El progreso en palabras de tres ministros
Carlos Solchaga, Pedro Solbes y Luis de Guindos analizan la evolución de la economía
Cuando nació Negocios Carlos Solchaga llevaba apenas cuatro meses al frente del Ministerio de Economía y Hacienda, donde había sustituido a Miguel Boyer tras ocupar la cartera de Industria y pilotar la reconversión industrial. Le tocó culminar la entrada en la Comunidad Europea (luego Unión Europea) y preparar el país para la convergencia con Europa, lo que pasaba por reformas y privatizaciones. En 1993, tras las elecciones que volvió a ganar el PSOE, le sustituyó Pedro Solbes, que había sido ministro de Agricultura y uno de los técnicos españoles que negoció la incorporación a Europa. Solbes condujo la economía para cumplir los criterios de Maastricht que había firmado Solchaga y que llevarían a la unión monetaria. Durante el mandato del PP entre 1996 y 2004, años en que el responsable del departamento fue Rodrigo Rato, Solbes fue diputado y comisario de Economía en la Comisión Europea. Tras ganar el PSOE en 2004 entró en el Gobierno como vicepresidente y ministro de Economía y Hacienda. En 2009 dejó el cargo, que pasó a Elena Salgado. En la primera etapa del PP en el Gobierno, Luis de Guindos fue director general de Política Económica y después secretario de Estado de Economía. En 2011, con el PP de vuelta, Guindos asumiría el Ministerio de Economía.
En total, entre unos y otros cargos, completan prácticamente los 30 años de Negocios, que ha reunido a los tres para analizar esta etapa de la economía española.
EL PAÍS. ¿Cómo estaba España entonces y cuánto ha cambiado?
Carlos Solchaga. Hay que remontarse a cómo estaba cuando muere Franco. La reacción de la política económica, entonces, fue particularmente lenta, poco brillante y en absoluto eficaz. Entre eso, la subordinación a bienes superiores (la liquidación del régimen franquista, la instauración de la libertad y la consolidación de la democracia), tasas de inflación del 30%, una balanza de pagos desajustada, bajo sospecha en los mercados de financiación internacionales y un desempleo que sobrepasaba el millón, se hicieron los Pactos de la Moncloa, que permitieron una reforma fiscal moderna y digna de ese nombre. Sin embargo, no pudo resistir la segunda crisis del petróleo, por lo que el PSOE, tras ganar las elecciones de 1982 con un respaldo gigante, se enfrentó a una política que no era exactamente la que hubiera querido hacer un partido socialdemócrata, sino la que las circunstancias imponían, pasando por un ajuste fiscal, una restricción monetaria muy dura y reformas estructurales como la reconversión industrial y las pensiones. Fue saliendo bien y las negociaciones con la Comunidad Europea pudieron cerrarse. De manera que en 1985 España empezó a ser un lugar de oportunidad, con precios y costes bajos. Un país que pasaba de una inestabilidad política e incertidumbre elevada a ser parte de Europa. Luego se produjo una caída sensacional del petróleo (de 48 a ocho dólares), una bajada de los tipos de interés, la estabilidad en el mercado de cambio y una reanimación en los movimientos de capital de los que España pudo sacar ventaja. Es decir, se pasó a unos años de gran inversión que permitieron la modernización y la creación del Estado de bienestar.
Pedro Solbes. Los Pactos de la Moncloa estuvieron muy bien, pero las reformas se guardaron para negociar la entrada en Europa. Había debate porque algunos pensaban que fuera de Europa se estaría mejor, ya que habría más margen de maniobra. Yo siempre pensé que no, que inventarnos un modelo exnovo era un error cuando había algo bien definido. Después de avatares, en los que fue clave el apoyo alemán, se llegó a un acuerdo. Lo importante era entrar y la aceptación del sistema establecido. ¿Qué significaba entrar? Una apertura progresiva; modernización fiscal, como el IVA; apertura del sector industrial, con la supresión de ayudas públicas; la normalización económica reglada y la eliminación de las aduanas. También se empezó a reformar el sistema financiero que depararía en el Banco Central Europeo (BCE). A partir de ahí, las prioridades condicionaron la política económica. Pasamos de un periodo de adaptación a la convergencia.
