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la crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otro modelo es necesario

Se requiere de un replanteamiento profundo, un nuevo modelo económico y social, un cambio de las reglas de juego, ese es nuestro reto como país

Manifestación en Madrid por el 1 de Mayo, Día del Trabajo, en 2019.
Manifestación en Madrid por el 1 de Mayo, Día del Trabajo, en 2019.Jaime Villanueva (EL PAÍS)

Este viernes es Primero de Mayo. Desde hace 130 años, conmemoramos en este día la resistencia de los trabajadores y trabajadoras frente a su explotación y exigimos condiciones dignas de vida y trabajo. Los años han ido transcurriendo y nuestras reivindicaciones han ido cambiando, resultado de la evolución de los problemas de la clase trabajadora. Feminismo, cambio climático, diversidad. Conceptos y ámbitos que se han sumado con naturalidad a nuestro discurso. Porque la lucha por la emancipación de la clase obrera no es sino la lucha por la liberación de la propia humanidad.

Este año es especialmente singular, protagonizado por la expansión del coronavirus. Ningún país ha escapado de esta pandemia y las cifras de fallecidos, contagiados y enfermos se acumulan sin descanso. Y, como siempre, los más desfavorecidos son los que más sufren.

La crisis de la covid-19 nos ha situado ante un espejo. Occidente también es vulnerable. Un espejo en el cual advertimos nuestras carencias y defectos en cada país y en el propio modelo de construcción europea. Más allá del esfuerzo de sanitarios, cuidadores, y todos los colectivos que, poniendo en peligro su salud y en algún caso su vida, para protegernos y mantener la economía nacional, cualquiera ha podido comprobar que contamos con unos servicios públicos que requieren de más recursos presupuestarios, de personal y materiales frente al cataclismo sanitario que se nos ha venido encima. Nuestra sanidad se ha visto tensada hasta niveles insoportables. Nuestros centros de atención a los mayores se han convertido en un foco de la pandemia en vez de un refugio para aquellos. Nuestro tejido industrial ha demostrado su incapacidad para atender ciertas necesidades básicas en materia sanitaria.

Centenares de miles de puestos de trabajo se han salvado temporalmente gracias a las soluciones de ajuste temporal, mediante ERTE legislados por el Gobierno, y propuestos antes del estado de alarma por los sindicatos. Sin embargo, otros centenares de miles han desaparecido consecuencia del sistema de relaciones laborales agravado tras la reforma laboral del 2012.

Cientos de miles de familias, algunas dependientes de la economía sumergida, siguen sin estar amparadas por la red de protección social aprobada y sin medios para sobrevivir. España está protegiendo rentas a más de 6 millones de personas (ERTE, nuevas prestaciones, cese de actividad para autónomos…). Un 30% de la población ocupada antes del estado de alarma. Una cifra sin precedente, que, sin embargo, en términos de porcentaje sobre PIB, supone una menor cuantía de transferencias directas que países como Francia o Alemania.

De la mirada frente a ese espejo tenemos que sacar lecciones como estas: que la desinversión en sanidad pública es una mala idea, al igual que la reducción del personal dedicado al mismo; que la respuesta de nuestros sistemas de atención a las personas y la dependencia (residencias, centros de día, ayuda domiciliaria…) deben ser revisados y plantearse con rigor su integración en una gran red pública; que necesitamos políticas de reindustrialización de este país con inversión en ciencia, tecnología y que afronte el cambio climático; que nuestros sectores estratégicos deben estar bajo el amparo público, sea cual sea su modalidad de gestión; que nuestra legislación laboral no es adecuada ni para la normalidad de nuestro país ni para las situaciones de crisis; que requerimos ya una renta mínima vital que ampare a los que han quedado desprotegidos.

Debemos afrontar un importante cambio de paradigma socio-económico, con una relegitimación de los servicios públicos para vertebrar la sociedad, así como del papel regulador y relevante del Estado en la economía. España debe acometer una reactivación económica que debiera anclarse en un pacto de Estado, político, social e interinstitucional.

Y para dar cobertura a esta necesidad, Europa tiene mucho que decir. La crisis ha de salvarse sin que los países más afectados se sumerjan en un endeudamiento sin fin que impida su recuperación y que haga imposible la asignación de recursos económicos allí donde es necesario. La Unión Europea tiene que parecerse más a un país que a un banco. Un escudo financiero para evitar el encarecimiento de la deuda pública y una gran palanca inversora para la reactivación económica son las dos variables que relegitimarán la UE, o la condenarán a ser, en el mejor de los casos, un club de conveniencia, y no un espacio sociopolítico apreciado por la ciudadanía europea.

Todos estos problemas y sus soluciones requieren un replanteamiento profundo, un nuevo modelo económico y social, un cambio de las reglas de juego. Ese es nuestro reto como país.

Un reto que tiene que tener en el centro a las personas. Las personas fallecidas, las personas enfermas, los trabajadores y trabajadoras que afrontan esta situación inédita con valor y responsabilidad. Este Primero de Mayo debe y quiere ser un homenaje a las personas que trabajan en los servicios esenciales y a toda la clase trabajadora.

Pepe Álvarez es secretario general de UGT y Unai Sordo secretario general de CC OO.

Información sobre el coronavirus

- Aquí puede seguir la última hora sobre la evolución de la pandemia

- El mapa del coronavirus: así crecen los casos día a día y país por país

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- Guía de actuación ante la enfermedad

- En caso de tener síntomas, estos son los teléfonos que se han habilitado en cada comunidad

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