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Epístola moral a Fabio

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En el plebeyo barro mal tostado
hubo ya quien bebió tan ambicioso
como en el vaso múrino preciado;
y alguno tan ilustre y generoso
que usó, como si fuera plata neta,
del cristal transparente y luminosos.
Sin la templanza, ¿viste tú perfeta
alguna cosa? ¡Oh muere!, ven callada,
como sueles venir en la saeta,
no en la tonante máquina preñada
de fuego y de rumor, que no es mi puerta
de doblados metales fabricada.
Así, Fabio, me muestra descubierta
su esencia la verdad, y mi albedrío
con ella se compone y se concierta.
No te burles de ver cuánto confío,
ni al arte de decir, vana y pomposa,
el ardor atribuyas de este brío.
¿Es, por ventura, menos poderosa
que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.
La codicia en las manos de la suerte
se arroja al mar, la ira a las espadas,
y la ambición se ríe de la muerte.
¿Y no serán siquiera tan osadas
las opuestas acciones si las miro
de más ilustres genios ayudadas?
Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé; rompí los lazos.
Ven y verás al alto fin que aspiro
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.

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