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Vencedores y vencidos del 28-A: una cuestión de expectativas

Una irrupción demasiado tímida de Vox, una victoria por la mínima del PSOE o un descenso menor del esperado en Podemos podrían cambiar radicalmente la percepción de los resultados electorales

Pedro Sánchez y Carmen Calvo, en el Congreso. / JAIME VILLANUEVA
Pedro Sánchez y Carmen Calvo, en el Congreso. / JAIME VILLANUEVA

Durante los periodos de transición entre elecciones se produce una gran variación en los resultados que las diferentes encuestadoras otorgan a los partidos. A medida que se acercan los comicios, los pronósticos tienden a converger en horquillas de resultados muy pequeñas. Es lo que tiene dedicarse a predecir resultados electorales: más pronto que tarde se celebran los comicios y se puede contrastar la validez de la predicción. Ninguna empresa demoscópica quiere errar en su pronóstico, de ello depende en buena medida la fiabilidad que le van a otorgar sus clientes en el futuro.

La tarea se antoja muy complicada en el escenario multipartidista en el que nos encontramos. El sistema electoral, la participación, los transvases de voto, la indecisión y la alta volatilidad son algunos elementos que distorsionan cualquier porcentaje de voto que se pueda publicar. Por no hablar de las sumas entre los bloques o las estimaciones de escaños.

Sin embargo, la tendencia que van dibujando los sondeos tiene un efecto determinante en la competición partidista. Las encuestas producen una suerte de sentido común general de lo que cabe esperar en los medios de comunicación, la opinión pública y los propios políticos. Cuando se distinguen algunos consensos transversales entre el ruido generado por la acumulación de pronósticos, los actores los aceptan y en ese momento podemos hablar de unas expectativas sólidas y ampliamente aceptadas.

Sobre estas expectativas se elaboran análisis, se diseñan campañas o se toma la propia decisión electoral. Sin embargo, su efecto más determinante tiene que ver con marcar el umbral de lo que será considerado una derrota o una victoria electoral. En el pasado más inmediato encontramos ejemplos muy representativos de este efecto.

Ciudadanos irrumpió en el Congreso de los Diputados en 2015 con más de 3 millones y medio de votos y 40 escaños. El resultado que obtuvieron los de Rivera, no obstante, distó mucho de ser interpretado como un éxito histórico como consecuencia de las expectativas previas. Las encuestas le otorgaban entre 52 y 72 escaños en los días anteriores. Un ejemplo más doloroso para sus protagonistas fue el ‘sorpasso’ fallido de Unidos Podemos al PSOE en las generales de 2016.

También encontramos el efecto de las expectativas en las elecciones catalanas con Esquerra Republicana y Ciudadanos, cuando se precipitó un desenlace amargo para los primeros y eufórico para los segundos. Por no hablar del desplome con final feliz del PP y la victoria devastadora del PSOE en la última cita con las urnas en Andalucía. No hay duda de que, en todos estos ejemplos, las expectativas no solo se tuvieron en cuenta, si no que en gran medida determinaban el relato final de lo que suponían los resultados.

PSOE y Vox podrían salir muy perjudicados en términos de interpretación de los resultados si se produce un vuelco electoral

Teniendo en cuenta los escasos márgenes que parece que van a determinar la formación de mayorías en las próximas elecciones, probablemente se vuelva a producir la evaluación de resultados en base a las expectativas previas. Los resultados no podemos saberlos, pero vamos conociendo la otra parte de la ecuación. Los consensos a los que empiezan a llegar las diferentes encuestas van enfocando una imagen cada vez más nítida. Nadie niega ya que Vox vaya a irrumpir con fuerza en el Congreso, y pocos son los que no confían en una victoria de los socialistas o en un retroceso importante de Unidos Podemos.

Será muy difícil para estos partidos hacer un balance del resultado la noche del 28-A sin tener en cuenta lo que se esperaba de ellos. Esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes, dependiendo de la expectativa a la que se tenga que rendir cuentas. Habrá que ver si se cumplen los pronósticos o más bien en qué medida no se cumplen.

El PSOE y Vox podrían salir muy perjudicados en términos de interpretación de los resultados si se produce un vuelco electoral. Ambas formaciones no paran de crecer en los sondeos y, si esto no se traduce en un desenlace electoral favorable, podrían tener problemas. Un 27% del voto para el PSOE y un 5% para Vox seguramente sería interpretado como un resultado poco celebrable para ambos.

Sin embargo, estarían cinco puntos por encima de lo que obtuvieron en 2016. El efecto contrario podría producirse en Podemos. Los de Iglesias lo tienen relativamente fácil para salvar los muebles si al final no se produce un descenso tan sangrante como el que le auguran las encuestas.

Seguramente las expectativas generadas constituyan el efecto más involuntario y colateral que produzcan los sondeos. No parece tampoco que los partidos las tengan demasiado en cuenta de cara a la narrativa postelectoral. Sin embargo, en estos tiempos líquidos también en lo político, los efectos como este consiguen permear en la impredecible competición electoral. El 28 de abril nos dispondremos de nuevo a mirar a los resultados con la miopía de las expectativas más recientemente formadas.

* Gonzalo Velasco Monasterio es analista político de la Fundación Alternativas

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