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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dinero en la pasarela

La tendencia a la concentración es inevitable, pero que el talento no se malogre por falta de capital

Cada mercado en España, cada actividad económica relevante, presenta, salvo excepciones, el paisaje inconfundible del minifundio. Las empresas suelen ser pequeñas y, con carácter asociado a su tamaño, suelen estar infrafinanciadas, circunstancia que limita mucho su expansión. Es característico además de una parte de las empresas españolas —las pymes constituyen la parte más importante del centro y, por cierto, las que más impuesto de sociedades pagan en términos relativos— el exhibir una especie de sesgo o gusto por la excelencia, que determina el volumen propio de la empresa. Piénsese en la gastronomía española, entre las primeras por calidad del mundo, formada por cocinero-empresarios que están volcados en la calidad de la cocina, pero no tanto en la consolidación de la empresa; y piénsese por ejemplo en la moda. Muchos modistos y modistas son capaces de desarrollar una gran calidad técnica y artística, pero sus empresas no pueden competir en condiciones desahogadas, con las excepciones de Inditex o Mango y quizá un tercer o cuarto grupo en concurrencia. Quizá el problema sea que la moda se dirige en principio a una demanda de alta gama que los mercados tienden después a ir aproximando a los consumos medios.

Para casos como el de la moda española existe el capital riesgo. La penetración de los fondos en los grupos de moda no puede extrañar a nadie. Porque al problema evidente del tamaño hay que añadir un carácter originariamente familiar. Las empresas familiares suelen necesitar de un sucesor; aunque los problemas de sucesión se han magnificado mucho (en la década de los ochenta se hicieron apologías y necrologías de las sagas familiares), porque ese sucesor no tiene por qué ser de la familia, con frecuencia las tensiones hereditarias pesan o agobian y una solución puede ser vender. Estamos ante una sucesión de mitos; porque la venta al exterior de la familia no equivale a una pérdida de la virtud de la compañía. Primero, porque la marca permanece; después, porque es posible sustituir el talento por otro, y, en fin, porque la tecnología y la diversificación de mercados pueden ayudar en el tránsito. Todo esto es historia reciente de sociedades que pasaron por el trance, de la que se pueden extraer lecciones; lo cual no quita para que la transición de una empresa familiar o personal a otra de características diferentes no sea un momento delicado.

La tendencia a la concentración empresarial es inevitable; los establecimientos de moda viven en un delicado equilibrio en el cual es imprescindible la apertura de tiendas en lugares señalados, generalmente caros, porque no sólo es necesario mantener y aumentar las ventas, sino mantener en lo alto la imagen de una marca que, incluso en las prendas más baratas, se alimenta de una presunción de glamour. Pero eso sólo es posible no sólo con una racionalización del gasto, sino con la disposición de capital. Es difícil reducir costes sin invertir en tecnología, incluso para manufacturar prendas de elegancia indiscutible o con vocación artística.

Al final, la personalidad del modisto o modista y el cuidado escrupuloso que aplican las empresas familiares llegan al tramo del sendero en el que juegan un papel decisivo la preparación y dedicación de los Consejos de Administración y la capacidad para captar capital con proyectos rentables. El capital es valioso en ese tramo: el de concentración y despegue. Que el talento no se malogre por ausencia de dinero.

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