El día que ligué con una noruega en un barco hacia de la Antártida

Sí, lo sé. La mayoría de vosotros pensáis que esta vida de rudo viajero solitario es un chollo y que uno tiene, cual viejo marinero de novela de Jorge Amado, una novia en cada puerto. Pero nada de nada. Eso es un mito.
Aunque a veces, suena la flauta. Como ocurrió en este reciente viaje a la Antártida en el que tuve un romance a bordo. Se llamaba Bjørg Føyn Hofsvang. Era noruega. Y viajaba sola.
La conocí una mañana en la cubierta de proa. Yo estaba intentado enfocar con mi cámara unos petreles gigantes que surfeaban sobre la nave como planeadores sin motor cuando ella se acercó con su cuerpo menudo envuelto en un anorak azul. Lo primero en lo que me fijé fue en sus ojos, de un azulgrisáceo acuoso. Y en sus manos huesudas. Hacía frío y soplaba un viento eléctrico. No había nadie más en la cubierta.
Como siempre he sido un poco cortado en la primera aproximación al género femenino fue ella la que rompió el hielo y empezó la conversación. Se interesó por lo que hacía y me dijo que ella también tenía una pequeña cámara digital, pero que no sabía usarla.
Nos sentamos en un par de butacas de madera de esas que siempre hay solitarias en las cubiertas de un barco que navega sorteando iceberg por el paralelo 64ºSy entre sonrisas y confidencias se fue tejiendo la complicidad. Cinco minutos después estaba completamente prendado de ella.
Le pregunté a Bjørg por qué viajaba sola. Y en su cara se iluminó aún más esa sonrisa serena que parecía no abandonarla nunca: “Porque todos los demás ya se han muerto”, fue su respuesta.
Bjørg nació el mismo año en que Roald Amundsen cruzaba por segunda vez el Paso del Noroeste: en 1919. Es decir, Bjørg tenía 92 años. Y aún así ¡viajaba sola y a la Antártida!
Durante los días que duró la navegación en el Framtrabé una gran amistad con Bjørg. Fascinado por la valentía de una mujer nonagenaria en un viaje como ése solía sentarme a charlar con ella o salíamos a cubierta para tomar fotos. Le enseñé a usar su pequeña cámara digital y ella recibía las lecciones con su sempiterna y franca sonrisa, como una niña que aprendiera a usar su primera bicicleta.
No se perdía una excursión a tierra ni una conferencia a bordo, caminaba con su cuerpo menudo y manifiestamente encorvado por glaciares, por neveros, por laderas y pendientes, por rocas húmedas y resbaladizas, en un precario equilibrio que a veces daba miedo verla. “Bjørg se cae, Bjørg se cae”, exclamábamos. Pero nunca se caía. Siempre con la misma cara de alegría y con la misma ansiedad por descubrir y comprender.
Bjørg se hizo popular entre el pasaje. El día del ultimo descenso a tierra, en Hannah Point, en las islas Shetland del Sur, hacía un vendaval del carajo y un oleaje al límite de lo que las normas de seguridad del barco permitían para desembarcar. La zodiac golpeaba con violencia la borda del Fram y cabeceaba metro y medio por arriba y metro y medio por abajo del pantalán metálico desde el que había que saltar.¡Vive Dios que no era fácil abordar aquella lancha neumática! La gente preguntaba: “¿Dónde esta Bjørg?” Pero Bjørg estaba ya camino de tierra. Había embarcado en una de las lanchas. No me preguntéis cómo logró hacerlo.
Siempre sonreía y siempre estaba de buen humor. Me contó que había enviudado hacía 20 años, que no tuvieron hijos y que seguía haciendo esquí nórdico. Un día vio en la tele un famoso documental sobre los pingüinos emperador y decidió que no quería morirse sin ver los pingüinos. Por eso se había embarcado en el Fram camino de la Antártida.
Bjørg fue en este viaje el mejor ejemplo de vitalidad y de positivismo. Alguien de quien era fácil enamorarse.
En este tipo de cruceros-expedición la media de edad del pasaje suele ser muy alta. Lógico si pensamos que no son viajes baratos. Hay que ahorrar toda una vida para poder pagártelo (y a veces, ni con esas). Por desgracia, y con demasiada frecuencia, los viajeros, los cronistas (me incluyo), solemos caer en el chiste fácil, en la risa cómplice sobre esos cruceros llenos de “vejestorios”; son tema fácil para la crónica burlesca.
Pero después de haber conocido a Bjørg y a otros muchos septuagenarios y octogenarios que iban a bordo del Fram, ávidos de experiencias, con movilidad reducida pero dispuestos a jugarse el tipo por aprender, por conocer, por descubrir…. por seguir (en definitiva)vivos y con la mente abierta esas chanzas me parecen aún más fuera de lugar. Muchos, más jóvenes, no se atrevería a hacer lo que hacen ellos. Solo puedo quitarme el sombrero y agradecerles la lección.
Ojala pudiera yo, si llego a esa edad, ser uno de esos “viejos” de cruceros a la Antártida o a cualquier otro lugar que no han arrojado la toalla, que sienten aún la necesidad de ver, de sentir, de aprender cual adolescentes.
Este post es un sincero homenaje a gente como BjørgFøyn Hofsvang, la joven de 92 años que se fue sola a la Antártida porque no quería morir sin ver pingüinos. Mi humilde reconocimiento a todo ellos.
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