Los buenos pueblos
Fueron muchos los arquitectos españoles que, entre 1940 y 1971, echaron mano de ideas, ingenio, talento y dedicación para paliar, con buen diseño, austeridad y mano de obra y materiales locales, la necesidad de reconstruir la España rural. El resultado fueron cerca de 300 pueblos de colonización levantados con una arquitectura cúbica, blanca, sencilla y abstracta y un urbanismo que velaba por la vida cotidiana de las personas primando su recreo y sus desplazamientos por encima del tráfico rodado. Dos publicaciones recuerdan, y detallan, aquella iniciativa todavía modélica.
Sostenía Jose Luis Fernández del Amo que “el artista sólo es artista cuando rasga el velo de algún mundo nuevo”. Él, y 78 arquitectos más, lo rasgaron durante décadas destilando tradiciones y escasez de medios para obtener el diseño con el que sembraron de nuevos pueblos el paisaje español.
Centro social en El Realengo, Alicante, 1957 ( de J.L. Fdez del Amo) Foto: Kindel
La idea partía de los esfuerzos realizados durante la II República para mejorar la agricultura española con un plan de regadíos que incluía desde grandes obras hidráulicas hasta la construcción de viviendas en las que asentar a los agricultores. El arquitecto Miguel Centellas, autor de Los pueblos de colonización de Fernández del Amo, (arquia/tesis) ha escrito que “la reforma de la agricultura fue el proyecto de mayor envergadura iniciado por la República” cuando casi la mitad de la población trabajaba en ese sector. Centellas apunta en su tesis doctoral que Franco supo aprovechar esos esfuerzos. Su libro, parte de los Cinco Congresos Nacionales de Riegos que, entre 1913 y 1934 trataron de transformar los secanos en regadíos y concluye analizando el arte y la abstracción en las iglesias proyectadas por Fernández del Amo, un arquitecto profundamente creyente y un artista decididamente abstracto. En medio quedan las tripas de pueblos como Jumilla (en Murcia) Miraelrío (en Jaén), Cañada de Agra (en Albacete), Vegaviana (en Cáceres) o Villalba de Calatrava (en Ciudad Real) fotografiados por Kindel.
Otra publicación, Los Itinerarios de arquitectura 3,4 y 5 “Pueblos de colonización”, compilada por Manuel Calzada y editada por la Fundación Arquitectura Contemporánea, añade 128 pueblos más en una guía, con visita virtual en DVD, que propone tres itinerarios por las zonas del Guadalquivir y la cuenca mediterránea sur, el Guadiana y el Tajo, y, finalmente, el Ebro, el Duero, el Norte y el Levante peninsular, en los que rastrear los poblados.
Con Fernández del Amo, de la Sota, Torroja o Fernández Alba firman muchos de esos pueblos blancos construidos cuando la tecnología disponible era escasa, los presupuestos mínimos y la decisión de emplear los materiales y la mano de obra de la propia localidad o de la región era firme. El resultado son ensayos urbanísticos en forma de grandes cortijadas, trazados orgánicos, con manzanas hexagonales, o parcelaciones giradas, en los que todos los elementos –de los pavimentos y faroles a los bancos, escalinatas, fuentes o verjas- tienen, todavía hoy, un enorme valor estético.
Ideas como sustraer de las calles con viviendas el tráfico rodado -llevándolo a circuitos exteriores- o la voluntad de tratar esas mismas calles peatonales como zonas de estar, lugares para el reposo y el paseo están presentes en los trazados de muchos de estos pueblos. “La calle recta es apropiada para el tránsito, pero no para estar en ella”, recuerda Centellas. Proponer la plazoleta –rodeada de casas- frente a la manzana –con las casas agrupadas- o interrumpir las circulaciones para humanizarlas fueron algunos de los recursos sencillos, pero certeros, empleados por aquellos arquitectos. En el Poblado B, que de la Mora, Lacasa, Martí y Torroja proyectaron junto al Guadalquivir, las cuatro calles de acceso al pueblo no se prolongaban entre sí. Interrumpen su línea recta al llegar a la plaza central.
Los poblados tenían entre 100 y 400 casas. Y el arquitecto jefe del servicio de arquitectura del Instituto Nacional de Colonización, la institución que supervisó durante el franquismo la construcción de los poblados, fue, durante 34 años, José Tamés. Ese nombre está detrás de los trabajos de funcionarios como Jesús Ayuso Tejerizo, Pedro Castañeda, Agustín Delgado, Manuel Jiménez, Manuel Rosado o el propio Fernández del Amo.
En julio de 1959 una muestra sobre el pueblo de Vegaviana en el Ateneo de Madrid ganó la Medalla de Oro Eugenio D’Ors, el Premio Anual de la Crítica de Artes Plásticas. Dos años después, el urbanismo de ese pueblo cacereño, y el de otros cuatro, lograban otra medalla de oro, la de la Bienal de Sao Paulo otorgada por un jurado presidido por Oscar Niemeyer que valoró “que las viviendas, partiendo del hombre, sirvieran para su plena expansión vital”. Fernández del Amo, que fue compañero de Miguel Fisac y Francisco Cabrero y, entre 1952 y1958, director del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, alimentó con los encargos para las iglesias de sus pueblos las escasas finanzas de muchos de los pintores y escultores del grupo El Paso (de Manuel Millares a Rafael Canogar). En 1990, cinco años antes de morir, fue nombrado pregonero de las fiestas en honor de la virgen de Fátima que se celebran Vegaviana. Hasta allí fue con los artistas que habían decorado la iglesia. Luego, a una de las plazas de ese pueblo le pusieron su nombre.
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