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El precio de los alimentos sube un tercio para los hogares europeos desde 2019

Un estudio del BCE advierte de que el precio de la comida puede redundar en demandas de aumentos salariales y golpea especialmente a las rentas bajas

Álvaro Sánchez

Camuflados a menudo bajo las cifras totales de inflación que presenta mes a mes Eurostat, la oficina estadística comunitaria, los precios de los alimentos se han convertido en una pesada losa para los consumidores de todo el continente. Mientras la inflación general de la zona euro está en el 2,1%, la de los alimentos se resiste a bajar con la misma alegría, y en agosto se mantenía aún en el 3,2%. La percepción a pie de calle tiende a insistir en que la cesta de la compra no deja de encarecerse, y un artículo publicado este jueves por varios expertos del Banco Central Europeo les da la razón. “Para poder comer, los consumidores europeos pagan aproximadamente un tercio más que antes de la pandemia”, concluye el texto. España, con un 34% de subida, está prácticamente en la media.

El comentario, escrito por Elena Bobeica, Gerrit Koester y Christiane Nickel, todos ellos asesores del banco, tiene un título elocuente: Cuando los alimentos muerden: el papel de los precios de la comida en la inflación de la zona euro. Y evita el triunfalismo en un momento propicio para la complacencia, con el BCE dejando en pausa los tipos de interés por estimar que la inflación está bajo control. “Cuando la gente va al supermercado, muchos se sienten más pobres que antes del aumento repentino de la inflación que siguió a la pandemia. Uno de cada tres se preocupa por poder permitirse los alimentos que quisiera comprar. Y esto es más que una simple sensación: los precios de los alimentos se mantienen obstinadamente altos”, advierten.

Las quejas de los consumidores, por tanto, no son infundadas. La inflación ya no es la amenaza de hace tres años, cuando llegó a doble dígito y la política monetaria tuvo que intervenir subiendo los tipos de interés para enfriar la economía, pero eso no significa que las secuelas hayan desaparecido, especialmente si se observa lo micro, es decir, la realidad de la economía familiar, frente a lo macro, o la frialdad de las grandes cifras. “En general, estamos en una mejor situación. Pero para muchos hogares no es así“, señalan los analistas de Fráncfort.

Energía, servicios, bienes de consumo y alimentación son las cuatro grandes categorías que se tienen en cuenta para medir la inflación. La comida pondera el 20% en el indicador de precios, más del doble que la energía, y ese 3,2% de subida es la diferencia respecto a los precios de hace 12 meses. El problema es que son ya varios los años de incrementos que van acumulándose, y la subida de los alimentos, aunque fue más lenta, alcanzó un pico más alto que la inflación general, superior al 15%, por lo que no importa tanto el encarecimiento del último ejercicio como la fatiga del consumidor tras un lustro de perder poder adquisitivo en el supermercado. “La brecha que se ha acumulado desde 2022 es claramente excepcional y persistente”, reconoce el BCE.

Bajando a lo concreto, en la zona euro los precios de la carne de vacuno, ave y cerdo, por ejemplo, son ahora más de un 30% más altos que a finales de 2019. Los de la leche han aumentado alrededor de un 40%, y los de la mantequilla alrededor de un 50% en comparación con los niveles prepandemia. Los precios del café, el aceite de oliva, el cacao y el chocolate han aumentado incluso más.

Todos ellos son productos básicos para los hogares, pero el impacto no es uniforme. “Todos tenemos que comer, pero los precios de los alimentos son aún más importantes para los hogares con ingresos más bajos, para quienes poner una comida en la mesa todos los días consume una mayor parte de sus ingresos”, resume el BCE.

Peligro de espiral

¿Por qué tratar el tema justo ahora? Los expertos del Eurobanco creen que era pertinente por la brecha que se está abriendo entre el precio de los alimentos y los generales, por el citado golpe a los hogares de renta más baja, y porque los alimentos, al comprarse en muchos casos de manera diaria, afectan particularmente a las expectativas de inflación de los consumidores, que al interactuar con unos precios al alza constantemente, aunque sean pequeñas variaciones, tienden a sobreestimar el impacto de la inflación.

Ante ese panorama, los hogares buscan fórmulas para salvaguardar su poder adquisitivo que pueden ser contraproducentes para la estabilidad de precios. “Dado que los hogares con menores ingresos dependen en gran medida de los salarios [los de renta más alta suelen recibir también ingresos de inversiones], las altas tasas de inflación efectiva para estos hogares también pueden impulsar las demandas salariales que impulsan aún más la inflación mediante los llamados efectos de segunda ronda”.

Es decir, la inflación alimentaria anima esa espiral de pedir más dinero al jefe, para poder gastar más, y ese aumento del sueldo, a su vez, contribuye a hacer crecer los precios. Este fenómeno, por tanto, presiona al BCE para no bajar más los tipos hasta ver que los precios de los comestibles también se moderan como el resto.

Guerra y cambio climático

En la zona euro, el aumento del precio de los alimentos desde finales de 2019 oscila entre el 20% en Chipre y el 57% en Estonia. En el origen, la invasión rusa de Ucrania, y su consiguiente aumento del coste de la energía (en particular, del gas) y de los fertilizantes, fue el que impulsó al alza los precios de la comida, especialmente en los Estados bálticos. Así fue sobre todo entre 2021 y 2023, pero más recientemente las causas se han diversificado, y según el BCE van desde el aumento de los costes laborales, la menor productividad del sector agrícola, el crecimiento de la demanda en mercados emergentes o fenómenos climáticos extremos.

Entre ellos cita la prolongada sequía en el sur de España en 2022 y 2023 que encareció el aceite de oliva, o la subida de precio del café y el cacao por condiciones meteorológicas adversas en países exportadores como Ghana y Costa de Marfil. “De cara al futuro, es muy probable que se intensifique el impacto de tendencias estructurales como el cambio climático”, vaticina.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.
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