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Montañas rusas y museos para alejar el trauma de los alumnos del colegio engullido por el volcán de La Palma

24 estudiantes de sexto de primaria de la escuela de La Laguna, una de las que quedaron sepultadas bajo la lava, se van a Madrid de viaje de fin de curso gracias a las donaciones

Alumnos del colegio público La Laguna, uno de los sepultados por la lava en la isla de La Palma, durante su viaje a Madrid.
Alumnos del colegio público La Laguna, uno de los sepultados por la lava en la isla de La Palma, durante su viaje a Madrid.KIKE PARA
Ana Torres Menárguez

“Las heridas como mejor se curan es al aire libre”. Mónica Viña, directora del colegio público La Laguna, uno de los que engulló la lava en la isla de La Palma, no se imaginaba que como marca la tradición de su escuela, los alumnos de sexto de primaria pisarían Madrid la última semana de mayo en su viaje de fin de curso. Hace pocos meses fue testigo de cómo muchas de las familias de su colegio vaciaban sus casas en pocas horas acechadas por la lava y lo perdían todo sin poder hacer nada. El 25 de diciembre el volcán se apagó y desde entonces han recobrado cierta calma. Pero la situación de las familias —muchas siguen desplazadas— no permitía costear una salida “muy necesaria” para sus hijos. La mayoría de ellos no había abandonado la isla desde que el monstruo se apagó.

Esta semana, 24 alumnos de sexto de primaria del colegio La Laguna pudieron volar a Madrid gracias a las donaciones de decenas de organizaciones, empresas privadas y colegios de diferentes puntos de España. “El alumnado, superfeliz”, escribía Viña por WhatsApp ya de regreso a la isla, tras recorrer durante cinco días el Madrid de los Austrias, el parque de atracciones o los museos más importantes de la ciudad.

“Después de un trauma, la mejor manera de contrarrestar una emoción desadaptativa es buscar las que están en el otro polo y puedan ser transformadoras. Es lo que llamamos el efecto reciclaje, transformar la basura psicológica fruto del desajuste emocional, en este caso con la sorpresa, la aventura o la curiosidad que puede despertar en ellos un viaje”, explica Antonio Rodríguez, profesor de Psicología de la Educación de la Universidad de La Laguna (Tenerife), impulsor de la asignatura de educación emocional en Canarias y uno de los psicólogos que ha acompañado a los docentes y alumnos del centro en el proceso. “Estos niños aún están en proceso de sanación, y pasará bastante tiempo hasta que puedan digerir el dolor”, añade.

Los restos de ese trauma salen en algunas de las paradas del viaje. Es jueves y toca visitar el museo Reina Sofía. En el arte se ve lo que uno quiere ver, o lo que no puede evitar ver. El grupo se sienta frente al Guernica, de Picasso, y Viña les empieza a lanzar preguntas. “¿Qué sensación les produce?”. Miedo, agobio, locura, maltrato, destrucción, angustia, horror, dicen en voz baja los estudiantes, de 11 y 12 años. La profesora les explica lo que representa la obra y cómo los cuadros pueden transportar a situaciones de la vida actual. “¿Qué es lo que más les llama la atención?”. El blanco y negro para representar la tristeza, se escucha. La vela, dice de una de las chicas. “La vela es la esperanza, ustedes son unos valientes porque han llegado hasta aquí. Han salido y ahora pueden decirle a la gente que se puede salir de la tristeza”, les lanza Viña.

Otra de las obras del Reina Sofía casi hace saltar las lágrimas a otra de las profesoras. Es una pintura de Luis Feito de 1960 y se ven tonalidades oscuras en formas circulares fusionadas con un rojo muy vivo. “Pensaba que lo tenía más superado, pero he visto las nubes negras que veía cada mañana de camino al colegio en mi coche, se me ponen los pelos de punta”, relata Elisabet Morales.

