Adiós a Isak, la persona que hacía fácil lo difícil
Marc Puig, presidente ejecutivo de Puig, destaca la avidez insaciable por aprender de Isak Andic y su capacidad para absorber todo aquello con lo que interactuaba
“Se nos ha ido el jefe, se nos ha ido el jefe”, repetía ayer Nahman, el querido hermano de Isak, con tremenda tristeza, ante la incrédula noticia de su repentina pérdida: “Él se ocupaba de todos, ¿y quién lo hará ahora?”. Ayer fue un día muy duro. Hay pérdidas que son como puñetazos en el estómago, que te dejan sin respirar y, por un momento, parece que te falte el aire para llenar los pulmones.
Conocí a Isak hace muchos años. Mi padre había ayudado mucho a abrir las puertas a un mundo nuevo a este empresario hecho a sí mismo, que había dedicado toda su vida al proyecto de Mango. Ese apoyo moral y esa acogida incondicional hicieron que mi padre fuese casi como un segundo padre para él. En mi caso, empecé a tratar a Isak por nuestra relación como licenciatario para las fragancias de Mango, un proyecto que nunca llegó a despegar y que al final le propuse abandonar, pues pensaba que era mejor proteger esa amistad que perseverar en un proyecto que, a pesar de todos nuestros intentos, no supimos hacer realidad. Luego coincidimos en el consejo internacional del IESE, en el Patronato de los Premios Princesa de Asturias, en la junta del Instituto de la Empresa Familiar y, desde hace poco tiempo, en el consejo de la empresa que él fundó cuando me pidió que le acompañase. Y desde entonces habíamos ido desarrollando una relación que se convirtió en admiración, respeto y amistad y que me permitió descubrir a la gran persona que había detrás de ese proyecto.
Muchos conocéis la historia de ese inmigrante turco venido desde Estambul que llega a España como un adolescente que ni siquiera habla bien nuestro idioma. Persona perseverante que en sus inicios llena el coche de prendas y recorre España y determina no volver a casa hasta que no haya vendido toda la mercancía. Con un ojo clínico, tremendamente atento a todo lo que le rodeaba, que no deja escapar ningún detalle, y con una avidez insaciable por aprender, una curiosidad que le permitía absorber de todo aquello con lo que interactuaba, y una capacidad innata de reconocer lo que es bello, la estética de las cosas. Son talentos que desafortunadamente no se pueden aprender, o se tienen o no se tienen, e Isak los tenía muy desarrollados.
Isak tenía además la habilidad que tienen pocas personas de desgranar el grano de la paja. Ante problemas complejos, en los que otros se pierden, Isak tenía la capacidad de desglosar el tema en sus tres capítulos principales —ABC— y, fruto de esa síntesis en la esencia del problema, poder traducir la cuestión en las tres iniciativas que iban a permitir encontrar el camino para la solución. Para muchos, parece fácil, porque no son ni conscientes de la dificultad de ese ejercicio, y pocas personas he visto con esa capacidad de hacer fácil lo complicado.
Pero, quizás, uno de los atributos que mejor describen a Isak es el de la generosidad con quienes le rodeaban, moral y material. A mí me hacía gracia porque pocas veces he visto una persona más generosa. Genuinamente, atribuía sus éxitos a los demás, decía que él hacía años que ya no hacía nada, y lo decía porque así lo creía, como si todo se hubiese construido a su alrededor con él como mero espectador. Se hacía querer, pues tenía la capacidad de hacer que todos aquellos que trabajaban con él sintiesen su reconocimiento. Ay, si solo hubiese algunos pocos más como él, que parece que no hagan nada y cuánto bien hacen alrededor. Cuando ejercía de anfitrión, cosa que hacía a menudo, no conozco a mucha gente que se desviviese tanto para que todos disfrutásemos del momento. Cuántos recuerdos vividos nos quedarán en la memoria para siempre.
Revisando mi agenda para hoy, domingo, veo una comida en casa de Isak, en apoyo a una de las muchas causas a las que dedicaba su esfuerzo y que ahora quedará huérfana. Una de tantas, y como tantos de nosotros.
Ayer, poco antes de aterrizar en Barcelona, mirando a través de la ventanilla del avión, había una luz especial, y vi la imagen de Barcelona, la ciudad que le había dado tanto y a la que tanto había dado. Al fondo se ve la montaña de Monserrat, el lugar de su descanso y, por alguna razón extraña que no logro entender —pues es una imagen que se repite a menudo en mi retina y que no me da por fotografiar—, esta vez sentí la necesidad de hacer una foto, que guardo en mi móvil. Era poco después de la una de la tarde. Yo creo que era Isak que quería despedirse y me decía adiós.
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