Arquitectura y verano 3: El trampolín de Villa Mairea
Alvar Aalto explicaba que quien ve florecer un cerezo observa también que cada flor tiene una posición distinta según el sol y su flor vecina. Cada flor es diferente, pero todas se parecen hasta confundirse. Esa idea de los distintos iguales -o los iguales distintos- es una fórmula clásica para la planificación urbana que difícilmente se le puede ocurrir a quien no dedique un instante de su vida a contemplar un cerezo en flor. La Villa Mairea que Alvar y Aino Aalto terminaron en 1939 para Maire Gullichsen está llena de cerezas distintas pertenecientes a un mismo racimo.
En esa casa finlandesa, en medio de un bosque de pinos a las afueras de Noormarkku, ningún peldaño, de piedra o de madera, es igual al anterior. El primero es siempre mayor, para recibir en el ascenso y acompañar hasta el final del descenso. Ese peldaño es también el más libre, el que más se salta la norma del orden que organiza un racimo. O una casa. Las barandillas de la escalera mezclan cobre y madera sin miedo a mostrar sus uniones. Lo mismo que los barrotes, también de madera y atados con enea que, como el bambú de los parques japoneses, destaca sus uniones convirtiéndolas en protectores de los lugares más expuestos al uso.
La base de la chimenea del salón tiene la forma irregular de las piedras porque está hecha, no forrada, de piedras. También el pavimento del porche (que tiene otra chimenea que recuerda una cueva) es de piedra. Pero al llegar a la zona de la sauna, tan importante en Finlandia, la piedra del suelo se desgaja entre el césped y luego se torna madera. Entonces, los listones continúan el camino y unen la sauna y la piscina. Desde la caseta de madera, cruzan en diagonal para apuntar hacia el agua. En ese recorrido, hay una lama más ancha, tal vez más gruesa, y desde luego más larga, que estira el pavimento para posarlo sobre el agua, convertido en trampolín. Ese trampolín de Villa Mairea es la mejor cereza del racimo. La lama-trampolín pasa inadvertida a quien no se detiene a observar tanto y tan discreto cuidado.
“Los grandes hombres, los mejores arquitectos o artistas, hacen posible que gente menos cualificada logre obras con calidad porque abren el camino”, escribió Jorn Utzon sobre Alvar Aalto. Cuando el finlandés cumplió 70 años, dijo de él que era como una chimenea alrededor de la cual te sientas para encontrar calidez e inspiración. Por su parte Aalto, encontraba su inspiración trabajando. Haciendo pruebas y contemplándolas con un vaso de vino en la mano. A dos horas en coche de la Villa Mairea, cerca de Jywäskylä, donde creció el arquitecto, en la isla de Muratsalo, en el lago Päijänne, Aino y Alvar Aalto levantaron su casa de verano, una vivienda experimental, como él la llamaba. Puede visitarse. La llamaba experimental porque realmente experimentaba en ella. Cada verano probaba allí alguna idea. Las paredes son de ladrillo, de más de 200 combinaciones de ladrillos ensayadas por Aalto para sus edificios, pero ni en una combinación tan variada desentonan en la casa. Los ladrillos de Muratsalo forman la asociación de ladrillos distintos que se da en las mejores casas. Como las cerezas del racimo.
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