Alumnos y profesores de este centro están familiarizados con el trabajo de las emociones. En 2008 iniciaron un proyecto pedagógico para evaluar a primera hora de la mañana el estado anímico de los alumnos. En 2014, el Gobierno de Canarias, inspirado en centros como este, modificó el plan de estudios y convirtió la educación emocional en asignatura obligatoria para toda la región. El colegio La Laguna era el referente de innovación educativa de la isla. Construido en la parte más agrícola de Los Llanos de Aridane ―una de las tres localidades afectadas por el volcán―, era lo más parecido a un colegio rural. Allí, todas las aulas estaban en una sola planta, dentro de pequeños bloques que se comunicaban con pasillos al aire libre, como un pueblo en miniatura. De fondo, se veían las montañas y las plataneras.

Eiman, de 11 años, es uno de los estudiantes que vivía a pocos pasos del colegio. “La lava estaba al lado de mi casa, no se la llevó... dos horas después de que estallara el volcán nos empezaron a evacuar, nos alojaron en un hotel y días después tuvimos que sacar todos los muebles”, cuenta. Hace meses que pudieron volver. “Es la primera vez que salgo de la isla desde que empezó todo esto, es una buena manera de olvidarse de todo lo que ha pasado”. Su compañera, Paris, de 12, se ha quedado prendada del Museo del Ilusionismo. “Me está gustando mucho Madrid, es como que nadie te mira ni sabe lo que te ha pasado”. Dice que el volcán ha unido más a su familia, que no sabían que en un “solo momento” podían perderlo todo. Este curso le ha costado concentrarse en los estudios. Lo que más ilusión le haría es que se vuelva a abrir la playa de Puerto Naos, municipio que sigue blindado por la emanación de gases. “Quiero que vuelvan a construir las carreteras”.

Vivir en Los Llanos de Aridane, donde está el nuevo colegio —un edificio moderno de dos plantas que les ha cedido el Ayuntamiento—, puede resultar claustrofóbico. “La zona del valle está limitada por bloques y lenguas de lava solidificada, no se puede ir a muchas playas y puedes tardar hasta dos horas y media para desplazarte”, cuenta Viña. Por eso, muchas de las organizaciones que donaron fondos al centro querían que se destinasen a actividades fuera de la isla, que les permitiesen salir y despejarse.

Leo, de 11 años, tiene la cabeza completamente dentro del parque de atracciones al que fueron el miércoles, la Warner. Durante el camino hacia el restaurante donde comen en la zona de Ópera, va enumerando todas las atracciones, el grado de “peligrosidad” y lo diferentes que son de las que ya conocía en otro parque de Tenerife. “No me subí a la montaña rusa con más loopings [giros] porque creo que mis padres no me habrían dejado”. ¿Entonces tenías la altura? “Sí, pero me quedé abajo con unos cuantos más”. “Ha sido la emoción del viaje”, cuentan las profesoras.

Viña quería recompensarles el esfuerzo que han hecho para estar día a día en el colegio, para estar centrados, aunque no siempre al 100%. “Son conscientes de que esto ha costado un dinero. Este año han madurado más rápido de lo que les corresponde por edad, y han sacado mejores notas de lo que esperábamos”.

En 24 horas estarán de vuelta en la isla. Escuchan a la directora contar que ya hay un terreno para construir la nueva escuela en un solar justo al lado del antiguo colegio. Los alumnos dicen que el colegio ha salvado al resto del barrio, que frenó la lava y no dejó que se comiera más casas. Una parte de la escuela quedó intacta, la cancha, y algunos de los chavales que han vuelto a sus casas van por las tardes a jugar. “Les llamo los guardianes, cuidan de nuestra cancha, de lo que queda del colegio”, dice Viña. “¡Se salvó, la cancha se salvó!”, gritan a la vez varios de los alumnos imitando lo que dijo uno de sus compañeros al ver las imágenes televisivas por primera vez.

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Sobre la firma

Ana Torres Menárguez
Redactora de Juventud. Antes, pasó por las secciones de Educación y Tecnología y fue la responsable del espacio web Formación, sobre el ámbito universitario. Es ganadora del Premio de Periodismo Digital del Injuve (dependiente del Ministerio de Derechos Sociales). Fue redactora de la Agencia EFE y del periódico regional La Verdad.

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