Los rostros de la pandemia en el mercado laboral
EL PAÍS entrevista a cuatro personas que tratan de salir adelante a pesar del impacto que el coronavirus ha tenido sobre sus empleos
Tras más de un año de pandemia, millones de españoles llegan al Primero de Mayo con sus condiciones laborales mermadas. Unos han perdido su trabajo, otros han sufrido un recorte en su sueldo o sus horas, y los que ya sufrían el desempleo en el pasado, han visto cómo se esfumaban sus opciones de encontrar un puesto.
Los datos hasta marzo de la Seguridad Social cifran en 438.617 los empleos perdidos en apenas 12 meses, y en 401.328 los nuevos parados en España. La tendencia de los tres últimos meses no ha ayudado: la Encuesta de Población Activa (EPA) apunta a que se han perdido entre enero y marzo 137.500 empleos.
Más aún son los que, pese conservar su trabajo, llegan a final de mes con la respiración asistida de las ayudas, especialmente en la hostelería, el comercio y el turismo. Los ERTE asisten a algo más de 740.000 personas y 450.000 autónomos reciben aportaciones para mantener a flote su negocio.
Los siguientes perfiles recogen la experiencia de cuatro trabajadores que han visto trastocada su situación laboral, de entre un océano de historias que deja la estela de la pandemia.
“Los de mi edad lo tenemos crudo”
Verónica González | Madrid
Después de permanecer 20 años como empleada de la aseguradora Fénix Directo, Verónica González (51 años) se quedó sin trabajo el pasado enero. De las 110 personas que componían la plantilla, 18 salieron como consecuencia de un ERE. “Se quitaron de encima a todos los mandos intermedios, y lo peor es que sé por otros compañeros que ahora están tirando de ETT [empresa de trabajo temporal] para cubrir esos huecos”, explica al otro lado del teléfono.
No pudo empezar a cobrar el paro hasta marzo, ya que tuvo problemas con las gestiones administrativas. “Busco trabajo a través de LinkedIn, pero parece ser que mi nivel formativo es demasiado alto para conseguir un empleo ahora mismo. Tal y como está el mercado laboral, las personas de mi edad lo tenemos especialmente crudo. El panorama es durísimo”, asegura.
Separada desde hace 10 años, vive con sus dos hijos en Pelayos de la Presa (Madrid). “Tengo una hipoteca de 800 euros y ahora mismo en ningún trabajo ganas más de 1.000 o 1.200 euros. Espero encontrar algo pronto porque soy bastante optimista, pero lo veo bastante crudo la verdad”, confiesa con resignación.
“Volveré a la isla, pero no sé si habrá trabajo”
Abraham Márquez | Granada
Baleares ha sido la región más golpeada por la pandemia, y allí es donde Abraham Márquez, de 28 años, migraba cada año desde Granada para cubrir la temporada turística, y así ahorrar para vivir en invierno en la Península. Pero desde hace dos veranos no ha podido volver al hotel donde trabajaba como camarero, en la Cala D’or de Mallorca, epicentro turístico del archipiélago.
Aunque su jefe no le llame este año, asegura que viajará igualmente a Baleares para buscar empleo, de lo que sea: “En verano volveré a la isla, pero no sé si habrá trabajo”. Él y sus compañeros dependen de que vengan ingleses y alemanes, prácticamente desaparecidos desde que irrumpió la pandemia. “Espero que el hotel abra al menos en julio y agosto, me han dicho que hay algunas reservas, pero nada oficial”, cuenta al teléfono.
Si no encuentra nada, tendrá “un problema gordo”. Su novia (con el paro agotado) y él sobreviven con los 800 euros del ERTE, pero sabe que no durará para siempre. Además, tienen una hipoteca que les come la mitad de lo que ingresan: “Tuvimos que comprar un piso en Mallorca para vivir mientras trabajábamos, los alquileres allí son muy caros y muchas veces ni encuentras”.
Abraham dibuja un panorama desolador entre los chavales de su quinta. “Los de Granada se las apañan como pueden, buscando trabajillos, algún reparto...”. Pero peor aún están sus amigos de Mallorca, todos dependientes del turismo. “Allí la cosa está muy muy mal. Todos están buscando trabajo”, lamenta.
“El mercado laboral en España debería ser más flexible”
Unai Ugarte | Bilbao
Aunque su profesión es la de profesor de educación física, Unai Ugarte, que hace poco acaba de cumplir 38 años, llevaba los últimos tres trabajando en una empresa de aluminios anodizados en Bilbao. “Llegué a ella por un contacto y en un principio solo para los tres meses del verano en el que entré. Me gustó, y al final me quedé mucho más tiempo del que esperaba”, reconoce por teléfono.
Su empresa cerró hace un año después de que los dos socios se jubilasen. Desde entonces ha hecho múltiples cursos de formación, pero no ha logrado incorporarse a ninguna bolsa de trabajo. “No doy el perfil en casi ninguno. He pasado varias entrevistas, pero a la hora de la verdad eligen a personas que están en una situación más precaria que la mía. Me siento un poco desamparado”, asegura.
Vive en un piso de protección oficial con su pareja, que está empleada. “A la hora de conseguir un trabajo, lo que funciona en España es el boca a boca. Me gustaría que el mercado laboral fuera un poco más flexible a la hora de encontrar trabajo, y que la formación que se ofrece a los que lo estamos buscando activamente también”, apunta.
“Lo único que tengo claro es que la hipoteca la tengo que pagar”
Raúl Ibáñez | Bilbao
El sector turístico ha sido el epicentro del desastre económico provocado por la covid. Lo sabe bien Raúl Ibáñez, conductor de autobuses bilbaíno, que desde un día después de que se declarase el primer estado de alarma, el 15 de marzo de 2020, lleva en ERTE. Trabaja tan solo 15 días al mes. “El poco trabajo que tenemos ahora es el que nos ofrecen los colegios”, describe al otro lado del teléfono. “No nos sale nada. Las restricciones de movilidad nos afectan directamente”, añade.
Su pareja también trabajaba en el sector servicios. Era guía turística, pero se quedó sin trabajo y ahora ha encontrado uno en otro ámbito. “Hemos pasado por momentos difíciles, como todo el mundo. Nos habíamos comprado un piso dos meses antes de la pandemia”, detalla. No tienen hijos. “No parece un buen momento para tenerlos, ¿no?”, bromea.
Asegura que no tiene un plan b si el ERTE de su empresa se convierte en un ERE. “Lo que tengo muy claro es que la hipoteca la tengo que pagar. Si no trabajo en un sector será en otro. Parado no me voy a quedar hasta que esto arranque. Tengo 39 años y me queda mucha vida por delante para trabajar. Otros compañeros de 55 y 60 años tienen un panorama más complicado que el mío”, concluye.
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