El fracaso de la ‘Trumponomía’
La rebaja de los tipos de interés de la Fed es un reconocimiento del fiasco de la política económica del presidente
Donald Trump ha aplicado dos políticas económicas principales. En lo relativo a impuestos, ha sido un republicano ortodoxo y ha introducido grandes rebajas fiscales para las empresas y los ricos, lo cual, según las promesas de su Administración, llevaría a un gran aumento de la inversión empresarial. En lo relativo al comercio, ha roto con las políticas de mercado (más o menos) libre de su partido y ha impuesto unos aranceles elevados que, prometía, impulsarían una revitalización de las fabricaciones estadounidenses.
El pasado miércoles, la Reserva Federal (Fed) bajó los tipos de interés, a pesar de que la tasa de desempleo es baja y el crecimiento económico en su conjunto se mantiene en un nivel decente, aunque no magnífico. Según Jay Powell, presidente de la Fed, el objetivo era garantizar cierta seguridad ante los preocupantes indicios de una futura desaceleración; más concretamente, la debilidad de la inversión empresarial, que ha registrado una caída en el último trimestre, y de la fabricación, que lleva cayendo desde principios de año. Evidentemente, Powell no podía decir abiertamente que la Trumponomía ha sido un gran fiasco, pero ese era el trasfondo de sus comentarios. Y los frenéticos esfuerzos de Trump por presionar a la Fed para que aplique bajadas mayores son un reconocimiento implícito de lo mismo.
Para ser justos, la economía se mantiene bastante fuerte, lo cual no es realmente una sorpresa en vista de la disposición del Partido Republicano a incurrir en enormes déficits presupuestarios con tal de impedir que los demócratas estén en la Casa Blanca. Como escribí tres días después de las elecciones de 2016 “es al menos posible que unos déficits presupuestarios mayores en todo caso fortalezcan brevemente la economía”. Y eso es más o menos lo que ha pasado: hubo un pequeño bache en 2018, pero en estos momentos básicamente hemos vuelto a las tasas de crecimiento anteriores a Trump.
Pero, ¿por qué no ha conseguido gran cosa la Trumponomía, aparte de unos déficits presupuestarios de billones de dólares? La respuesta es que tanto las rebajas de impuestos como la guerra comercial estaban basadas en visiones equivocadas de cómo funciona el mundo. La fe de los republicanos en la magia de las rebajas fiscales es la política zombi por excelencia, una visión que la evidencia debería haber aniquilado hace décadas, pero que sigue deambulando, alimentándose de cerebros republicanos.
De hecho, los antecedentes son increíblemente coherentes. La subida de impuestos de Bill Clinton no provocó una depresión, las rebajas fiscales de George W. Bush no llevaron a una expansión, el aumento de la presión fiscal de Jerry Brown en California no fue un “suicidio económico”, y el experimento de Sam Brownback de bajar los impuestos en Kansas fue un fracaso. Sin embargo, los republicanos insisten. Esta vez, la pieza central de la rebaja fiscal era un enorme respiro para las empresas, que debía inducir a las mismas a traer el dinero invertido en el extranjero y ponerlo a trabajar en Estados Unidos. En vez de eso, básicamente utilizaron lo que se ahorraron en impuestos para volver a comprar sus propias acciones.
Tanto las rebajas de impuestos como la guerra comercial estaban basados en visiones equivocadas del mundo
¿Qué ha fallado? La inversión empresarial depende de muchos factores, entre los cuales los tipos impositivos se sitúan hacia el final de la lista. Aunque un vistazo somero a los hechos podría dar a entender que las empresas invierten mucho en países con impuestos bajos, como Irlanda, esto es principalmente una ficción: las empresas utilizan tretas contables para declarar beneficios enormes y por lo tanto grandes inversiones en paraísos fiscales, pero estos no se corresponden con la realidad.
Nunca ha habido una razón para creer que rebajando los impuestos a las empresas en Estados Unidos se conseguiría un aumento de la inversión y del empleo, y en efecto, no ha ocurrido. ¿Y qué decir de la guerra comercial? Las pruebas son abrumadoras: los aranceles no tienen un gran impacto en la balanza comercial en su conjunto. Como mucho, cambian el déficit de sitio: Estados Unidos importa menos de China, pero importa más de otros lugares como Vietnam. Y hay razones para afirmar que los aranceles de Trump en realidad han perjudicado a las fabricaciones estadounidenses. Para empezar, muchos de ellos han afectado a las “mercancías intermedias”, es decir, los productos que las empresas locales usan en sus procesos de producción, de forma que los aranceles han aumentado los costes.
Aparte de eso, la incertidumbre creada por la caprichosa política de Trump con toda seguridad ha desalentado la inversión. ¿Para qué construir una fábrica cuando quién sabe si la próxima semana un tuit destruirá tu mercado, tu cadena de abastecimiento o ambos? Ahora bien, ninguna de estas cosas ha llevado a una catástrofe económica. Como Adam Smith escribió en su día, “Hay mucha ruina en una nación”. Excepto en tiempos de crisis, los presidentes se preocupan mucho menos por la economía de lo que la mayor parte de la gente cree y, aunque la Trumponomía ha fracasado estrepitosamente a la hora de cumplir sus promesas, no es lo suficientemente mala para causar daños muy graves.
Por otro lado, piensen en las oportunidades perdidas. Imaginen hasta qué punto les iría mejor a los estadounidenses si los cientos de miles de millones desperdiciados en rebajas de impuestos para las empresas se hubieran empleado en reconstruir las decrépitas infraestructuras. Imaginen lo que podríamos haber hecho con unas políticas que impulsaran los empleos del futuro en sectores como la energía renovable, en lugar de guerras comerciales que intentan recrear en vano la economía manufacturera del pasado. Y ya que todo es político en nuestros días, permítanme decir que los expertos que creen que Trump será capaz de ganar vendiendo una economía fuerte están casi con seguridad equivocados. Lo más probable es que no se enfrente a una recesión, pero definitivamente no ha hecho la economía grande otra vez. De manera que probablemente tenga que hacer lo que ya está haciendo y claramente quiere hacer: dedicarse al racismo en su lugar.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2019. Traducción de News Clips
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