Crónica del Black Friday: rebajas hasta en el marisco del supermercado
La gran jornada de descuentos arranca sin colas, con un aparente desencanto consumidor, y culmina en la esperada apoteosis
El Black Friday empezó antes de que abrieran las tiendas con la noticia de que España tiene el récord de desigualdad de los países más ricos, después de Portugal. Así que eso hay que arreglarlo como sea, hay que aprovechar las ofertas para tener la misma tele que los ricos. Será casualidad, pero el Black Friday ibérico empezó primero en Portugal, en El Corte Inglés de Lisboa en 2011, y al año siguiente la cadena ya lo trajo a España. Es cierto que aquí juegan con un poco de trampa, porque lo de black se asocia instintivamente a gastar alegremente sin ningún control.
A las nueve de la mañana ya había tres equipos de televisión en la calle Preciados de Madrid, meollo de los grandes almacenes, esperando filas y frenesí ante las puertas, la borregada. Pero a lo mejor los borregos somos los periodistas, pensando mal de la gente o dándoles ideas raras. Llevamos tantas semanas hablando del Black Friday que cada viernes pensabas con alivio que por fin se iba a pasar, pero luego descubrías que no, que era el próximo o el otro. Hoy ya era el bueno.
Antes de las diez, hora de apertura, la única cola en la zona comercial del centro de Madrid era la de la lotería de Doña Manolita, casi 200 personas, y eso que empezaba a llover. También había fila en la tienda de Apple en la Puerta del Sol. Un empleado interrogaba uno por uno a los que esperaban sin ser consciente de la total sinceridad de sus palabras: “¿Va a comprar? Perfecto”. Era para decirles que si no podían entrar sin esperar. Un grupo de gitanas balcánicas se apiñaba en la rejilla del metro para huir del frío y el aire caliente les levantaba las faldas como a Marilyn Monroe. Presiden la plaza dos carteles colosales de publicidad y los dos mienten. Uno dice, con cuatro grados centígrados: “El verano está a la vuelta de la esquina”. Y el otro, “All you need is love”. Mira que decir eso en el Black Friday.
En la FNAC había una pequeña fila de cuatro personas esperando que abrieran. El primero, Ángel Gutiérrez, que sostenía una caja, va siempre: es el que lleva los churros a la cafetería. El segundo era un chico, Sergio González, que quería comprar películas o cajas de sagas. “Harry Potter y así”. La tercera, Beatriz Fernández, buscaba la Edición Leyenda de un disco de Mónica Naranjo, un boxset de tirada limitada, solo 1.500 copias que sale justo hoy. Incluye “una especie de novela de su ópera rock”. “No es para mí, es para un regalo de Navidad, y he venido porque si no se acaba”, explica. El cuarto de la fila, David Sánchez, solo quería un pasador de diapositivas, pero porque le hace falta y se va derecho al trabajo. Abren a las 10.00 y a las 10.04 ya sale gente, que no ha visto lo que buscaba. Luego se llena, pero sin carreras ni nada, lo normal. No se ve euforia ni entusiasmo, la gente curiosea con desconfianza. Como si desde la crisis ya no se gastara alegremente ni con los chollos.
Precisamente lo primero que se ve al llegar a la planta de libros es uno que se llama Capitalismo consciente. Libera el espíritu heroico de los negocios. Una página lleva este título: “Segundo despertar: todos los implicados son importantes, así como el Poder del Amor”. Luego habla de la alegría de trabajar y cosas así. Mientras tanto no paran de llegar correos al móvil de ofertas de todo tipo: vuelos, coches, libros, pisos y una que pone nerviosísimo porque dice que en Amazon hay nuevos chollos cada cinco minutos. Uno siempre piensa que se está perdiendo algo y lo va a pillar otro. De todos modos intuyes que hay algo que no cuadra cuando tu banco, que ayer te avisaba fríamente de que estabas en números rojos, hoy se pone en plan colega para darte un supercrédito, pero solo hoy.
En realidad mientras en el mundo real llueve, en el digital se está más cómodo y gran parte del Viernes Negro transcurre sin ser visto. En El Corte Inglés, donde más se ve, esperaban hoy tres millones de visitas en toda España. Tienen rebajas hasta en el marisco del supermercado, "berberechos gordos" a 9,95. Y un jamón ibérico de bellota a 159 euros. Sin embargo, llega el mediodía y tampoco se ven esas fabulosas escenas de masa majareta y con torres de paquetes que abren los telediarios. Se supone que la hora punta es entre las seis y las siete de la tarde. Por la mañana la media de edad es joven, y baja más con grupos de adolescentes que se han saltado las clases.
