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Las gasistas se resisten a perder el millonario negocio de las calefacciones del futuro

La aerotermia, que opera con electricidad, se postula como la alternativa más barata y eficiente. El sector fósil pone en valor el biometano, una alternativa que no obligaría a cambiar las calderas

Un trabajador monta una bomba de calor para edificios residenciales en una fábrica de Alemania.
Un trabajador monta una bomba de calor para edificios residenciales en una fábrica de Alemania.Sascha Schuermann (Getty Images)
Ignacio Fariza

Las calefacciones europeas del futuro encierran una certeza y un puñado de incertidumbres. Se sabe, a ciencia cierta, que no serán de gas fósil, el combustible que hoy domina —a gran distancia del resto— en países como España pero que pasará a mejor vida en las próximas décadas. Por el bien de todos. Lo que se ignora, y es la pregunta del millón, es cómo se alimentarán: si el mercado, como parece, se encaminará a las llamadas bombas de calor —sistemas de climatización ultraeficientes y alimentados con electricidad—; o si, por el contrario, se impone el biometano para alimentar las calderas actuales. Una disyuntiva que deja en disputa un jugoso pastel, valorado en miles de millones de euros, entre compañías eléctricas y gasistas.

La pugna apenas comienza ahora, pero el partido parece claramente decantado a favor de las bombas de calor, también conocidas como aerotermia. No solo porque son entre tres y cinco veces más eficientes que sus competidores fósiles, según las cifras de la Agencia Internacional de las Energías Renovables (Irena, por sus siglas en inglés), sino porque también ofrecen la posibilidad de enfriar el ambiente —una necesidad cada vez más imperiosa en los meses de verano—. Y porque el camino hacia la generación de electricidad renovable está bien pavimentado: la fotovoltaica más que triplicará su potencia instalada de aquí a 2030 y la eólica se duplicará, según las proyecciones oficiales. Aprovechar toda esa nueva capacidad de esa producción depende, en gran medida, del despliegue masivo del coche eléctrico y de esta nueva alternativa de climatización.

También porque el propio mercado europeo rema en esa dirección: la invasión rusa de Ucrania, y el consecuente cortocircuito sobre las importaciones comunitarias de gas natural, ha sido el argumento definitivo para más de tres millones de hogares hayan dado el paso definitivo hacia las bombas de calor, un 40% más que un año antes. En muchos casos, completando la instalación con paneles solares en el tejado para abaratar aún más la factura eléctrica.

La dinámica es particularmente acusada en los países del centro y del norte del continente, donde el porcentaje de viviendas unifamiliares es mayor y la electrificación navega ya a ritmo de crucero. “Todo parece indicar que las bombas de calor son el futuro de las calefacciones en Europa, aunque la solar térmica y la bioenergía [una categoría en la que entra el gas renovable] también aportarán”, proyecta Michael Taylor, de Irena.

Cero emisiones en 2050

Es mucho lo que está en juego. La Unión Europea tiene que descarbonizarse por completo en 2050. Y, hoy por hoy, los sistemas de calefacción y refrigeración siguen suponiendo la mitad del consumo total de energía de los hogares, y los combustibles fósiles siguen aportando el 80% de esa energía. Unas cifras que explican la férrea resistencia del sector gasista a perder los estribos de un mercado tan jugoso como este, en el que hasta ahora han ejercido un monopolio incontestable y en el que ha descansado una parte sustancial de sus ganancias.

Reemplazar todo el parque actual de calderas domésticas por bombas de calor “no será posible en España”, rechazaba hace unos días la patronal gasista Sedigas en un evento dedicado casi íntegramente a glosar las bondades del biometano en el sistema de calefacciones del futuro. Su principal argumento es el coste: un equipo de aerotermia (alrededor de 15.000 euros) es mucho más costoso que una caldera de condensación. Y la alternativa que plantean es reemplazar el gas natural (fósil) que fluye hoy por el sistema español por el generado con residuos, de producción endógena y en el que el potencial español —de momento, inaprovechado— es sencillamente gigantesco.

Que las calefacciones del futuro sean o no renovables, argumenta el presidente de la asociación gasista, Joan Batalla, no tiene tanto que ver con los equipos que se empleen (calderas modernas o bombas de calor) sino con el tipo de energía que utilizan: si el gas es renovable, la calefacción, sea cual sea, también lo será. Según los cálculos de Sedigas, la producción de biometano en España tiene potencial suficiente para cubrir con holgura el 100% de la demanda doméstica sin necesidad de invertir en nuevas redes de transmisión y sin tener que cambiar las calderas.

“Las bombas de calor son la única manera probada de lograr la descarbonización”, contrapone Sarah Azau, de la European Heat Pump Association, una suerte de patronal sectorial radicada en Bruselas. La biomasa —como el pélet—, aduce, no es escalable a todo un país o un continente y tiene una “dudosa huella de carbono”; la solar térmica “no es suficiente para calefactar” en climas fríos; y los gases renovables “no se producen a un volumen siquiera cercano para reemplazar la energía fósil”.

El gran problema de las bombas de calor es, según todas las fuentes consultadas, su coste, sustancialmente más alto que el de sustitución de una caldera atmosférica por una de condensación. “Ahora, con las subvenciones públicas, y a pesar de la ausencia de una verdadera fiscalización de los combustibles fósiles que se utilizan en calefacciones, es un problema menor de lo que fue”, argumenta Taylor. “Además, en paralelo, la industria está elevando su producción. Y una mayor competencia y escala debería llevar a precios más competitivos”.

El segundo frente abierto es fiscal: de media, dice el técnico de Irena, los Gobiernos europeos siguen gravando más la electricidad que los combustibles fósiles, lo que encarece artificialmente una fuente de energía mucho más económica. Y el tercero es el espacio: en casas unifamiliares, hacer hueco para un aparato de aerotermia es relativamente sencillo; pero en países como España, donde casi las dos terceras partes de la población vive en pisos, es un reto adicional. Los retos son importantes, pero en la millonaria partida de cartas que se libra por el futuro de las calefacciones, las bombas de calor parten con varios cuerpos de ventaja.

Miguel Jiménez, granadino de 33 años, es uno de los que ya ha dado el salto del gas a la aerotermia al mudarse justo antes de la pandemia a una casa de nueva construcción. Su experiencia general es positiva: “La tenemos puesta todo el año, tanto para calor como para frío, y es bastante más barato que una caldera convencional y un aparato de aire acondicionado juntos”, relata por teléfono. “El único problema es que tardó en remontar la temperatura al principio, pero una vez la tenemos en marcha, y a pesar de no tener paneles solares, los consumos son bajos y el mantenimiento mínimo”.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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