Luis de Guindos. Estoy muy de acuerdo. Estamos hablando de 30 años y, en ellos, hay que destacar las transformaciones de la economía española, pasando de una estructura antigua a una moderna. El PIB se multiplica por seis y el PIB real por dos; la renta per capita real se incrementa en 10.000 euros; la tasa de paro era parecida a la de ahora, pero la de empleo era muy diferente. Teníamos algunas cosas mejores, como la deuda pública sobre el PIB, que estaba en el 45%, aunque los tipos eran mucho más altos. Y también estábamos mucho menos endeudados, la deuda del sector privado era inexistente y la exterior no llegaba al 30% del PIB frente a cerca del 170% de ahora. El cambio fundamental, para bien, es el incremento de exportaciones por bienes y servicios, que eran el 20% del PIB y ahora son el 35%, señal clarísima de la internacionalización. Al final, los 30 años son una historia de éxito de los que podemos estar orgullosos. Especialmente, Carlos [Solchaga] y Pedro [Solbes] tienen que estar satisfechos. Doblar el PIB real supone que hemos crecido ligeramente por debajo del 3% de media durante estos 30 años, sobre todo teniendo en cuenta que hemos sufrido la peor recesión de la historia moderna entre 2008 y 2013, con una caída del PIB del 9%, que equivale a una guerra. Todavía estamos algo lejos del nivel de renta de antes de la crisis.
EL PAÍS. ¿Qué efecto tuvieron las reformas?
C. S. Si no se hubieran llevado a cabo, difícilmente se habría transformado el país, que era extremadamente anticuado, encerrado en sí mismo, con un nivel de protección excesiva e instituciones poco responsables que no tenían que dar cuentas ante un parlamento democrático. Era un país condenado a la ineficacia. La apertura al exterior significó meter oxígeno y empezar a crear incentivos en el mercado. Pero, a la vez, había que destruir las estructuras del pasado, seguir la modernización fiscal. Cuando llegué a Hacienda el número de declarantes por IRPF era de 6,5 millones; cuando me fui, ocho años después, de casi 14 millones. Se hizo un esfuerzo por pasar de las leyes a la realidad. También en mejorar el sector financiero. El Banco de España tuvo mayor capacidad de supervisión e intervención, se creó un mercado de deuda pública, se dejó de utilizar la cuenta del Tesoro como principal sistema de financiación de los déficits públicos. Al mismo tiempo, se extendió la educación básica, la enseñanza media y la cobertura del sistema de salud. Conforme avanzábamos hacia Europa, el país fue modificando sus formas de funcionamiento y modernizando la economía. Hubo que superar la resistencia de los políticos a reconocer la importancia de los equilibrios presupuestarios y la falta de adaptación de los sindicatos y de los empresarios. Eso se tradujo en el fenómeno social más importante de la época, la huelga del 14 de diciembre de 1988. No obstante, cuando el Gobierno parecía noqueado, el PSOE ganó las elecciones de 1989. La gente sabía que el esfuerzo modernizador, aun cuando chocara con los sentimientos obreristas, estaba justificado. Los sindicatos se fueron adaptando a las nuevas circunstancias. A pesar de ello, tuvimos que pasar por un conjunto de devaluaciones que constataron que no se podía jugar a determinar pactos salariales haciendo caso omiso de la competitividad y la balanza de pagos.
Solchaga: “En 1985, España empezó a ser un lugar de oportunidades dentro de Europa”
P. S. No hay que olvidar que al mismo tiempo que nos aproximábamos a Europa, Europa y el mundo iban cambiando. Hay un proceso de globalización que condiciona nuestra vida. El problema de Europa ya es de ampliación y eso genera nuevos retos. La aceleración hacia el mercado único hizo que algunas reformas resultaran insuficientes. Teníamos un desempleo altísimo y difícil de resolver y otro problema de competitividad que se resolvió con dos devaluaciones, que no dejan de ser una pérdida de riqueza. En 1989, Carlos [Solchaga] decidió vincular la peseta al Sistema Monetario Europeo (SME), es decir, ya teníamos que preguntar. Vino después la crisis del 92 y mantuvimos el tipo, pero el problema de competitividad no lo habíamos resuelto. De hecho, llegamos a una tercera devaluación que dio margen de maniobra. Cuando sucedo a Carlos mi posición era cómoda porque había tomado medidas de contención de gasto social, como el decreto de desempleo, enormemente criticado pero fundamental, y las devaluaciones, que vinieron estupendamente para una política fiscal más restrictiva. Los problemas de desempleo y competitividad han seguido hasta ahora, igual que el de diferencial de inflación.
