabilidad gubernamental han sido razones para grandes coaliciones de este mismo tipo, también, en Israel. Las circunstancias históricas y sistémicas son, por tanto, muy distintas, como lo son las culturas políticas de élites partidistas y ciudadanos.

Todos los ejemplos históricos de gobiernos de “unidad nacional” tienen en común algún tipo de “amenaza” para la cohesión o la integridad nacional o la simple estabilidad democrática y cuya respuesta es la búsqueda de la restauración o mejora de graves problemas de gobernanza democrática y no de una simple estabilidad gubernamental. Sin duda alguna, de todos los ejemplos y casos citados (a los que podríamos añadir, en cierto modo, los resultados de los períodos de cohabitación política del sistema semipresidencial francés), el que más nos interesa es el alemán por ser el más cercano en su estructura de la competición partidista y en su formato institucional descentralizado. La RFA vivió dos momentos de gran coalición: el período 1966-1969 (Kiesinger/ Brandt) y el más reciente entre 2005 y 2009 (Merkel/Müntefering) y detrás siempre la “razón de Estado”, a pesar de que hubiese otras fórmulas de coalición alternativas para dotarse de un gobierno, siempre más inestable y menos eficaz para atajar en profundidad los problemas del país. Ambos periodos fueron de relanzamiento productivo y de la cohesión social y de importantes reformas institucionales (sobre todo, la electoral en el primero y, del sistema federal en el segundo). En éste último caso, el acuerdo lleva como encabezamiento “juntos por Alemania, con valor y humanismo” y trataba de hacer frente, ya en 2005, al grave deterioro de las finanzas públicas, que hacían insostenible el Estado de Bienestar y lastraban el crecimiento económico del país con serias consecuencias sociales (paro y exclusión social) y políticas (fragmentación y centrifugación partidista), sobre todo, en los länder menos desarrollados de la antigua Alemania oriental. El programa de esta gran coalición y los resultados están al alcance de cualquiera y siete años después Alemania está donde está gracias a la responsabilidad de sus élites políticas. Obsérvense, incluso, las posiciones del SPD en el actual contexto de la socialdemocracia europea.

La falta de acuerdos entre los dos grandes partidos está deteriorando la calidad de nuestra democracia

La crisis ya se ha llevado por delante, al menos, 17 gobiernos de todos los colores y la propia CDU de Angela Merkel ha perdido ya tres de los länder en que gobernaba, deteriorándose con rapidez inusitada los apoyos y la confianza de los respectivos gobiernos de alternancia, por no mencionar la dramática situación de Grecia y la no menos complicada de Italia. Aunque España, en efecto, no tenga un problema de gobernabilidad, sí lo tiene de gobernanza y para afrontar este último no basta la mayoría gubernamental. Por eso, aunque no sea necesaria la gran coalición, es imprescindible la política de gran coalición entre los dos partidos de gobierno del país con un verdadero pacto nacional, que podría muy bien denominarse “juntos por España” (con los añadidos que se quieran), que restaure el consenso fundacional y constitutivo de nuestro modelo de democracia y que incluya una amplia y profunda agenda de reformas y políticas, con el objetivo recuperar la confianza ciudadana y la de nuestros socios exteriores, como paso imprescindible para reencauzar los graves problemas políticos, sociales y económicos a los que tenemos que hacer frente y que, de no afrontarlos de forma unitaria, no harán más que agravarse, metiéndonos en un callejón de difícil salida.

Francisco J. Llera Ramo es catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad del País Vasco.

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