Una biografía novelada para Neus Catalá, superviviente de los nazis
No es judía. Ni gitana. Pero estuvo internada en el campo de exterminio nazi de Ravensbrück. ¿Cómo fue a parar a ese infierno esta catalana que cruzó los Pirineos en 1939 con los 180 niños de la colonia infantil que tenía a su cargo? Una vez en Francia, de exiliada española pasó a convertirse en activa colaboradora de la Resistencia, lo que le valió ser detenida, maltratada y deportada a la muerte por los oficiales nazis. Neus Catalá (Els Guiamets (1915), última superviviente española de los campos de exterminio y figura de referencia del combate antifranquista, no ha querido olvidar nada de lo vivido. Cuando regresó a la vida después de estar en la antesala de la muerte se prometió a si misma no olvidar. Y lo ha conseguido. Con 97 años, antes de que esa memoria se apague, acaba de inspirar una novela (Cenizas en el cielo, de Carmen Martí). Una novela que es a la vez y ante todo una biografía. No sorprende porque su vida tiene un inequívoco componente novelesco. Lo fascinante es que la historia de Neus Catalá no es una ficción. Va más allá de cualquier invención, aunque reúna todos los ingredientes del género y abarque múltiples peripecias dramáticas. Ahí está el testimonio en primera persona de alguien que a raíz de la contienda española y de su posterior exilio, no dejó de acumular experiencias terribles. Doblemente perdedora pero siempre resuelta y combativa. Detenida en la Francia ocupada y encarcelada en la prisión de Limoges, aún le quedaba por vivir una mayor tortura: la deportación al infierno nazi. Con la mandíbula rota y sujeta con un pañuelo tras los últimos interrogatorios en la prisión, fue introducida con otras presas políticas en trenes infames cuyo destino era la muerte o la aniquilación a través del hambre y el trabajo extenuante. Ya en el primer campo, cuando pensaba que ya no podían llegar nuevas torturas o que su cuerpo estaba a punto de desfallecer, venía un padecimiento nuevo, una vuelta de tuerca que solo acabó en 1945. Y que ella y otras españolas, francesas, polacas y rusas combatían a veces cantando -las creyentes rezando-, dandose calor cuando el frío y la humedad se les metía en el cuerpo o habían apaleado a alguna, y siendo conscientes de que no podían perder su dignidad aunque sus carceleros trataran de arrebatársela.
Catalá ya había contado en un libro la agónica aventura que le condujo a ella y a otras compañeras a los campos de la muerte (De la resistencia a la deportación: 50 testimonios de mujeres españolas). La escritora Montserrat Roig y otras autoras se habían hecho eco de su epopeya en el pasado. Montserrat Roig fue una de las primeras voces en recopilar testimonios de exiliados que habían sobrevivido a la barbarie nazi en un libro ya de referencia: Els Catalans als camps nazis. Mientras investigaba y entrevistaba a los supervivientes, Roig descubrió a Neus Català. Salieron a relucir entonces otros nombres de mujeres republicanas que habían sufrido este cautiverio o que habían perdido la vida en los campos. Mujeres que tras perder la guerra en España se habían complicado la vida, como Neus, dispuestas a combatir el fascismo desde la Resistencia francesa. Mujeres que a pesar de ser extranjeras y refugiadas y de saber apenas cuatro frases en francés, decidieron jugarse la vida por el país vecino tras ser ocupado. Ahora, en esta reciente novela de fácil lectura, reaparece todo el cautivario vivido y la absoluta falta de piedad de los carceleros que las vigilaban.
La llegada de la Segunda República acompaña esos primeros años de juventud y le da una esperanza nueva. Pero la Guerra Civil desbarata su vida y su pueblo se ve salpicado por la división entre comunistas y cenetistas. Pero a la vez el conflicto le abre inesperados horizontes. Catalá empieza a militar en las Juventudes Socialistas Unificadas y se traslada a Barcelona para estudiar enfermería. Su objetivo es trabajar en un hospital de sangre, pero el destino la lleva a hacerse cargo de la colonia infantil Negrín de Premiá de Dalt. Tras la derrota, con 23 años, se traslada a Francia con 180 niños a los que posteriormente ayuda a repatriar o facilita su adopción en Europa.Esta segunda historia podría dar para una segunda novela, pero su vida adquiere pronto un nuevo viraje.
Cuando ella y sus padres, también exiliados, empiezan a arraigarse en la población rural, conoce a un ciudadano francés, Albert, con quien se empareja, y, cuando Hitler ocupa Francia, ambos colaboran de forma estrecha, casi temeraria, con la Resistencia. Neus lleva a diferentes enlaces mensajes ocultos bajo su pelo peinado con una especie de tupé que cubría con un pañuelo o camuflados en una cesta de verduras y hace maratonianas jornadas en bicicleta y autobús. A la vez, la pareja facilitaba alojamiento o medios de huida a integrantes del maquis francés.