Planteamos a Carlos Amaya, subdirector de los centros de El Corte Inglés en Callao y Preciados, cosas que dice la gente. “Todos los días tendrían que ser así”, comentaba una señora suspirando. Pero no de felicidad, lo decía con frustración, en el sentido de que el resto del año está todo muy caro. Veía la ocasión desde el lado malo y razonaba con malicia: si hacen estos descuentos es porque pueden, y entonces ¿por qué no los hacen siempre? Amaya se ríe: “Ojalá pudiéramos, para nosotros supone un esfuerzo, implica menos margen, si fuera más días perderíamos el impacto y no podríamos soportarlo”. Esto de no poder soportarlo es general. ¿Por qué lo hacen a final de mes, que la gente tiene menos dinero? “Esto lo hemos importado de Estados Unidos tal cual, porque es la jornada posterior del día de Acción de Gracias y cae en esa fecha”. En la planta de juguetes una madre también se queja de que en estas fechas los niños aún no han escrito la carta a los Reyes Magos, y no resulta práctico. Amaya sonríe y admite que a él le pasa lo mismo. La señora, en todo caso, concluye que el año que viene les hará escribir la carta a sus hijos a mediados de noviembre. Gracias a Dios que el Black Friday no es en julio. Es curioso que pocos hablen bien de un día tan fantástico, hay rencor y desencanto en el ambiente.
En la plaza de Callao, entretanto, Ecologistas en Acción hace eso, una acción. Una montaña de bolsas de grandes marcas que, “de manera provocativa y teatral aplasta a varias personas”, explica su comunicado. Ellos celebran a contracorriente el Día sin Compras, un viernes de ayuno, en un contexto de franca incomprensión. “Lo de hoy es una fiesta del despilfarro y el consumo irresponsable, son chollos que no son necesarios para vivir, y lo que compras tiene un precio, que no solo es el de la etiqueta, repercute en todo el mundo, en el medioambiente y en otras sociedades. Cuando algo es tan barato hay algo detrás, a veces condiciones laborales precarias, guerras, pero es como si no existiera”, reflexiona Isidro Jiménez, uno de los activistas.
Todo el mundo intenta sacar partido al Black Friday, incluso el Real Madrid, aunque sea el club blanco. Pero solo hacen ofertas en las camisetas negras. Al comprarla, regalan el número y el nombre, que normalmente cuesta 16 euros. También las ONG intentan aprovechar. En la calle Preciados había cuatro, y a los chicos que intentan captar donaciones les han subido el objetivo del día: no tres personas, lo habitual, sino cinco. Hasta a esto llega el Black Friday. Que te hablen de los bombardeos de Alepo y de los niños soldado en medio de este berenjenal se hace muy extraño. Una de estas jóvenes aclara que ellos no son voluntarios. Trabajan ocho horas por comisión. Ganan entre 7 y 12 euros por socio conseguido. Es decir, si les va bien y tirándose todo el día en la calle sacan de media al mes unos 600 euros. La ministra de Empleo, Fátima Báñez, ha dicho que nadie cobra en España menos de 655 euros, el sueldo mínimo, porque sería ilegal. Como se entere le da algo.
Pasa la jornada, con una lluvia incesante, hasta que por fin anochece y las luces callejeras de Navidad, inauguradas en Madrid el día anterior, hacen el milagro. Llegan refuerzos, pero muchos. Una multitud invade el centro, cuesta caminar y ya reina la excitación. En los pasillos de los grandes almacenes hay tal gentío, y tal contraste de temperaturas tórridas, que uno se puede sentir mal. Te van dando mochilazos, codazos, se te cuelan, ya predomina la inconsciencia y regresa la alegría de gastar. Se ven cientos de chinos, japoneses, turistas europeos, familias con niños que han salido del colegio, carritos gemelares, sillas de ruedas, chavales que cargan con pilas de trilogías de series, señoras rodeadas de bolsas de al menos cinco tiendas distintas. Todo esto lloviendo y con siete grados. Esperas ver en cualquier momento a un tipo lanzando escaleras mecánicas abajo una lavadora comprada en un arrebato. El viernes negro lo ha vuelto a conseguir.
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