Un aeropuerto congelado
Empleados y pasajeros valoran la huelga en Barajas en un día muy sosegado
La huelga general ha convertido el aeropuerto de Barajas (Madrid) en un mundo feliz. Nunca un miércoles normal se podrían ver tan desahogados los espacios enormes de la terminal principal (T4), con un tono de voz general tan mullido como el de esta mañana. En este nudo internacional de pasajeros al noreste de la capital, donde operan más de 70 compañías y que da cabida a 1.200 vuelos diarios, trabajan unos 40.000 individuos, que unidos a los miles de viajeros diarios suelen hacer de Barajas una olla exprés. Pero la huelga ha parado cerca de un 80% del tráfico aéreo habitual (según los sindicatos; a falta de datos oficiales de Aena) y ha dejado en casa a buena parte de los empleados del lugar. La temperatura de la olla ha bajado, está templada, hasta resulta agradable estar dentro de ella.
Incluso el lado negativo parece llevadero. Unas 200 personas forman cola a las once de la mañana para pedir información en un puesto de Iberia. Es una fila sin resoplidos ni conatos de indignación colectiva. Los últimos de la fila, Eva Ocaña, 27 años, y Jorge Costa, 31, un matrimonio gallego, explican que su vuelo a Santiago de Compostela ha sido cancelado, que su equipaje, al parecer, está haciendo un tour completo por todos los carricoches y carruseles portamaletas del aeropuerto, pero sonríen: han llegado de Miami hace un rato y sus caras están bronceadas.
Los vuelos fuera de Europa no tienen unos servicios mínimos demasiado restrictivos: un 40%, frente al 20% de la UE o al 25% dentro de la península (en el caso de las Islas Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla es un 50%). Pese a ello, hay a quien le toca la china. Véase el caso de Laurie y Barry, una pareja madura de Boston, de vacaciones en Madrid. Habían comprado un billete para volver hoy a su ciudad y tendrán que esperar hasta mañana para salir. Encima, Barry no comprende a los españoles: "Si tienen un 20% de paro, ¿cómo se les ocurre dejar de trabajar?".
La huelga general convocada por los sindicatos es una medida de fuerza, con más o menos potencia, para hacer recapacitar al Gobierno sobre la Ley de Medidas Urgentes para la Reforma del Mercado de Trabajo, aprobada el 9 de septiembre. Barry no conoce en detalle el asunto. Un chico latinoamericano que embala maletas con plástico en la T4 tampoco es un experto, pero algo sabe y quiere dar su opinión: "Esta reforma es para apoyar a la burguesía nomás. Es lo que pienso. Vengo de un país corrupto y siempre es así, esta idea ya nadie me la va a cambiar". No da su nombre. "He venido a trabajar por miedo a represalias". El sueldo de un embalador (gente que enrolla equipajes en plástico a velocidad de vértigo) es de 9.000 euros anuales.
Los primeros datos aproximados sobre la incidencia de la huelga se ajustan a lo esperado. UGT y CC OO afirma que los servicios mínimos de vuelo se reducen a un 20%, cuando lo pactado (con variaciones entre aerolíneas según los destinos que tuviesen programados cada una) era en torno al 25%.
Los únicos que retaron a la huelga general fueron las compañías Ryanair, Easyjet y Lufthansa, según la versión de los sindicatos presentes en Barajas. Estos señalan a las nueve de la mañana que Ryanair e Easyjet han intentado de madrugada (5.30 en el caso de Ryanair) cubrir viajes que no entraban en los servicios mínimos. Se lo impidieron, dicen las centrales mayoritarias, UGT y CC OO. Dos horas después, Aena informa de que entre las doce de la noche y las nueve de la mañana habían operado 32 vuelos, cuatro de servicios mínimos. ¿Y los otros 28?
"No quisimos que la huelga fuese un día de enfrentamiento", razona Jorge Carrillo, secretario del sector aéreo de CC OO. Afirma que estas aerolíneas sufrirán hoy un récord de cancelación de vuelos (Ryanair, 365, un 90% de sus previsiones, según este sindicato), conque no les compensa pelearse con ellas por unas decenas de servicios. Paz en Barajas.
