Un camino tortuoso detrás de la valla
Ismael Aboubakar, que recorrió cuatro países de África antes de cruzar la frontera, se enfrenta a otro difícil viaje hacia la regularización
La de Ismael Aboubakar es la historia de la constancia. A los 17 años inició un largo viaje desde su país, Níger, en busca de una vida mejor. Ahora tiene 20 y forma parte del grupo de los privilegiados que un día logró saltar la valla que lo separaba de España. Sin embargo, el paso de esa frontera sólo ha sido el principio de otro arduo camino, el que lleva a un inmigrante a regularizar su situación en un país europeo. La segunda etapa del viaje de Ismael empezó hace seis meses.
El 7 de abril pasado, Ismael saltó por última vez la valla que separa Melilla de Marruecos. Antes lo había intentado en docenas de ocasiones, según cuenta, durante los seis meses que vivió escondido en el monte boscoso de Gurugú, junto a la frontera. En ese tiempo cayó en varias redadas de los gendarmes marroquíes, que lo llevaron a la frontera con Argelia, pero en todas las ocasiones dio la vuelta con la decisión de llegar a Europa. "Muchos se han roto las piernas o los brazos al saltar la valla, pero yo nunca me rompí nada", explica con cierta satisfacción este hombre joven y fuerte, como la mayoría de los que han resistido la extenuante experiencia de atravesar África. Él "sólo" conserva unas cicatrices en las manos y en la espalda.
Su primer logro tras pasar la frontera y permanecer escondido durante tres días fue llegar a la comisaría de Melilla, donde se iniciaron unos trámites que le permitieron residir en el Centro de Estancia Temporal. Después continuó camino hacia Madrid, donde recibió una primera ayuda de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), que tiene un programa con el Ayuntamiento de Madrid para acoger a subsaharianos que deambulan por la ciudad en situación irregular.
Muerte civil
Los extranjeros sujetos a un expediente de expulsión que ya está resuelto y proceden de un país con el que no hay convenio de admisión "se quedan en una situación de muerte civil" afirma Enrique Santiago, secretario general de la CEAR. Estas personas "están en la calle con una orden de expulsión que los inhabilita para trabajar y para residir, no tienen ningún derecho, pero no pueden ser expulsados". Lo único que les queda es conseguir que un abogado les tramite los papeles para conseguir documentación. El caso de los que proceden de países donde se viven conflictos bélicos o se vulneran los derechos humanos es distinto, ellos pueden solicitar asilo, pero en algunos casos ni siquiera lo saben.
Durante su largo periplo por varios países del continente africano, Ismael trabajó como fontanero en algunas ocasiones, pero la mayor parte del tiempo subsistió mendigando. Ahora vive cerca de Madrid, con un compatriota que le ayuda. Pero su situación sigue siendo de muerte civil. "No quiero mendigar, quiero trabajar, que el Gobierno se entere", asegura con tono desesperado. Para llegar hasta aquí ha recorrido varios países del corazón de África: Níger, Libia, Argelia, Marruecos. El episodio más dramático de su odisea tuvo lugar en la primera etapa, en el paso de Níger a Libia. Había cogido un camión en el que viajaban apiñadas más de cien personas y con el que tenían que atravesar una zona desértica. Cuando llevaban dos días viajando, el camión se averió. "El conductor dijo que iba en busca de ayuda y que en dos días estaría de vuelta. Pero pasaron siete. Al poco tiempo nos quedamos sin agua, buscábamos leña para hacer fuego por las noches. Estábamos débiles, se nos acabaron las fuerzas. Siete personas murieron". En su último intento por salvar la vida, quemaron las ruedas del camión para hacerse ver desde lejos y consiguieron que un vehículo que venía de Libia los localizara. Después, Ismael siguió hacia el norte.
Como él, miles de subsaharianos han viajado hacia las puertas de Europa. El flujo que llega a Marruecos no ha aumentado en los últimos meses, pero al ser más difícil pasar la frontera se acumulan en sus proximidades. Tres factores inciden en la dificultad: la elevación de la altura de las vallas, el acoso de la policía marroquí contra los que acampan en las proximidades de la frontera, y la dificultad de acceder a territorio español con pateras desde que se instaló el Servicio Integral de Vigilancia Exterior (SIVE) en las costas de Andalucía y Canarias.
"El efecto avalancha existe desde hace años", continúa Enrique Santiago. "Con el SIVE, han comenzado las interceptaciones de pateras en suelo marroquí, cosa que no había pasado nunca. Por el convenio de devolución con Marruecos, si los inmigrantes son de esa nacionalidad pueden ser devueltos pero, si son subsaharianos, Marruecos no los acepta porque solicita una prueba de que esas personas han salido de su territorio. Puede que hayan llegado en un barco que suelta la patera al llegar al Estrecho, una fórmula que utilizan algunos países asiáticos que cruzan el Mediterráneo desde Turquía".
Ismael Aboubarak buscó durante meses la manera de cruzar una frontera hacia una vida a la que no podía aspirar en su país. Insistió con perseverancia y logró saltar una valla que se está haciendo infranqueable para otros subsaharianos. Ahora le queda por alcanzar un objetivo que todavía está lejano, el de regularizar una situación que le permita alcanzar el sueño de no tener que volver a mendigar.
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