El museo-cueva de Viñoly en Colchester
FOTOS: Richard Bryant/ arcaidimages.com
La ciudad más antigua del Reino Unido, Colchester, conserva una muralla romana y un mosaico de una vivienda del año 200 a.C. Junto a esas elocuentes ruinas, el arquitecto uruguayo Rafael Viñoly ha levantado un museo-cueva, un edificio topográfico que se retira del centro para dejar espacio a un parque.
Asentado en Estados Unidos desde hace décadas, Viñoly dirige uno de los estudios internacionales más sólidos del lado “profesional”, por encima del “artístico”, de la arquitectura. Son estos estudios los que, en general, firman los grandes aeropuertos, los hospitales y los centros de convenciones de medio mundo, pues en su profesionalidad y en su tamaño, más que en el talento del otro sector, suelen confiar las economías emergentes los edificios de su futuro inmediato. Así, Viñoly es autor del International Forum de Tokio, del Centro de Artes Escénicas de Filadelfia, del Aeropuerto Internacional de Montevideo y de un puñado de edificios que ha hecho que varios países del golfo terminen por fijarse en él para dibujar su urbanismo. En medio de ese panorama de grandes cifras, la concha de Colchester es singular.
Allí, su hazaña topográfica ha querido abandonar el mundo de las grandes obras para adentrarse en los pequeños detalles –y en las grandes decisiones- que caracterizan las obras menores. El arquitecto quiso simbolizar en la ciudad inglesa el viaje que supone iniciarse en el arte contemporáneo, que es a lo que se dedica Firstsite, la institución que, amparada por el Arts Council y la Universidad de Essex, le encargó el edificio. Viñoly empezó a trabajar con dos negativas. Para empezar no quería un cubo blanco. Cansado del espacio que hoy leemos como natural para el arte contemporáneo, el arquitecto cree, como ya creyó Renzo Piano, que hoy existen medios para relacionar el arte con el contexto y que desde una galería se puede también contemplar un jardín. La otra negativa fue la de la ubicación original. Viñoly solicitó el traslado del edificio. Pidió que alejaran la obra del centro urbano, donde estaba planeada, para dejar espacio para un gran parque urbano, un paseo entre la ciudad y el nuevo centro.
Así, el Firstsite, recién inaugurado, se curva sobre el terreno para permitir respirar a un jardín del siglo XVIII, para proteger un mosaico romano y para anunciar su nueva presencia. La decisión de crecer más a lo ancho que a lo alto –el museo tiene una sola planta- tuvo que ver con el pasado romano de la ciudad. Tan cerca de la antigua muralla no se podía excavar y, por lo tanto, Viñoly tuvo que poner su gran edificio de puntillas sobre unos ligeros cimentos de hormigón. Con estructura metálica y piel de paneles de cobre y aluminio, el inmueble está forrado por dentro con conchas de madera de cerezo y un suelo de roble. La idea de una cáscara gigante y la sensación de espacio único relaciona este proyecto con los museos que han buscado que el recorrido por su interior no aísle momentáneamente del mundo sino que ayude a comprenderlo.
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