Los preocupantes ajustes monetarios en Estados Unidos
El que los bancos empujen por un alza de tipos demuestra que no entienden como funciona realmente su negocio
La Reserva Federal de Estados Unidos ha decidido restringir su política monetaria cuatro veces en las últimas cuatro décadas. En cada una de estas ocasiones, la decisión desencadenó procesos que redujeron el empleo y la producción mucho más que lo que los analistas de la Fed habían previsto inicialmente. Ahora que se prepara un ajuste similar, un examen de esta historia (y del estado actual de la economía) da motivos para pensar que Estados Unidos está entrando en un territorio peligroso.
El primer ejemplo es de entre 1979 y 1982, cuando el entonces presidente de la Fed, Paul Volcker, decidió cambiar la visión de la institución sobre la política monetaria. Volcker esperaba que al controlar la cantidad de dinero en circulación, la Reserva lograría que la inflación cayera más de lo que predecían los modelos keynesianos tradicionales, con efecto reducido sobre la capacidad productiva y el desempleo.
Por desgracia para la Reserva (y para la economía estadounidense), los modelos keynesianos acertaron: los costes de la deflación cayeron sobre la economía según lo predicho. Además, este período de ajuste monetario trajo consecuencias inesperadas; instituciones financieras como Citicorp solo se salvaron de la bancarrota gracias a la tolerancia de las autoridades reguladoras, y gran parte de Latinoamérica se hundió en una depresión que duró más de cinco años.
Luego, de 1988 a 1990, otra ronda de ajuste monetario, bajo Alan Greenspan, arruinó las cuentas de las cajas de ahorro estadounidenses, que estaban demasiado apalancadas, descapitalizadas y luchando por sobrevivir. Para evitar que la recesión subsiguiente fuera a peor, el gobierno federal tuvo que acudir al rescate de las instituciones insolventes. También los gobiernos de los estados quedaron atrapados: para rescatar a las cajas de ahorro texanas y a sus depositantes, Texas gastó el equivalente a tres meses de sus ingresos totales.
La economía estadounidense aún sufre los efectos de una desregulación, seguida de un ajuste monetario equivocado
Entre 1993 y 1994 Greenspan volvió a pisar el freno de la política monetaria, sólo para descubrir que incluso un pequeño ajuste podía tener un gran efecto sobre los precios de los activos a largo plazo y los costes financieros de las empresas. Afortunadamente, aceptó darle la vuelta a su decisión y cortó el ciclo de ajuste antes de lo planeado (pese a las protestas de muchos miembros de la Comisión Federal de Mercados Abiertos, encargada de definir las políticas). Esta medida evitó que la economía de Estados Unidos volviera a caer en la recesión.
El episodio más reciente (entre 2004 y 2007) fue el más devastador de los cuatro. Ni Greenspan ni su sucesor, Ben Bernanke, comprendieron la fragilidad que un largo período de escasa regulación había sembrado en el mercado inmobiliario y el sistema financiero. La economía estadounidense aún sufre los efectos de estos errores paralelos: desregulación, seguida de un ajuste monetario equivocado.
El ciclo de ajuste que la Reserva Federal, aparentemente, está a punto de poner en marcha, llega en un momento económico delicado. Aunque la tasa de paro en EE UU dé la impresión de que puede dar pie a una mayor inflación, la proporción entre el número de empleados y la población activa todavía da a entender que la economía está en serios apuros. Las tendencias salariales sugieren que es este cociente, y no la tasa de desempleo, el mejor indicador de capacidad ociosa en la economía; y hace diez años nadie hubiera interpretado su valor actual como justificación para un ajuste monetario.
De hecho, ni siquiera la Reserva Federal parece convencida de que la economía esté en peligro inminente de sobrecalentarse. No sólo la inflación en EE UU es menor al objetivo a largo plazo de la Reserva, sino que se prevé que se mantenga así por lo menos los próximos tres años. Y el cambio de rumbo de la Reserva llega en un momento en que sus propios economistas creen que la política fiscal estadounidense es demasiado restrictiva.
En tanto, dada la fragilidad (e interconexión) de la economía global, un ajuste monetario en EE UU puede tener repercusiones negativas en el resto del mundo (con el consiguiente efecto rebote en casa), especialmente por la inestabilidad en China y la debilidad económica de Europa.
Se podría sospechar que la urgencia de la Reserva Federal por ajustar la política monetaria (a pesar de los precedentes históricos desfavorables y la incertidumbre económica actual) obedece a las presiones de bancos comerciales con demasiada influencia en la formulación de las políticas oficiales. Al fin y al cabo, el modelo de negocios de esos bancos depende de que puedan ganar (mediante inversiones a largo plazo pasivas y relativamente seguras) al menos un 3% al año más que lo que pagan a los depositantes. Y para eso es necesario que el tipo de interés de referencia del Tesoro de EE UU sea más alto de lo que es ahora.
Si así fuera, dejaría en evidencia la incapacidad de los banqueros para comprender qué es lo realmente bueno para el sector. Lo mejor para los bancos no es una subida inmediata de tipos, sino una política monetaria que ayude a garantizar que la economía podrá sostener tipos de interés más altos en el futuro. A juzgar por la historia, un ajuste inmediato de la política monetaria solo provocará más turbulencias económicas, seguidas de un veloz regreso a tipos de interés bajos. Que la Reserva quiera internarse por ese camino debería preocuparnos a todos.
J. Bradford DeLong es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas (NBER).
Traducción de Esteban Flamini.
© Project Syndicate, 2015.
www.project-syndicate.org
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