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¿Los Ángeles sin palmeras? El debate estético, climático y económico agita a California

Pese a tener un millón de árboles en su parque forestal, el mayor de una ciudad de EE UU, la urbe apenas invierte en su arbolado

María Porcel

Resulta casi imposible de imaginar. El cine, las series y la ilusión siempre nos han hecho ver a Los Ángeles como una ciudad de palmeras. Largas calles con altísimos y oscilantes árboles a cada lado, playas decoradas con ellas, elegantes hoteles rodeados de sus brillantes hojas, hamburguesas y batidos en descapotables adornados por su sombra... o no. Porque ahí está buena parte del problema: en la sombra. Las palmeras, estilizadas y estéticas, apenas generan frescor, algo que resulta, más que incómodo, terrible en épocas de cambio climático. Pero, además, las palmeras son caras, de plantar y de mantener, siempre sedientas. Y, para más inri, están en peligro de extinción en la ciudad. Porque, sorpresa, no, las palmeras no son árboles endémicos californianos. En esta ciudad de inmigrantes, hasta las palmeras lo son.

Aunque se hayan adaptado más que bien al dulce clima del Oeste de Estados Unidos, en realidad buena parte de las palmeras de la ciudad son importadas. Muchos de sus ejemplares y de sus variedades no nacieron en ella, sino que se fueron plantando durante los siglos XIX y, sobre todo, XX. De ahí que la vida útil de la mayor parte de ellas esté en sus últimos suspiros, y que la ciudad tenga que empezar a pensar en su futuro. El área de Los Ángeles consta de un millón de árboles, el parque forestal más grande de todas las ciudades del país (el de Nueva York, con menos extensión, es más denso). Pero según un exhaustivo análisis realizado durante 10 meses por la consultora Dudek, no hay planes para su gestión; tras presentarlo al ayuntamiento, se han empezado a tomar medidas.

La ciudad tiene una hoja de ruta, que llega nada menos que hasta 2050. Pero ya para 2028, año en el que los Oscar cumplirán 100 años y se celebrarán los terceros Juegos Olímpicos de la ciudad, han tomado decisiones. En un informe lanzado en agosto de 2021, explicaban que el 20% de la sombra que producen los árboles de la ciudad está localizado en apenas cuatro barrios: la desigualdad también llega al verdor. Para ese ansiado 2028, pretenden que la sombra en toda la ciudad crezca en un 50%, a través de apoyo de las comunidades y de fondos municipales y privados para, sobre todo, plantar (pero también conservar) árboles considerados grandes, cuyas copas tengan al menos 75 centímetros. Y, a menudo, las palmeras no entran ahí.

Pero para eso hay que invertir. Y curiosamente la ciudad es la que menos invierte en verde del país, según el programa angelino City Plants, fundado por su Departamento de Agua y Electricidad: apenas 6,3 dólares (5,35 euros, al cambio), por persona y año. En presupuesto por árbol (27 dólares al año), está muy abajo, cuando la vecina San Francisco le pone 78 dólares a cada uno de ellos.

Por todo ello, las palmeras resultan complicadas de mantener. Su consumo de agua es elevado, su poda compleja (se necesita maquinaria específica para llegar a su tope, y a un par de expertos), en ocasiones se convierten en nidos para ratas, arden con facilidad y a cambio, pese a su belleza, apenas generan sombra. Pero son tan bonitas que los avispados constructores que desarrollaron la ciudad a finales del siglo XIX las colocaron en cada casa, hermosas y dramáticas, para venderles la soleada California a los helados migrantes del Este. Y en 1932 se plantaron decenas de miles de palmeras mexicanas para animar a la ciudad de cara a sus primeros Juegos. Muchas de ellas aún sobreviven.

La más viejecita de todas, situada ahora en Exposition Park —precisamente donde se celebrarán los Juegos—, se ha mudado tantas veces y es tan conocida que tiene hasta su propia página en Wikipedia. Es tan anciana que ya los operarios ni siquiera suben a ella para podarla, sino que arrancan sus viejas hojas desde una grúa. En 2006 ya hubo una plaga de hongos que acabó con decenas de palmeras importadas en el siglo XVIII, las llamadas palmeras de las Islas Canarias; las nativas sobrevivieron. La enfermedad y la avanzada edad de las canarias hicieron que casi la mitad se infectará (se transmitía por herramientas de poda, como se supo después), y muchas no sobrevivieran, especialmente en zonas icónicas para turistas y propios como Melrose Avenue o Beverly Hills.

En este siglo XXI, con obras aquí y allá, el metro y el aeropuerto en expansión, nuevos museos, más desarrollo de vivienda... se arrancan muchos árboles y, aunque se plantan dos por cada uno que se quita, la sombra tardará años en llegar. Sin contar con que en 2024 el presupuesto para la División Forestal Urbana (que se encarga de 700.000 árboles) se redujo en 1,1 millones de dólares, según Los Angeles Times.

Por eso las palmeras están en el punto de mira. El debate es común en charlas, diarios locales, cadenas de televisión. Los expertos se quejan. Claman por especies menos exigentes y más expandidas, como las bellas (aunque sucias) jacarandas, que tiñen las calles de morado en primavera. Pero, por el momento, y más en una monstruosa ciudad donde resulta difícil tomar decisiones, las palmeras parecen seguir siendo protagonistas de postales y películas.

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Sobre la firma

María Porcel
Es corresponsal en Los Ángeles (California), donde vive en y escribe sobre Hollywood y sus rutilantes estrellas. En Madrid ha coordinado la sección de Gente y Estilo de Vida. Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual, Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS, lleva más de una década vinculada a Prisa, pasando por Cadena Ser, SModa y ElHuffPost.
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