L de G. Cuando uno mira para atrás, ve que ha habido dos transformaciones básicas, una la de 1986, que cambia la economía española, y otra, la incorporación al euro, que modifica absolutamente la forma de hacer política económica. Después del “no” danés al euro y la salida de la libra del SME tuvimos cuatro devaluaciones (una sin efecto). Cuando llega la nueva Administración en 1996 [del PP], se encuentra una situación de competitividad impecable, una España que estaba recuperándose con un déficit público elevado. Se establecen las condiciones para incorporarse al euro (bajada de tipos muy fuerte y reducción drástica de la prima de riesgo) y se produce un fuerte incremento de actividad. En 1998 ya teníamos la España del euro. Los primeros 10 años del euro son brillantísimos. El BCE empieza a bajar tipos, nos encontramos con la eliminación del diferencial de inflación y una política monetaria que se ajusta a las necesidades de Alemania y que es especialmente favorable. El umbral del dolor de la economía española se modifica con la incorporación al euro. Antes surgían tensiones, que obligaban a hacer un programa de ajuste; con el euro, no. Pero también pone las bases de los desequilibrios posteriores. La frase de que el déficit por cuenta corriente es algo irrelevante fue un error que cometimos.
P. S. Nos lo llegamos a creer.
L. de G. Sí, porque la zona euro es una unión monetaria incompleta y con defectos. Había un tipo de cambio único y una política monetaria única, pero la fiscal estaba descentralizada y las [políticas] económicas menos coordinadas. Eso se paga. En 2003, Alemania y Francia rompen el Pacto de Estabilidad de crecimiento. El comisario Solbes se enfrenta a ellos y pierde. De esa ruptura pagamos las consecuencias.
P. S. Teóricamente creamos una unión monetaria, pero en realidad creamos un espacio con libertad de movimientos de capitales con una moneda única y un tipo de interés único. Nada Más.
C. S. Que no es poco.
L. de G. Que no es poco, pero genera tensiones. Después, además, se produce una convergencia de tipos a largo muy intensa. Hubo momentos, siendo tú ministro [Solbes], que el tipo de interés a largo del bono español estaba por debajo del alemán, lo que era un sinsentido. Es la época de la borrachera, del crecimiento del crédito, de la evolución de burbuja inmobiliaria y de la pérdida de competitividad. Cuando llega la crisis en 2008, esos desequilibrios, más una regulación laboral inadecuada, nos llevan a una crisis que se manifiesta en el ámbito bancario y fiscal.
Solbes: “Lo importante era entrar en Europa, fue crucial para modernizar España”
El PAÍS. ¿Fue completo el proceso de creación de organismos supervisores y privatizaciones?
C. S. Ese proceso tuvo varias etapas, señaladas por el diferente signo político de los Gobiernos. Aquí pusimos a Miguel Ángel Fernández Ordóñez al frente del Tribunal de la Competencia. También fue importante la Ley de autonomía del Banco de España. Se empezó a hacer una serie de cosas que por primera vez implicaban la creación de cuerpos intermedios, que se suponía que deberían tener cierta autonomía. Otra cosa fue la desastrosa historia de la empresa pública. Nunca he entendido por qué la izquierda siente tanta afición por la empresa pública. La mayor parte de empresas públicas han sido fiascos absolutos o vidas mediocres. Lo importante fue ir librando al Estado. Para ello aprovechamos el interés que tenían muchos grupos en venir a España tras entrar en la UE. Quizá lo más importante fue la privatización de la banca pública, que yo concentré, y la de los monopolios, que permitieron crear las primeras multinacionales españolas. Aquello se hizo con el recelo de todo el mundo, que creía que estábamos vendiendo los bienes de la patria. Los resultados han sido inmejorables.
Guindos: “Los 30 años son una historia de éxito de la que sentirse orgullosos”
P. S. Añadiría muy poco. Únicamente que, una vez en Europa, se planteaba el problema de cómo hacíamos eficientes las empresas públicas si no podían recibir ayudas. La modernización significaba plantearse opciones nuevas y Europa ha sido crucial para que se produjeran los cambios. Siempre hay una nostalgia, sobre todo desde la izquierda. Por ejemplo, en la crisis hemos oído lamentos por no contar con una banca pública que hubiera podido ayudar a resolver problemas. Una banca pública mal gestionada hubiera creado un problema mucho mayor.
L de G. Por cierto, yo he sido el único que he tenido que nacionalizar un banco [Bankia].