Conscientes de que se han expuesto demasiado, hacen las maletas para irse lejos, pero media hora antes de la hora prevista para partir, los oficiales nazis irrumpen en su domicilio y les dan caza. Las maletas se quedan abiertas en la casa desierta. Es 1943 y Neus es recluida en Limoges y de ahí, en 1944, es deportada. Cuando acaba el largo viaje en el que las mujeres con quienes comparte el trayecto van perdiendo fuerzas e identidad, son recluidas en Revenbrück, un campo a 90 kilómetros de Berlín en el que murieron 92.000 mujeres. Català vio morir a algunas de ellas de forma vil y a la mayoría las conocía por su nombre. Sus ojos lo vieron. Desde ese "no mundo" que era Revenbrück fue trasladada con un grupo de su barracón a un segundo campo de trabajo en Holleischen (Checosolvaquia). Se les obligaba a trabajar en una fábrica de armas y ella y sus compañeras trataron de sabotear la producción dentro de sus pequeñas posibilidades con ingenio. Su moral y militancia les ayudaba a pensar que merecía la pena parar aquello.
El suplicio acabó con la liberación del campo por las fuerzas aliadas, en 1945. Catalá era entonces solo “un saco de huesos”, un espectro. Como la mayoría de sus compañeras, podía morir de inanición en cualquier momento; o podía durar unas horas más y tratar de correr fuera del campo liberado y recibir asistencia. Asi fue. Había querido grabarlo todo en la memoria para contarlo algún día y ha podido hacerlo. La vuelta a la casa de sus padres, en Francia, fue dolorosa. Pasar de ser un número y un cuerpo famélico fundido con un ajado uniforme de rayas a la realidad llevó su tiempo. A pesar del dolor que le acarreaba ver el traje de deportada, formaba parte de sus recuerdos y trató de guardarlo. Un día se dio cuenta de que no tenía fotos del día de la liberación y se volvió a poner el traje de rayas, acudió al estudio de un fotógrafo conocido y le pidió que la retratase. En aquella imagen no solo concentró su memoria sino la de las mujeres que la acompañaron.
Su compañero, Albert, que había sido deportado también al tiempo que ella a un campo de hombrs, no volvió a casa: su cuerpo se agotó antes de que le llegara la liberación. Así que Neus había salvado la vida, pero se había quedado viuda, y en España continuaba Franco. A ella le pareció un escarnio que el dictador no cayera con Hitler y Mussolini. Tenía que seguir en el exilio, lejos de su pueblo y de los recuerdos de su infancia.
A pesar de tanta violencia, en los recuerdos de Neus no faltan las risas y las estrategias de resistencia en los campos a través de su gran afición al teatro. Gracias a sus imitaciones, aquellas mujeres agotadas lograban reír y evadirse. En Cenizas en el cielo, además, se nos ofrece una anécdota curiosa: poco después de la liberación, Neus Catalá y otros deportados fueron invitadas por Geneviève de Gaulle (cuyo padre era cónsul de Francia en Ginebra), a hacer una cura de reposo de un mes en Suiza. Allí, la republicana española encontró una sorprendente oferta laboral: la asistente social de la casa le indicó que una familia de alcurnia necesitaba una gobernanta que supiera francés y español y que fuera enfermera, requisitos que Català tenía. Su misión era atender a los hijos de esa familia en Friburgo. "¿De qué familia se trata?", preguntó. "Son los hijos de don Juan de Borbón". "Entonces no puede ser, soy comunista". "Quizás no sea necesario revelar ese extremo, reúnes las condiciones y conocen tus circunstancias", se aventuró quien le hacía la propuesta. "Pero, ¿qué dirían mis camaradas?" La exiliada no pudo aceptar, pero es sugerente imaginar qué habría pasado si hubiera llegado a ser la gobernanta de los hijos de don Juan.
Con los años, Catalá rehizo su vida personal en Francia e incluso tuvo dos hijos a pesar de las secuelas del cautiverio y de que pensaba que no podría ser madre, ya que al poco de llegar al primer campo le cortaron la menstruación con una inyección. Mientras sus hijos crecían y retomaba su trabajo de enfermera (que en los campos ocultó para que no le obligaran a hacer daño a sus compañeras, colaboró con el clandestino PCE y con el Partido comunista francés y dedicó parte de su vida a reconstruir los nombres y la memoria de las deportadas republicanas. En ese contexto se encontró con Montserrat Roig una tarde lluviosa en París y, ante aquella escritora joven y sensible que venía de su tierra, Neus empezó a relatar de golpe todos los horrores vividos que nunca había contado hasta entonces. Luego ella misma buscó a otras supervivientes, recogió sus testimonios y publicó su historia común. Ahora, esa historia vuelve a narrarse; ahora que Catalá vive en una residencia y que ha recibido el reconocimiento de su generación. Hace años el Gobierno catalán le otorgó la Cruz de San Jordi, entre otros galardones. Es casi un milagro, una proeza de la naturaleza, que una mujer obligada a permanecer en formación varias horas al día bajo la nieve y a engañar el hambre con una sopa clara y un mendrugo, haya sobrepasado los noventa años. Es un icono además de una superviviente. Su mensaje es que las atrocidades que presenció no se repitan.
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