Basura sin recoger y curiosos pelotaris
Además de los aviones que suben y bajan, el trajín laboral incluye miles de trabajadores dedicados a preparar los aviones y organizar el tráfico aéreo, administradores, limpiadores, bomberos, policías, guardias civiles, camareros... Unas 40.000 personas. Los servicios mínimos han hecho que muchos se queden en casa. Ayer estaba previsto que no trabajasen un 18% de la plantilla de Aena en Barajas (acuden a su puesto 147 personas de un total de 816).
Los sectores en que más se nota la huelga son la limpieza y la hostelería del aeropuerto. El sindicato CGT indica que el paro es prácticamente completo. Una empleada de limpieza, hoy piquetera de este sindicato, tomando la precaución de no dar su nombre, comenta a las 7:15 el resultado de la huelga en su servicio: "De 300 que limpiamos entre la T1, la T2 y la T3 solo han venido tres que tienen contratos de suplencias, y los encargados, claro...".
Junto a ella una piquetera habla por megáfono a la gente que pasa por el hall de la T1, trabajadores o pasajeros, que apuran el paso sin darse por aludidos, mientras desde atrás les siguen haciendo advertencias por altavoz: "Quedaros con nosotros, no seáis esquiroles, que os van a echar por dos duritos".
El paro en el sector servicios de Barajas aumenta la densidad de la balsa de aceite. Muchas cafeterías están cerradas, con las persianas metálicas echadas y sin luz, circunstancia que aprovechan algunos para charlar en la penumbra sin pagar por el reposo o para dormir con la cabeza contra la mesa. Otros negocios están abiertos. Por ejemplo, una oficina de lotería de la T4. Abierta pese al entrañable boicot que sufrió a primera hora. La lotera se encontró la cerradura bloqueada por un palillo mondadientes, que se resistió unos minutos a salir. La trabajadora, por cierto, recuerda una peculiaridad de su oficio: "Somos como los policías, los loteros no tenemos derecho a huelga, porque nos encargamos de comercializar los juegos del Estado".
La transformación del agitado micromundo de Barajas en un lugar de sosiego y charleta sobre la huelga también llega al metro (con servicios mínimos del 50% en hora punta y 20% en el resto del día, fijados unilateralmente por la Comunidad de Madrid, sin pacto con los sindicatos). Por las bocas de metro de las terminales del aeropuerto llegan pocos viajeros, y los trenes se vuelven holgados hacia la céntrica estación de Nuevos Ministerios.
A las doce de la mañana, un vagón transita en esa dirección ocupado mayoritariamente por la Federación Venezolana de Pelota Vasca, 37 individuos que han llegado esta mañana de Caracas y deben hacer tiempo en Madrid hasta las nueve de la noche, que cogen su vuelo a Bilbao, cancelado esta mañana. De allí viajarán a Pau (Francia) en autobús, donde competirán en el Mundial de Pelota Vasca. Si se requiere una explicación sobre la razón de que un grupo de jóvenes mulatos, equipados con idénticos chándales con los colores de Venezuela, formen una selección de pelota vasca, su jefe, el director técnico José Luis Caballero, se presta a responder. "La causa de la afición a la pelota fue la inmigración vasca a Venezuela, pero ahora, desde 2005, se debe más al trabajo que ha hecho el Gobierno de Chávez por masificar este deporte".
Caballero está molesto porque sus chicos han perdido un día de entrenamiento y pasarán esta madrugada en un autobús. Ahora bien, no se mete con la huelga, le falta información. La que recuerda bien es la última que hubo en su país. "La protesta por el golpe de estado contra Chávez, de 2002. Fue dura. Murieron 20 personas". La Federación Venezolana de Pelota Vasca sigue su camino en metro. Atrás queda el plácido mundo de la huelga general en el aeropuerto de Barajas.
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