¡Islas! (para perderse y no volver): Galápagos
Cuando uno llega por primera vez a las islas Galápagos, entiende a Darwin. Porque no hay que ser un lince ni un naturalista inglés para deducir: “Aquí ha pasado algo”.
El algo es que este archipiélago de 19 islas e islotes volcánicos en el Pacífico, a unos 1.000 kilómetros de las costas de Ecuador, quedaron aisladas del resto del mundo por cuestiones geográficas y de corrientes oceánicas y sus habitantes tuvieron que apañárselas para evolucionar por su cuenta, adaptándose al nuevo vecindario.
Las islas Galápagos es uno de los sitios más fascinantes que he conocido en mi vida. Es como hacer turismo en el Jurásico. Pero sin dinosuarios. No recuerdo ningún otro lugar del mundo donde ver animales en libertad me haya producido tal impacto (quizá porque cada uno que ves es un poco menos raro que el siguiente que verás, desde piqueros de patas azules a grandes tortugas o a fragatas de abultado buche de color rojo) ni tampoco recuerdo que en ninguna otra isla, asomado a sus acantilados, haya tenido mayor sensación de lejanía.
En general los viajeros imaginan las islas Galápagos como ese enorme zoo natural a cielo abierto que vio Darwin en 1835 en su viaje a bordo del Beagle, lleno de iguanas, tortugas gigantes, lobos de mar y todo tipo de animales endémicos que sestean al calor de los paisajes volcánicos. Lo que pocos saben es que bajo superficie del agua, la vida salvaje es aún más rica y variada si cabe. No hay mejor lugar para bucear en el mundo con grandes animales que las Galápagos. Una riqueza biológica que aumenta durante la temporada seca, desde finales de agosto hasta mediados de noviembre, cuando gracias al aporte de las tres grandes corrientes que aquí confluyen (Humboldt, Panamá y Cromwell), las islas Galápagos se convierte en una gigantesca sopa de plancton que atrae a los grandes viajeros del océano: mamíferos marinos y peces pelágicos que llegan en busca de un festín. Sobre todo uno muy especial (y muy buscado por los submarinistas): el tiburón ballena.
Recordaré toda mi vida las inmersiones que hice en la isla de Darwin, la más alejada del archipiélago, con varios enormes tiburones ballena alrededor, en unas aguas frías y oscuras, con 2.000 metros de profundidad por abajo y esos enormes y apacibles monstruos nadando muy cerca de mi, días y días enteros, con sus gigantescas bocas abiertas para atiborarrse de plancton.
Pero el zoo de Darwin también corre peligro. El crecimiento demográgfico de las islas, sobre todo en la isla de Santa Cruz, está menguando los habitats naturales (el gobierno ecuatoriano puso en 1998 límites a la llegada de nuevos colonos); los animales importandos por el hombre (desde las ratas que llegaban en los bacos piratas que cargaban galápagos como carne fresca a los animales de granja traídos por los nuevos residentes) son mucho más agresivos que los autóctonos, que nunca tuvieron que defenderse de depredadores y compiten con ellos: las cabras se comen la vegetación de los tortugas; algunos gatos se han hecho salvajes y se comen a los lagartos y las iguanas; las ratas acaban con los huevos de los pájaros.
Aún así, Galápagos sigue siendo el destino soñado(y recomendado) para cualquier amante de la naturaleza
Fotos© Nicolás Vera
Capital:Puerto Ayora (islas de Santa Cruz).
Idioma:español.Superficie:7.880 km2.
Cómo llegar:Las islas Galápagos fueron declaradas Parque Nacional en 1961 y desde entonces las visitas están reguladas por normas muy restrictivas. Hay que volar hasta Quito o Guayaquil, en Ecuador. Desde allí la compañía Tame (www.tame.com.ec) vuelas hasta las Galápagos. En Puerto Ayora abundan las agencias de turismo de naturaleza y buceo que organizan salidas diarias a diferentes puntos de inmersión. Más información: Ecuador Travel
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