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“Estimada Ana Patricia, yo atraqué varias sucursales del Santander”

Un recluso celebra, gracias a la mediación de la presidenta de la entidad, un encuentro restaurativo para pedir perdón al director de una oficina que asaltó

Óscar López-Fonseca
Ana Patricia Botín, Presidenta del Santander, en su despacho de la sede del banco en Boadilla del Monte (Madrid), el pasado mayo.
Ana Patricia Botín, Presidenta del Santander, en su despacho de la sede del banco en Boadilla del Monte (Madrid), el pasado mayo.Luis Sevillano

“Estimada Ana Patricia. No sé cómo enfocar esta carta y no creo que jamás caiga en tus manos (bueno, en realidad no confío ni en que llegue a leerla la secretaria de tu secretaria), pero yo tengo la necesidad de escribirla. Y como de la necesidad nace el atrevimiento, de ahí que hoy yo me atreva a escribirte estas palabras [...] Debido a mis problemas con las drogas acabé atracando sucursales bancarias a mano armada, y algunas de esas sucursales eran precisamente del Banco Santander”. A finales del pasado noviembre llegó a la sede central de la entidad financiera, en la localidad madrileña de Boadilla del Monte, una misiva manuscrita de dos folios encabezada por estas palabras. Iba dirigida, como otras muchas, a la presidenta de la entidad, Ana Patricia Botín, pero su remitente era peculiar. Se trataba de Julio, de 53 años y encarcelado en la prisión de Burgos desde 2002 para cumplir varias condenas por asaltos a bancos.

En el texto, el preso, que participa en un programa de reinserción, no pedía perdón a la banquera —”no trato de que me perdones; [...]bastante tengo con que algún día pueda perdonarme a mí mismo por el daño causado a mis familiares y a mi propia persona”—, sino que le explicaba las circunstancias que le llevaron a delinquir, entre ellas su drogodependencia. El pasado 29 de enero, dos meses después de enviar la carta, Julio podía, gracias a la implicación de la presidenta del Santander, pedir perdón a una de sus víctimas, el director de la sucursal del Santander en Gipuzkoa que asaltó pistola en mano en 2014, cuando disfrutaba de un permiso penitenciario. Lo hizo en uno de los llamados “diálogos restaurativos”, encuentros que, a semejanza de los 11 celebrados con reclusos arrepentidos de ETA de la llamada Vía Nanclares, tienen como objetivo que las víctimas consigan una reparación, al menos simbólica, por el daño sufrido y, a la vez, facilitar la reinserción de los reclusos.

Durante 45 minutos y a través de viodeconferencia por culpa del coronavirus, Julio y el empleado del Santander hablaron en presencia de dos “mediadoras o facilitadoras” de la Sociedad Científica de Justicia Restaurativa, encargadas de impartir el programa de reinserción. Durante ese tiempo, según ha detallado Instituciones Penitenciarias, el atracador contó al director de la oficina “todo el proceso de reflexión realizado durante su privación de libertad, el cambio de sus motivaciones vitales, y la importancia del encuentro al considerarle representante de todas aquellas personas que fueron víctimas directas de su anterior vida delictiva”.

Por su parte, el empleado del Santander, relató cómo vivió el suceso y la anécdota de que estuvo tranquilo porque estaba convencido de que la pistola con la que le apuntaba Julio era de juguete. Luego la Ertzaintza le informó de que era un arma real. Al término del encuentro, la víctima animó al preso a seguir adelante con la reinserción y este, que también ha seguido un programa para acabar con su toxicomanía, se comprometió a hacerlo, tras lo que le dio las gracias. “De nada, todos somos personas”, concluyó el director de la sucursal. El programa contempla hacer una “sesión de seguimiento” final con la víctima para, antes de cerrar el proceso, constatar que esta ha recuperado la “tranquilidad personal”, según contempla el protocolo de estos talleres.

Un proceso de 21 meses

Elena Ramos, directora de la cárcel de Burgos, se muestra satisfecha del resultado del encuentro: “Ha habido un intercambio sincero. La actitud comprensiva de la víctima ha permitido al interno explicarse”. Ramos detalla que el encuentro ha sido la culminación de un proceso de 21 meses en el que Julio “ha experimentado un gran progreso que empezó con una reflexión personal que le llevó a reconocer el delito, para posteriormente empatizar con sus víctimas y reconocer el daño causado”.

Los encuentros de justicia restaurativa no son nuevos. Contemplados en el artículo 15 del Estatuto de la Víctima, se realizan desde 2016, aunque al principio solo participaban condenados a penas alternativas de prisión, pero no reclusos. El buen resultado de los mismos es lo que llevó a Prisiones en 2019 a extender la iniciativa a los encarcelados, como es el caso de Julio. De los 38 internos que participaron en ellos en 2017 en las cárceles dependientes de Interior —las prisiones catalanas son gestionadas por la Generalitat—, en 2020 fueron ya 855, según Prisiones. Estos diálogos restaurativos están actualmente presentes en las prisiones de 14 comunidades autónomas, Ceuta y Melilla.

“Imagino que en tu mundo ni tendrás tiempo para mí ni tendrá mucho sentido eso de creer en una justicia que se pueda restaurar, reparar de alguna manera, una justicia que busque corregir el daño que se ha cometido... pero de eso se trata. O, por lo menos, de eso se trata para mí, y de ahí el objeto de esta carta”, se leía en la misiva que Julio envió a Ana Patricia Botín y que concluía mostrando “sinceramente” su pesar por la “mala experiencia” que hizo pasar a las víctimas de sus atracos. A una de ellas se lo ha podido decir ahora en persona.

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Sobre la firma

Óscar López-Fonseca
Redactor especializado en temas del Ministerio del Interior y Tribunales. En sus ratos libres escribe en El Viajero y en Gastro. Llegó a EL PAÍS en marzo de 2017 tras una trayectoria profesional de más de 30 años en Ya, OTR/Press, Época, El Confidencial, Público y Vozpópuli. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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