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La agonía de los últimos espaderos de Castilla

La crisis merma un sector que tiene en los talleres, ferias y exhibiciones un importante refuerzo económico

Alumnos en el taller del herrero Ramón Recuero.
Alumnos en el taller del herrero Ramón Recuero.Academia Ramón Recuero
Juan Navarro

Las manos de Javier Solé son su mejor currículo: vigorosas, anchas, de uñas cortas, tiznadas de negro y con algunos incipientes callos. Manejan, ágiles, las tenazas; colocan el yunque para percutir sobre él y optimizar la fuerza de los impactos. El ruido sordo de la borrasca otoñal descargando sobre los altos techos de su taller en Portillo (Valladolid) acompaña a la acústica de golpes constantes, secos y uniformes del martillo sobre un acero incandescente, anaranjado por los casi 1.000 grados de la fragua, cuya solidez acaba claudicando ante este espadero artesanal. Solé, de 37 años y ocho metido en la forja tradicional de armas, le resta épica a esta labor artesanal: “La gente espera a cinco enanos del Señor de los Anillos a torso descubierto”. Más le vale no quitarse el mandil de cuero: saltan chispas de las que dejan marcas en la piel al herrero despistado. Su tobillo da fe. Cada vez quedan menos maestros espaderos y casi todos se conocen entre sí y aplauden el compromiso del trabajo a mano.

Solé cumple el perfil imaginario de su gremio: robusto, de brazos entrenados y fuertes. Luce barba y un tatuaje que despeja dudas. “I’m steel here”, un juego de palabras en inglés relacionado con “sigo aquí” y el metal con el que se gana la vida. Una espada subraya el lema que acompaña a su firma, Ancient forge, con la que recibe encargos nacionales e internacionales de compradores muy exigentes: quieren productos de calidad, con materiales de calidad y prácticamente a la carta. Hay quien solicita un artículo legendario; otros, un modelo que han visto en series o películas; cierto público persigue una espada determinada utilizada en alguna época o ejército concreto.

Nada imposible para estos especialistas, siempre que se cubran unas tarifas. “Una espada forjada a mano que valga menos de mil euros es mentira”, critica Solé, molesto con quienes regatean el precio de un producto que requiere muchas horas, aderezadas con inmenso esfuerzo y un gran conocimiento de materiales, temperaturas y técnicas. Compiten con producciones en cadena, réplicas de mucho menos nivel pero más asequibles. Les salva que su verdadero público rechaza bagatelas y espera pacientemente los seis meses que puede requerir una petición compleja.

La pandemia ha hendido su mandoble en un colectivo que se ha quedado sin las ferias medievales, en las que lucen sus productos o recrean batallas históricas caracterizados como los guerreros de entonces. La inestabilidad también castiga a los talleres que realizan formación en los que cualquiera puede aprender a forjar un cuchillo y llevárselo de recuerdo. Los encargos de armas, con pagos por adelantado, alivian las cuentas de quienes en un mes excepcional pueden facturar 8.000 euros pero verse con cero ingresos al siguiente, afirma Solé. Y los alquileres, las facturas, la seguridad social o los materiales siguen exigiendo desembolsos. “Nos salvan los mecenas”, sostiene, y habla de “Lorenzos de Medici”, filántropos modernos que les anticipan dinero para luego recibir ventajas y artículos especiales: “Es como un crédito pero al revés”.

Javier Solé en su taller de Arrabal de Portillo (Valladolid).
Javier Solé en su taller de Arrabal de Portillo (Valladolid).Javier Álvarez (EL PAÍS)

Los tiempos cambian y la televisión también desempeña su papel. El programa Forjado a fuego, que muestra el trabajo en los talleres, alimentó el interés por figuras como la de Miguel Ángel Gil (40 años), conocido en el ramo como Miguel Barbudo. Este herrero de la montaña madrileña se valió de la pequeña pantalla para dar a conocer un mundo que conecta tradiciones antiguas con los gustos actuales. Barbudo cuenta con un público “reducido pero fiel”, con peticiones muy minuciosas que cuestan hasta 6.000 euros. No cabe el error con una parroquia tan exigente: “No toleran el más mínimo fallo, gastan mucho dinero. Si les das lo que buscan, son muy fieles y recurrirán a ti”. El prestigio pesa mucho entre estos autónomos, a quienes una difamación acusándolos de utilizar métodos mecánicos puede espantarles una cartera de compradores cincelada con esmero y compromiso.

Ser cuchillero

La especialidad de la casa consiste en enseñar a trabajar el acero, unos cursos con demanda al alza hasta la pandemia. El mercado español ha acusado esta inestabilidad y el comprador extranjero ha cobrado aún más importancia, con EE UU, Alemania o Francia como principales demandantes. Sus alumnos pagan 240 euros por jornada y se llevan la cuchillería que elaboren. Además, Barbudo añade que otros aprovechan para comprar los materiales para iniciarse en el mundillo. Unos 600 euros bastan para obtener un equipo básico. Los artesanos lamentan el 21% de IVA con el que se gravan sus productos y que no reciben ayudas. Barbudo, de fuerte conversación telefónica, insiste en que la incertidumbre hunde sus planes; Solé precisa que tanta carga sobre una espada de 400 euros eleva en casi 100 su factura, algo que creen excesivo.

Un clásico en el gremio se llama Mariano Zamorano, de 69 años, a quien la crisis sanitaria ha empujado a la jubilación. Este toledano colgó las tenazas en septiembre tras aplicar un ERTE en su taller y demasiados meses de pérdidas: hasta 40.000 euros. Zamorano siguió el legado de su padre desde que empezó con el martillo a los 14 años, pero la ausencia de turistas, sobre todo los siempre cotizados americanos, minimizó las ventas. “El friki siempre ha existido”, indica, y su afición a personajes como William Wallace, Gladiator o Guillermo Tell ha dado de comer a este establecimiento, donde trabajaban hasta cinco personas antes del cataclismo vírico. El arte de elaborar una espada del siglo XVI, con su ligereza correspondiente, tiene una complejidad que eleva su precio. Solo quienes lo aprecien de verdad lo abonarán. “La gente piensa que un botijo se hace a molde. Hasta el mecanismo de un botijo es complicado”, dice Javier Solé.

También Toledo cobija a Ramón Recuero, de 57 años, uno de los grandes iconos del sector. Solé lo respeta sobremanera: “Hay que ser cretino para no valorar a Recuero”. Este espadero está repoblando el pueblo de San Antonio con una afamada escuela de herreros a la que acuden aquellos que quieren ampliar sus conocimientos o incluso modificar su vida. “Hay gente que ha cambiado de trabajo y decide valorar el forjado para crear pequeños talleres o comercializar piezas propias”, asegura. El curso de “futuros maestros cuchilleros”, el más completo, cuesta unos 1.800 euros y ocupa seis semanas, alojamiento en la escuela incluido. Los demás conocimientos se irán adquiriendo a base de mucho sudor ante calurosas fraguas, incontables golpes de martillo y la confianza de clientes a quienes no les sirve la réplica de una espada: la quieren hecha a mano, aunque la elaboren humildes mortales que libran la batalla de llegar a fin de mes.


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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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