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OBITUARIOS

Pepe Carleton, el último testigo del Tánger cosmopolita

Vivió entre Tánger y marbella y conoció a famosos como Jan Cocteau o Audrey Hepburn

Pepe Carleton, en su casa marbellí en 2007.
Pepe Carleton, en su casa marbellí en 2007.M. LANZA (DIARIO DE SEVILLA)

Pepe Carleton, nacido en Tánger en 1924 y fallecido el pasado domingo 12, poseía ancestros europeos que residían en la ciudad norteafricana desde el siglo XIX. La suya era una familia de burguesía media dedicada, entre otros menesteres, a la empresa periodística. Él mismo, con su pinta de dandi, parecía un singular plenipotenciario en aquel Tánger de matices ocres sobre la tesela verde mar.

Yo lo conocí tarde, hará seis años, lo suficiente para escucharle narrar relatos magistrales de gentes, atmósferas y ciudades que emanaban de su memoria prodigiosa. Debo confesar que compartí con Carleton dos obsesiones: el matrimonio formado por los escritores Paul y Jane Bowles, y después, o quizá antes, no sabría decirlo, Jean Cocteau.

He oído de los labios de este hombre mil anécdotas acerca de los Bowles en Tánger, de los que fue anfitrión excepcional junto con su inefable amigo el historiador Emilio Sanz de Soto, fallecido, hace cinco años, en Madrid. Debemos rendir ahora homenaje a ambos porque representaron, con irónico savoir faire, la sección española de aquel Tánger que albergaba el más granado turismo internacional, desde multimillonarias como Bárbara Hutton o excéntricos como David Herbert, hasta escritores, aparte de los Bowles, como Truman Capote, Gore Vidal o Tennesee Williams. Con ellos Pepe Carleton intimó y se fotografió. Esos retratos han cruzado medio mundo y se han convertido en iconos de una época que jamás volverá. Hacia 1960, coincidiendo con la debacle tangerina, nos encontramos a Pepe Carleton afincado en Marbella de la mano de su amiga, la extravagante Ana del Pombo, que era propietaria de una colección de sombreros imposibles, ornamentada, además, por biombos y mosaicos del no menos laberíntico Jean Cocteau.

Han quedado grabadas en mi memoria las historias que me contó Carleton acerca de la última estancia de Cocteau en Marbella, acompañado por la aristócrata Francine Weisweller, y por Edgar Neville; fue cuando el genio francés le regaló algunos dibujos, pero sobre todo le sedujo intelectualmente. Carleton no se cansaba de repetir que de toda su enorme cantera de conocidos Cocteau había sido el que le había dejado más honda huella.

Fue el centro de la intelectualidad en Marbella hasta que llegó Jesús Gil

Podría decirse que en Marbella Carleton inició una segunda vida: montó la tetería El Camello de Oro, donde amplió la ya larga lista de sus amistades añadiendo a Audrey Hepburn, Mel Ferrer, Luis Escobar, la duquesa de Peñaranda, Lola Flores o Antonio el bailarín. Con el transcurso del tiempo, Carleton fue de alguna manera arrinconado, y al llegar la Gil époque, incluso engañado, algo que no debe sorprendernos.

No obstante, como casi nada es eterno, desde hace una década se produjo un revival de Pepe Carleton: Javier Rioyo le entrevistó para el suplemento dominical de EL PAÍS, y se le empezó a invitar a las conmemoraciones que se hacían de un mundo del que él era el último testigo. Pero el testigo ha preferido diluirse hasta evaporarse del todo; quiero imaginar que ahora disfruta viendo pasar imágenes de su vertiginosa existencia en un paraíso laico donde todo son parabienes. Lo cierto es que siempre te recordaré, Pepe Carleton, sobre todo por el respeto que guardabas por tus amigos muertos.

Alfredo Taján es escritor.

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