C. S. No te olvides de Rumasa.
L. de G. En ese sentido, hay hitos muy importantes, como el estatuto de independencia del Banco de España, la creación de la CNMV y de los reguladores sectoriales. La privatización de los monopolios necesitaba vigilar la competencia.
EL PAÍS. Hubo una etapa de exuberancia financiera con personas como Mario Conde, Javier de la Rosa, etcétera. ¿Qué ocurrió?
C. S. Todo ese proceso empieza en 1987 con la opa del Bilbao sobre Banesto. Ante la falta de reacción, Conde pasa a ser el caballero blanco y a empezar su andadura. La historia de este país se beneficiará mucho el día que personajes como Conde y Javier de la Rosa no figuren en ella más que a pie de página…, y no tengo ningún interés en hablar de ello.
Solchaga: “Nunca he entendido la afición de la izquierda a las empresas públicas”
EL PAÍS. Pero recientemente se han reproducido casos similares, incluso con un excolega vuestro.
C. S. Es evidente que en nuestras sociedades siempre puede haber prácticas corruptas, que se persiguen y sancionan, aunque quizá la española no sea la más brillante. Por otra parte, las oportunidades de hacer negocios fáciles florecen más en momentos de auge que de recesión. Lo que sí es verdad es que la sociedad se va dotando de instrumentos para detectar antes estos comportamientos. Hoy la sociedad española es mucho más fuerte en la lucha contra la corrupción que lo era hace 10 años y por supuesto que hace 20.
P. S. El dinero fácil favorece la corrupción. Una democracia relativamente joven y con una falta de normativa y de cultura ha facilitado las cosas.
L. de G. Las épocas de exuberancia irracional siempre se intentan justificar como racionales. Cuando se tiene un déficit externo importante, un crédito que crece más que el PIB nominal y un precio de la vivienda que no se ajusta a los fundamentos económicos, cosas que cuando se producen todo el mundo está encantado y feliz, se llega a comportamientos no deseables. La diferencia con el pasado es que esta burbuja nos pilló con un 50% del sistema financiero en las cajas de ahorros. Ha habido cajas bien gestionadas, pero otras que no y que tenían deficiencias de gobierno corporativo. Cuando combinas eso con una burbuja inmobiliaria y otra de crédito se explican muchas de las cosas que han ocurrido. Pasó con las preferentes, que se colocaron para aportar capital. Estoy convencido que las tarjetas black no tenían la misma percepción hace cinco años que ahora.
EL PAÍS. ¿Por qué no se pinchó la burbuja antes?
P. S. Viví el final del periodo. Cuando llegué [en 2004], teníamos un problema de diferencial de inflación y de evolución del crédito, que era excesivo. La competitividad de la empresa no iba bien y el déficit tampoco. Intentar mejorar la competitividad significaba salarios menores, lo que era complicado. Los planteamientos del Banco de España de utilizar reservas específicas para hacer frente al exceso de crédito fue atacado por la Comisión Europea. Seguramente tendríamos que haber actuado antes, haber reducido el crédito. No era tan fácil. Además, en el caso de las cajas, la gobernanza dependía de las autonomías. Los problemas macroprudenciales se discutían, pero tampoco se podían tomar decisiones porque no existía una unión monetaria ni el ambiente para actuar. Más bien al contrario. Nosotros éramos los buenos de la película porque teníamos un déficit razonable, una deuda del 40% y una Seguridad Social que permitió que se pudieran soportar las pensiones. Se discutía cómo era la crisis (en forma de v, de w…), pero no contábamos con que el sistema europeo iba a reaccionar de forma tan tardía y anómala haciendo el proceso más complejo. Cuando aparece el tema griego y se abre el debate de si entra el FMI o nosotros, no tenemos el mecanismo en marcha. Llegamos a una situación donde se vinculan los problemas de deuda soberana con los del sistema financiero.
Solbes: “Lo que en realidad creamos fue un espacio con una moneda única y un tipo único”
L. de G. Estoy muy de acuerdo. La gente se olvida de que entramos en la crisis con margen fiscal (superávit presupuestario y una relación entre deuda pública sobre PIB por debajo del 40%, más de 20 menos que la media europea). Llevamos a cabo la mayor expansión fiscal. Pasamos de un superávit del 2% a un déficit del 11%, 13 puntos de déficit es un estímulo fiscal sin paragón. El problema fue el exceso de crédito, la burbuja inmobiliaria y la pérdida de competitividad. Ahora es muy fácil decir que teníamos que haber puesto un techo para las hipotecas del 50% del valor de la vivienda. Eso díselo a un político...
