Hacia una inteligencia artificial controlada y ubicua
Es necesaria la cooperación para aprovechar oportunidades y mitigar riesgos de las nuevas tecnologías
Hace tiempo que el término "inteligencia artificial" o sus acrónimos IA o AI (en inglés) desbordaron los límites de la ciencia ficción y se incorporaron a la actualidad informativa. De hecho, es frecuente que autoridades o personalidades tan notorias como Elon Musk o Mark Zuckerberg opinen sobre las implicaciones de esta tecnología.
Inteligencia artificial es la teoría y el desarrollo de sistemas informáticos capaces de realizar tareas que normalmente requieren inteligencia humana. El auge de esta tecnología se debe al crecimiento exponencial de los datos disponibles y a la evolución de la capacidad de cómputo, que permite procesar grandes cantidades de información, extraer conclusiones y realizar acciones que no hace mucho parecían inviables, como interactuar naturalmente con un dispositivo mediante la voz, algo que ya es posible hacer gracias a Google Assistant, Alexa o Siri.
Aunque en la mayoría de los casos la IA es simplemente una herramienta tecnológica más, no hay que subestimar su gran potencial disruptivo. Así, su aplicación abre nuevos caminos para solucionar problemas globales como el cambio climático o la hambruna, pero también propicia una nueva ola de automatización que podría generar desempleo, desigualdad social y la disminución de los ingresos fiscales. No obstante, existen razones para ser optimistas respecto el desenlace final, pues, aunque cada innovación es diferente, históricamente la tecnificación ha supuesto aumentos netos de bienestar y empleo agregado.
En cualquier caso, diversas autoridades y organizaciones nacionales e internacionales son conscientes de su papel en esta transición tecnológica, y de la importancia de promover el uso controlado de la IA. Existe consenso político sobre la importancia de evaluar los aspectos éticos, el impacto potencial sobre la economía, y el desarrollo de nuevas habilidades relacionadas con la AI.
Estados Unidos, la Unión Europea y los países de mayor peso económico han creado grupos de trabajo para analizar estos asuntos, al igual que ha hecho recientemente España. Como consecuencia de estos trabajos, muchos países ya han publicado estrategias nacionales, han destinado fondos al desarrollo e investigación de la IA y han comenzado a desarrollar normativas que buscan garantizar la disponibilidad de la materia prima de esta tecnología, los datos, a la vez que abordan asuntos como la privacidad, la transparencia, la responsabilidad civil de los sistemas de IA o el funcionamiento de los mercados.
No obstante, dado el carácter global de esta tecnología, la evaluación de su impacto, la definición de la estrategia a seguir y la regulación de la IA no deberían realizarse de manera aislada por un país o una región. Al contrario, es necesaria la cooperación entre gobiernos y actores privados para asegurar que aprovechamos las oportunidades que brinda la IA, mitigando los riesgos que puede acarrear.
Jesús Lozano es economista sénior en el área de Regulación Digital de BBVA Research.
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