Maisa, un producto diseñado en Valencia para explorar el pensamiento de la IA
La firma ha creado una plataforma para entender cómo los modelos de lenguaje toman decisiones


Desconfianza ante el furor de la inteligencia artificial (IA). Es el sentimiento que predomina en Maisa, la empresa emergente fundada por David Villalón y Manuel Romero con sede en Valencia. Estos jóvenes ingenieros (de 27 y 37 años, respectivamente) buscan destapar “la caja negra” de la IA para entender cómo esta tecnología toma decisiones. Argumentan que los resultados que actualmente arroja no son fiables; los chatbots como ChatGPT siguen equivocándose al generar sus respuestas, errores que no se toleran en el mundo corporativo. Maisa permite a las empresas de sectores exigentes examinar con detalle cómo funciona la IA, qué información procesa y el origen de las respuestas.
Las empresas, según Romero, se han dado cuenta de que las herramientas más populares del mercado de IA son “sistemas con trillones de parámetros que nadie sabe muy bien cómo funcionan, ni siquiera los propios desarrolladores”. Esta mirada crítica sobre la tecnología les llevó a diseñar un motor propio —conocido como KPU— que permite a los usuarios rastrear el origen de cada respuesta de la IA, qué fuentes ha consultado y qué errores ha cometido en el camino. Una característica que la mayoría de los modelos de lenguaje no poseen actualmente. La plataforma está principalmente orientada a sectores como las finanzas o las telecomunicaciones, “donde es impensable un 0,5% de margen de error”, y donde la regulación exige auditar con lupa cómo operan los sistemas de IA en la empresa.
El problema, insiste Villalón, llegará cuando, en lugar de procesar “un Quijote por segundo”, la IA sea capaz de procesar 100 veces ese volumen de datos. Entonces: “¿Cómo podremos revisar en qué parte se ha equivocado? Si destinamos a una persona que verifique cada paso, puede tomarle cientos de horas”, expone. Ahí es donde Maisa pretende diferenciarse. La plataforma permite auditar tareas críticas que requieren grandes volúmenes de información como la gestión de préstamos bancarios, el monitoreo de la cadena de suministro o la contabilización de facturas de proveedores. El precio del sistema se negocia directamente con cada empresa y parte desde los 70.000 euros, según los fundadores.
Villalón y Romero explican que los modelos de lenguaje como ChatGPT están destinados a sufrir alucinaciones (cuando un sistema de IA genera información incorrecta o inventada) porque los datos con los que se alimenta no son estáticos, “están siempre evolucionando y aumentando”, lo que impide que estas herramientas sean más confiables con el paso del tiempo.
Retornos
De esta forma, Villalón cree que han dado con una pieza clave para acercar la IA al día a día de la empresa, en un momento en el que la adopción de la IA en el mundo corporativo parece haberse estancado. Según un estudio del MIT, solo un 5% de las compañías en Estados Unidos ha logrado obtener retornos de sus proyectos de IA. Villalón explica que los sistemas conocidos como “agentes” están fallando en integrarse en los flujos de trabajo porque aún son incompatibles con la mayoría de los programas y aplicaciones que los empleados usan diariamente, como sistemas de mensajería o de gestión de las ventas. Con el objetivo de cerrar esta brecha, en Maisa también están diseñando una plataforma que permite desplegar “trabajadores digitales” que automatizan tareas y a los que se puede seguir el rastro de cada decisión.
En diciembre obtuvierno 4,8 millones de euros en una ronda respaldada por los fondos NFC y Village Global, con sede en San Francisco. Y durante el verano captaron en otra operación otros 21,4 millones de euros en una operación liderada por Creandum, inversor en compañías como Spotify, Klarna y Lovable. La firma valenciana fue recientemente mencionada por la consultora Gartner en sus informes, junto a empresas como Google y Amazon, como uno de los proveedores destacados de IA agéntica. Espera cerrar el año con cinco millones de euros de facturación.
“Estamos compitiendo en un maratón de keniatas”, comparte Romero, quien confiesa sentirse orgulloso de haber desarrollado tecnología que no tiene nada que envidiar a la de otros grandes del sector y, sobre todo, de haber construido un equipo consciente de lo que implica desarrollar deep tech (tecnología de vanguardia). “Hay que estar al tanto de todos los avances del mercado sin dejar de investigar en cómo mejorar el producto cada día”, resume. La única forma de mantener el nivel, confiesa Villalón, es que todo el equipo “corra al mismo ritmo, de lo contrario, hay mucho desgaste mental y físico”. El capital captado servirá para la apertura de oficinas en Londres y Nueva York y para duplicar el tamaño del equipo hasta las 60 personas antes de que termine el año.
Villalón cree que la tecnología que están desarrollando está más pensada para el futuro que para el presente inmediato. A medida que la inversión global en IA se dispara y los modelos de lenguaje como ChatGPT consumen más datos para el entrenamiento, la economía se encamina a un serio dilema. “Si en una década descubrimos una cura para el Alzheimer gracias a la IA y no entendemos cómo se ha llegado ahí, ¿qué vamos a hacer? Ya no solo por conocer si la información es correcta, sino porque, al llegar a la solución a ciegas, empezaremos a perder la capacidad de aprender, y eso es lo peor que nos puede pasar como seres humanos”, zanja.
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