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España recurre a América Latina para cubrir el hueco de Rusia en el mercado petrolero

Brasil y México pasan a liderar la tabla de suministradores de crudo tras el veto a Rusia. Ambos países son ricos en petróleo pesado, el que necesita España para suplir lo que llegaba desde el gigante euroasiático

Repsol
Vista de la refinería de Repsol en A Coruña.efe
Ignacio Fariza

El último cargamento de crudo ruso llegó a las costas españolas hace casi un año: el 15 de abril de 2022. Lo hizo al puerto de Cartagena, a bordo del petrolero Minerva Eleonora, un buque de más de 240 metros de eslora y bandera liberiana. Desde entonces, no ha llegado ni una sola gota más de petróleo de los Urales, sujeto a sanciones y que la guerra ha convertido en tóxico a lo largo y ancho de Occidente. Ante la tesitura, los importadores españoles —una potencia refinera a escala europea, exportadora neta de carburantes— han tenido que activar otros resortes para traer de otros países una cantidad no menor de crudo: unos 150.000 barriles diarios, alrededor del 13% del consumo total español.

En esa búsqueda de proveedores alternativos, una gran figura emerge por encima del resto: América Latina. Tras varios años de relativa atonía en las importaciones de crudo, las llegadas desde el bloque se han disparado, con Brasil a la cabeza. Entre mayo del año pasado —el primer mes sin llegadas de crudo ruso a los puertos españoles— y diciembre llegaron a España más de 12,7 millones de toneladas de petróleo desde la enorme franja de tierra que va del río Bravo a Ushuaia. Es la mayor cifra de siempre, un 60% más que un año antes y un tercio más que en 2019, el último ejercicio antes de la pandemia, según los datos de la Corporación estatal de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (Cores).

“En febrero de 2022, el último mes ‘normal’ antes de la guerra, era difícil encontrar países de América Latina entre los mayores proveedores españoles de crudo: prácticamente todo venía Kazajistán, Estados Unidos, Nigeria, Arabia Saudí o Libia”, recuerda Viktor Katona, analista líder de petróleo de la consultora Kpler. En un año, esa foto fija ha mutado por completo: “En febrero, Brasil ha pasado a ocupar el primer lugar y México el segundo”. No es ninguna coincidencia: en lo que va de marzo, la tabla de importaciones arroja una imagen similar, con las dos mayores potencias latinoamericanas en cabeza.

Como en el caso del gas —aunque en mucha menor medida—, a España también está llegando más crudo desde Estados Unidos. “Su petróleo, sin embargo, es muy liviano y no es el sustituto perfecto ideal del ruso”, apunta Jorge León, vicepresidente sénior de la firma de análisis energético Rystad. “Pero, efectivamente, lo más significativo es el aumento en las llegadas de crudo latinoamericano, sobre todo desde Brasil, que se ha convertido en el primer suministrador español en este inicio de 2023″. En parte, según la expresidenta de Citgo Luisa Palacios, porque la producción brasileña que antes iba a China ha acabado en el Viejo Continente tras ser expulsado del gigante asiático por el crudo ruso, al que el Kremlin ha tenido que aplicar fuertes descuentos.

En estas circunstancias, la mayor llegada de crudo brasileño —en detrimento del ruso— está permitiendo, según Katona, reducir el consumo de gas natural en las refinerías españolas. ¿La razón? Al tener menos azufre, requiere menos hidrógeno en el proceso de destilado. Y el hidrógeno sigue generándose, mayoritariamente, con gas natural. “Ha sido de gran ayuda”, sintetiza el analista de Kpler.

Pese a los miles de millas náuticas de océano Pacífico que separan Rusia de las principales potencias petroleras latinoamericanas, el tipo de crudo que ponen en el mercado es —por lo general— muy similar: pesado, ideal para la producción de los llamados destilados medios, como el diésel o el queroseno de aviación. Solo algunos países de Asia Central —como Azerbaiyán— pueden aportar un tipo de petróleo equiparable.

La “recalibración estratégica” de España hacia América Latina —en palabras de Katona— se ve sustentada, además, por la reanudación de los flujos desde Venezuela: la semana pasada, sin ir más lejos, Kpler registró la llegada de sendos cargamentos de crudo de ese país a los puertos de Cartagena y de Tarragona. Colombia e incluso Ecuador —este último, desaparecido durante años de la tabla de importaciones energéticas españolas—, también están volviendo a vender cantidades sustanciales a España. Y otros dos países sudamericanos —aunque no latinos—, Guyana y Trinidad y Tobago, se han convertido en proveedores de cierta relevancia.

Las ocho refinerías activas en España —uno de los pocos exportadores netos de carburantes del Viejo Continente— son lo más parecido a una navaja suiza: sirven para procesar todo tipo de crudos: ligeros o pesados; ácido o dulce (en función de la cantidad de azufre que contiene)... Esa versatilidad no solo es un atributo muy positivo en estos tiempos, en los que la seguridad de suministro ha pasado a primera línea de preocupaciones, sino que permite traer petróleo desde prácticamente cualquier productor del planeta.

“Este mayor grado de intercambio es bueno para España y bueno para América Latina. Las dos partes salen ganando”, resume León, de Rystad. Palacios, hoy profesora del Centro de Política Energética Global de la Universidad Columbia, en cambio, toma el movimiento con un grano de sal: “Es cierto que es una oportunidad para Latinoamérica, pero hay que ponerlo en perspectiva: la cantidad no es mucha y su mayor cliente sigue y seguirá siendo EE UU”. Y es que, aunque la producción petrolera de Brasil y de Guyana —los países que mejor están aprovechando la ocasión— ha crecido con fuerza en los últimos tiempos, esta no lo ha hecho en el conjunto de la región. “Los petroleros tradicionales de la región han sufrido y siguen sufriendo un gran declive”, recuerda al otro lado del teléfono.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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