C. S. O a un banquero.
L. de G. O a un banquero. El ministro de Economía dura dos telediarios… Esas cuestiones son muy difíciles, porque se tiene que actuar preventivamente cuando todavía los datos son buenos, pero a sabiendas de que se están desarrollando los desequilibrios. Y es que la unión monetaria tiene errores. Es sorprendente que un problema tan limitado como el de Grecia diera lugar a que se pusiera en cuestión el futuro del euro. Yo creo que se han hecho cosas, hemos creado el mecanismo de rescate y se ha iniciado la unión bancaria. Desde 1998 hay un primer proceso con una integración de mercados de créditos y de capitales, que se desintegra hasta que Mario Draghi toma cartas en el asunto y se empieza con el proceso de unión bancaria. Tenemos supervisión única, un fondo de resolución único, una entidad de resolución única. La unión monetaria funcionará si compartimos más riesgos entre los diferentes países. El problema es que la mutualización del riesgo es menor al de otras uniones monetarias.
C. S. La relevancia de las balanzas de pagos internas dentro de los países era la que predominaba. En esa perspectiva, la nuestra, que era crecientemente deficitaria en los años anteriores a la crisis, encontraba una justificación virtuosa. No es que el ahorro sea insuficiente, lo que pasa es que tenemos unas tasas de inversión del 30% del PIB, más propias de países emergentes. Nos parecía que era más grave el déficit de balanza de pagos y la pérdida de competitividad que comportaba y por supuesto la financiación. ¿Qué pasaba? Que donde había una ausencia de demanda, como Francia y Alemania, los bancos prestaban a quienes necesitaban el dinero como España, donde se estaba desarrollando una burbuja inmobiliaria o un lanzamiento de la inversión en bienes de equipo como infraestructuras absolutamente anormales, muchas de las cuales eran privadas. En los bancos crecía más el crédito que los depósitos. El Banco de España no podía hacer nada y, desde luego menos el BCE, porque el sistema de supervisión no se había constituido y no había una unión bancaria ni nada que se le pareciera. Llegamos a 2008 a una situación en la que a nadie nos parecía mal lo que estaba sucediendo en España, esta es la realidad. El gran problema es cuando aparece la cuestión griega, el descubrimiento de que estaban engañando y que no habían introducido ninguna medida para corregirlo. Entonces se preguntó para qué sirve el euro. Hemos tenido una respuesta de buscar consenso en un conjunto de países y no una respuesta unitaria. Hemos creado instrumentos extraordinariamente importantes, pero seguimos estando muy lejos de una política fiscal armonizada o una política de deuda pública para mutualizar los riesgos.
EL PAÍS. ¿Qué queda por hacer?
C. S. Lo más inmediato es terminar las cosas o evitar tentaciones de deshacer las que se han hecho bien. Y yo ya sé lo que me digo. Cuando dejas el corto plazo te das cuenta de que este país solo tiene que hacer una cosa y hacerla bien: gastar en educación, formación de personas y adquisición de conocimientos. Y todo en torno a ese eje, ya sea en investigación, política de innovación, etcétera. Es la prioridad de España, que es la de cualquier país que quiera mantenerse en la modernidad.
P. S. El tema no es muy distinto al europeo, con la precisión de que habrá más población. A partir de ahí, diría: educación, investigación y formación para buscar empleo en mejores condiciones. Y otra reflexión, los Reyes Magos no existen. Si disponemos de recursos invirtámoslos de forma eficiente. Incentivados por los fondos europeos, que hicieron llegar dinero fácil, nos hemos ido a una inversión no siempre justificada en términos de eficiencia, olvidando que en muchos casos lo que hoy es inversión supone un incremento de gasto corriente para mañana. Y el mercado único es el mínimo necesario.
L. de G. Estoy de acuerdo en que la educación es fundamental. La economía sigue siendo vulnerable. Se han corregido muchos desequilibrios, pero seguimos teniendo un nivel de deuda externa enorme. La economía española tiene que renovar cientos de millones el año que viene y si nos castigan con un encarecimiento en la financiación, el impacto será inmediato. Los retos son también los de la economía europea, en cómo se va a incrementar el potencial de crecimiento. También tenemos un riesgo potencial de salida de la UE, que es [la del] Reino Unido. Tenemos que dar una respuesta adecuada al proceso de refugiados. La unión monetaria sigue teniendo defectos de construcción.
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