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Leonard Cohen, la acosadora y el fin de un “infierno en vida”

La representante Kelley Lynch tenía una orden de alejamiento tras estafar y arruinar al cantante Un tribunal de Los Ángeles la halla ahora culpable de hostigarle por teléfono y correo electrónico Así es como el autor de ‘Hallelujah’ se ha librado de su mayor pesadilla

Daniel Verdú
Leonard Cohen, con una copa de vino momentos antes actuar en el Festival Internacional de Benicàssim en julio de 2008.
Leonard Cohen, con una copa de vino momentos antes actuar en el Festival Internacional de Benicàssim en julio de 2008.ÁNGEL SÁNCHEZ

Pensando en hacer el mal, un día Kelley Lynch terminó haciéndole un favor al mundo. Así, podemos atribuirle a esta mujer de 55 años el mérito universal de sacar a Leonard Cohen de su retiro budista de cinco años y devolverlo a la carretera (llevaba 15 años apartado) y al estudio cuando parecía que al genio se le había acabado la cuerda. Por otro lado, digamos que los motivos que ofreció al músico judío para retomar su carrera fueron un poco más allá de remover su vocación artística: según Cohen, le robó cinco millones de dólares y no le dejó en la cuenta ni para bajar a comprar el pan a la esquina. Ahora, el último premio Príncipe de Asturias de las Letras se las ha vuelto a ver con ella en los tribunales. Pero esta vez, denuncia el canadiense, se trata de un asunto de acoso en el que él es la víctima.

Kelley Lynch, a la sazón antigua amante del músico –él ha reconocido relaciones sexuales con ella, pero “no románticas”– y persona que durante años se ocupó de todos sus asuntos profesionales, le ha estado cosiendo a e-mails y a llamadas en los últimos meses tratando de amedrentarle. Tras el episodio de la estafa –resuelto con una condena que obligaba a Lynch a indemnizarle con 9,5 millones de dólares (más de 7 millones de euros) y a cinco años de cárcel en libertad condicional–, y después de 17 años de relación profesional y personal, Cohen la despidió en 2004 y obtuvo una orden de alejamiento que le impedía seguir contactando con él. Esta violación le costará ahora 11 meses de cárcel.

Aquella historia hirió profundamente al músico. Imaginen. Cinco años retirado en la cima de un monte angelino, viviendo como un monje budista en un templo, regresa a casa y comprueba que el mundo material ha decidido jugarle una mala pasada y que el fruto económico de una de las carreras musicales más emocionantes del siglo XX se ha esfumado. Con 74 años (hoy tiene 78 años), y tocado con su ya inseparable sombrero negro de ala corta, tuvo que embarcarse en una gira mundial para recuperar parte de la suma perdida. Fue, entre otras cosas, cuando Benicàssim asistió a su apoteósico concierto y al reencuentro con su viejo amigo Enrique Morente.

Pero este nuevo y penoso episodio, despachado la semana pasada en la Corte Penal de Los Ángeles, se escribe ahora con los mimbres de unos mensajes mandados por ella entre febrero de 2011 y enero de este año y que los abogados de Cohen aseguran que convirtieron la existencia del músico en “un infierno en vida”. Al parecer, su antigua empleada le hizo llegar treinta correos electrónicos diarios y mantuvo una pelea constante con su buzón de voz, donde depositó una y otra vez el cuerpo del delito sin importarle un cuerno el rosario de pruebas que entregaba. En algunas incluso se puede oír su voz diciendo que alguien iba a pegarle un tiro al bueno de Cohen.

Le dejaba infinidad de mensajes de voz intimidatorios, sin importarle dejar pruebas

Dicen que no mostró ninguna emoción al escuchar el veredicto de culpabilidad. Aunque sí debió de acordarse Lynch de aquella clase de primero de intimidación que se saltó, porque durante el proceso la acusación reprodujo en la sala las grabaciones acumuladas en el contestador de Cohen donde se podía escuchar nítidamente, y un tanto desquiciada, su amenazante voz. Según publicó Los Angeles Times, los mensajes contenían todo tipo de obscenidades, referencias sexuales –“Leonard Cohen tiene un pene pequeño, si no inexistente”– y acusaciones de consumo de drogas al cantante. Curiosamente, la mayoría de llamadas, se dijo en el tribunal, se realizaron cuando era Lynch la que estaba hasta arriba.

En cuanto a Cohen y sus supuestas adicciones, en 1993 abandonó las giras y los escenarios, en parte, porque consideró que bebía “demasiado vino tinto” entre conciertos. Y parece que eso es todo. Cansado del esfuerzo, sintiéndose mayor y con la llamada espiritual golpeando su puerta, colgó su viejo instrumento, esa guitarra Conde que compró en la madrileña calle de Gravina hace 40 años, con la intención de no volver. Y aunque algunos de sus amigos intentaron convencerle, él siempre se resistió. Pero, como dijo en su emocionante discurso en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias, “la madera nunca acaba de morir”.

Aunque vérselas otra vez con Lynch quizá haya sido demasiado. Si la cosa no había quedado suficientemente clara durante el juicio, la acusación sacó la semana pasada 10 archivadores llenos de e-mails que ella le mandó en el último año. En algunos de esos correos, que luego reenviaba a otra gente que Cohen no conocía, mencionaba al movimiento neonazi Nación Aria. Se entiende que debido al origen judío de su exjefe. “Empezó con un mensaje diario, pero pronto se convirtieron en veinte o treinta al día”, explicó él durante el juicio. “No me siento bien denunciándola, pero me he visto obligado porque está en juego mi reputación y la de los míos”.

La fiscal de la ciudad Sandra Jo Streeter sostuvo que Lynch es “increíblemente brillante y capaz” y sabía perfectamente que estaba violando la ley. Su defensa tiene la romántica opinión de que todo es fruto del complicado mundo de las relaciones sentimentales y de cómo estas se tuercen en algún momento. Además, alega que Cohen y su entorno intentaron destruir su credibilidad y culparla de los problemas económicos que sufrió el autor de Hallelujah. “Nunca nadie cambió su dirección de e-mail o los teléfonos a los que ella llamaba. No usaron ningún filtro de spam porque querían saber lo que Kelley tenía que decir y lo que sabía”. El juez, en cambio, no lo vio así, y esta vez Lynch no se librará de ingresar en prisión.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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