Problemas que persisten
El nuevo Gobierno, si es que algún día llega a formarse, se va a encontrar con algunos problemas que no por su antigüedad, o porque nos estemos acostumbrando a vivir con ellos, dejan de existir, pues de lo que se trata es de la viabilidad de nuestro crecimiento económico.
El más importante es el del empleo, que depende de forma muy directa del crecimiento de la economía. En este apartado, las noticias de la primera mitad del año fueron buenas en la medida en que el crecimiento intertrimestral, en contra de la mayoría de las previsiones, fue idéntico en los dos primeros trimestres, un 0,8% que elevado a tasa anual equivale a un 3,2%, similar por otra parte al del crecimiento interanual de la economía. El relativamente elevado crecimiento se debió al tirón de la demanda nacional en el primer trimestre, aunque en el segundo esta se desaceleró al tiempo que el sector exterior cambiaba de signo aportando algunas décimas al PIB. No está clara la medida en que la crisis política afecta al ritmo de actividad ya que en el segundo trimestre se desaceleró el consumo pero creció con fuerza la inversión. Una mirada atenta a los indicadores de actividad de los meses de julio y agosto parece sugerir que algunos de los más importantes (producción industrial, por ejemplo) se debilitan.
Las estadísticas de paro registrado del mes de agosto muestran una reducción del desempleo (corregida la estacionalidad) ligeramente inferior a la registrada en los meses anteriores. Por su parte, las afiliaciones a la Seguridad Social cayeron fuertemente, compensando el aumento del mes de julio. Por último, las inversiones directas procedentes del exterior se quedaron, en la primera mitad del año, por debajo de las registradas en el mismo periodo de 2015.
Satisfacer las exigencias de déficit y reformar las pensiones han de ser prioridades para el nuevo Gobierno
Todas las previsiones, también las que se efectuaron antes del bloqueo de la situación política, apuntan a una desaceleración del ritmo de actividad en el segundo semestre de este año. A pesar de ello, el crecimiento medio anual de la economía se situará en el entorno del 3,2%, muy por encima del de la eurozona. Buenas noticias, pues, desde esta perspectiva: se seguirá creando empleo (temporal en gran parte) y conseguiremos crecer más que los demás con un aumento del excedente de la balanza por cuenta corriente, por lo que cabe esperar que siga reduciéndose nuestra más que considerable deuda exterior. Nos desendeudamos y seguimos creciendo, algo que es preciso mantener este año y los próximos.
No es fácil saber si estas tendencias se mantendrán a pesar del bloqueo político, y aquí comienzan las dudas. En primer lugar, una parte del crecimiento se debe al carácter expansivo de la política presupuestaria, lo que nos ha llevado a un encontronazo serio con la Comisión Europea, que exige el cumplimiento de lo pactado, es decir, una aceleración del ritmo de reducción del déficit público. Tras la larga discusión sobre si íbamos o no a ser multados por los incumplimientos, hemos entrado en una extraña pausa en la que la Comisión parece “comprender” que la falta de Gobierno obliga a prorrogar los Presupuestos, con el riesgo de que no alcancemos los objetivos pactados para este y el próximo año. Veremos en qué queda todo ello si, por desgracia, tuviéramos que ir a unas terceras elecciones generales en diciembre. De todas formas, incluso aunque se llegara a investir a un presidente antes de noviembre, el Gobierno resultante sería previsiblemente débil y podría caer en cualquier momento por falta de apoyo parlamentario, a menos que haya pactos de gobierno a medio plazo, lo que por el momento no parece muy probable. ¿Podría pues un Gobierno de estas características adoptar las medidas de ajuste necesarias? Después de lo que hemos visto estos meses, hay que ser muy optimistas para pensar que los partidos políticos serán lo suficientemente responsables como para apoyarlas.
Si, por desgracia, vamos a nuevas elecciones, las previsiones de crecimiento pueden no llegar a cumplirse
Además del problema del déficit público, y estrechamente relacionado con él, el Gobierno deberá afrontar el problema de las pensiones. Cuando se tomaron las últimas medidas para paliar el déficit estructural del sistema, hace tres años, se pensaba que el alargamiento del periodo de cómputo para la pensión de jubilación, junto con el aumento de la edad de retiro, podían proporcionar un respiro temporal al sistema. También se contaba con una revalorización de las pensiones por debajo del incremento del coste de la vida, no por la maldad intrínseca de los Gobiernos, sino porque la llamada relación de sustitución —la relación entre la pensión y el salario medios— era muy elevada, de las más elevadas de Europa, y claramente insostenible. Desgraciadamente, es preciso constatar que la precariedad de los empleos que se crean no permite un aumento de las cotizaciones sociales que sirva para hacer frente al incremento de las pensiones: su crecimiento en la primera mitad de 2016 fue de un 2,6%, mientras que el de las pensiones alcanzó el 4%. El fondo de reserva de la Seguridad Social se funde como hielo al sol, por lo que habrá que convocar al Pacto de Toledo para ver qué se hace, con la certeza de que lo que se decida será impopular. O se frena el crecimiento de las pensiones o se suben los impuestos para mantenerlas. No hay, por el momento, otra solución, a menos que los nuevos empleos creados sean más estables y aumenten las cotizaciones, lo que requiere una difícil negociación con los empresarios.
La cuestión está abierta. Las empresas han aumentado sus beneficios y con ellos se han desendeudado y están invirtiendo. En comparación con las empresas europeas, están más bien en la banda alta del endeudamiento, por lo que es difícil reprocharles que no hayan dedicado más recursos a la inversión. Son cuestiones complejas que merecen ser discutidas, pero a la hora de tomar decisiones hace falta un Gobierno con la capacidad de actuar, algo que por el momento no se vislumbra.
Hay muchos otros problemas, pero esos son los que parecen perfilarse con mayor urgencia. Queda por último la situación exterior. Las previsiones de los organismos internacionales no son muy optimistas para el próximo año, que se parecerá bastante al actual. Si nos atenemos a la eurozona, el crecimiento previsto por la OCDE será ligeramente superior, el 1,7%, una décima más que este año. Y si miramos más allá, lo más probable es que esta tendencia se consolide: a medio plazo la eurozona crecerá, como mucho, entre un 1,5% y un 2% anual. ¿Podremos nosotros seguir creciendo a una tasa del orden del 3% manteniendo excedentes en la balanza por cuenta corriente? De momento lo hemos conseguido con un Gobierno en funciones, es decir, con un Ejecutivo maniatado en su capacidad de decidir, pero si esta situación se prolonga mucho más, puede que las tasas de crecimiento previstas se conviertan poco a poco en un espejismo. Las próximas semanas nos harán salir de dudas.
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