La irracionalidad independentista
Tuvimos suerte. En el referéndum escocés, al final, imperó la racionalidad. La psicología del proceso de toma de decisiones complejas muestra que, muchas veces, los humanos no son capaces de evaluar los riesgos en que incurren. Cuando las variables que hay en juego son múltiples y complejas, el cerebro humano no es capaz de transmitir un veredicto claro y conciso, y a veces las decisiones se toman guiadas por la intuición y el sentimiento, a menudo, de manera ineficiente e irracional, aceptando riesgos excesivos. Las declaraciones de los votantes durante la noche electoral, y el análisis de Lord Ashcroft del referéndum, muestran que los que votaron no argumentaban que les daba miedo arriesgar su presente económico a cambio de un futuro no definido y tremendamente incierto. Es decir, razonaron en función de un cálculo de probabilidades y decidieron que no merecía la pena cambiar un buen presente por un futuro incierto. Los que votaron sí argumentaban que no querían ser gobernados por los conservadores y que querían que los temas que afectaban a Escocia se decidieran en Escocia. Dos maneras muy distintas de abordar un mismo problema, el bienestar económico frente al sentimiento político. Quizás por ello la división demográfica muestra que el apoyo al no aumentó de forma proporcional con la edad del votante: los más jóvenes creen que tienen poco que perder (lo cual no es cierto, porque tienen por delante los mejores años de su vida productiva), los mayores hacen un cálculo más cuidadoso de costes y beneficios.
Desde el punto de vista de la toma de decisiones en un contexto de incertidumbre, un proceso independentista, excepto en casos extremos que sirvan para escapar de una situación de falta de respeto de los derechos humanos o un modelo económico fallido y ruinoso, tiene un valor esperado futuro negativo, ya que la única certeza que ofrece es abrir un proceso largo e irreversible, de alta incertidumbre y elevados costes de transición. Gordon Brown, en el discurso que pronunció un par de días antes del voto, lo dejo bien claro: “los independentistas prometen un campo de minas económico, donde los problemas pueden explotar en cualquier momento, una trampa económica de la cual, quizás, no se pueda escapar". La probabilidad de éxito económico de un país pequeño que se independiza es tremendamente incierta. Le pueden contar mil historias distintas, pero la respuesta honesta es que nadie sabe lo que puede pasar. Haber tenido un crecimiento vibrante en el pasado no garantiza absolutamente nada, ya que el contexto económico futuro va a ser completamente distinto —ese es el propósito de la independencia, al fin y al cabo—. Este es un caso donde el viejo dicho financiero de que el éxito pasado no garantiza los resultados futuros se aplica de manera especialmente apropiada.
Cuénteles la verdad sobre las posibles consecuencias para que opinen de manera racional
En el caso catalán, el futuro depende de muchas variables fuera del control de los dirigentes que hoy prometen un brillante futuro independiente. ¿Cuál será la moneda y el régimen cambiario que se adoptará? ¿Qué harán las empresas, y sobre todo los bancos, de la región independizada? ¿Se quedaran, o huirán despavoridas, como dijeron los bancos escoceses que harían si hubiera ganado el sí? No olvidemos que la decisión de las empresas extranjeras de establecerse en Cataluña se basa, sobre todo, en el acceso a España y a Europa. ¿Qué sucederá con los acuerdos comerciales en vigor y como afectara a las exportaciones? ¿Qué prima de riesgo aplicaran los mercados a una economía que decidiera separarse, haciendo alarde público de desobediencia civil y de ignorar la legislación vigente, con un pasado de aparente amplia corrupción institucional? ¿Qué calificación le asignaran las agencias de rating? Hay inversores que están empezando a incluir cláusulas para anular contratos en caso de independencia. Hay muchos escenarios en los que una economía pequeña y poco diversificada, con un nivel de deuda del 100% del PIB, sin reservas de tipo de cambio ni historia institucional, podría verse abocada a un larguísimo periodo de incertidumbre, crecimiento económico débil y muy volátil, duro ajuste fiscal, y posiblemente un programa de estabilización del FMI.
La independencia es equivalente a jugarse a la lotería sus ahorros, su trabajo, y su pensión, algo que nadie haría de manera racional ya que tiene un valor esperado negativo. Si es así, ¿por qué insisten algunos políticos en avanzar, sí o sí, hacia la independencia? Quizás porque para ellos, para los políticos, sí que es racional, sí que es una decisión con un valor esperado positivo. Recuerden el primer principio de la política: lo más importante es mi reelección.
En el caso español, tiene que ver en parte con la idiosincrasia de nuestro sistema electoral. Los políticos regionalistas de las regiones más grandes han gozado de una situación privilegiada: han ejercido de partido bisagra en los gobiernos nacionales y han podido ofrecer a sus votantes un aumento continuo de competencias (sin aumento paralelo de la responsabilidad fiscal, un auténtico chollo político), a medida que se articulaba el estado de las autonomías. Pero, ¿qué sucede cuando el proceso de trasvase de competencias se ha completado? Recuerden el segundo principio de la política: prefiero tener el problema que la solución. Hay que ir más allá, ya que no se puede prosperar en la política regional sin prometer cada vez más competencias. De ahí el nuevo Estatuto catalán, que traspasó los límites de la Constitución y en cuya pésima gestión está el origen del independentismo. Cuando llega la crisis y hay que recortar el gasto de manera drástica y políticamente costosa, echarle la culpa a España es una estrategia política fácil y oportunista. El proceso independentista tiene poco que ver con el bienestar de Cataluña.
Una parte del debate se refiere a la necesidad de actualizar la estructura fiscal española, algo que sería saludable tras varias décadas con el mismo sistema. España tiene ya uno de los sistemas fiscales más descentralizados de la OCDE, con más de la mitad del presupuesto gestionado a nivel subnacional (el Reino Unido, por ejemplo, no llega ni a la mitad de la descentralización española; las competencias que le ha ofrecido Londres a Escocia son menores que las que ya tiene Cataluña en la actualidad). Este debate debe considerar tanto las necesidades políticas regionales como el impacto de una mayor descentralización sobre la economía española. La evidencia empírica al respecto ofrece resultados muy ambiguos respecto al impacto de la descentralización, medida como la proporción de gasto o de ingreso gestionados a nivel regional, sobre el crecimiento económico. Parece que el efecto solo es claramente positivo en países que partan de un nivel muy bajo de descentralización, y que el efecto es ambiguo o negativo en países con un alto nivel de descentralización. Es posible que a mayor descentralización, menor consideración de lo que es positivo para el país en su conjunto (piensen en la zona euro en estos momentos, que necesita urgentemente una fuerte expansión fiscal pero ningún país parece dispuesto a llevarla a cabo). Es un tema que hay que debatir con detenimiento, con calma y sin prisa.
Esperemos que impere la cordura y no se vote. En cualquier caso, cuéntenle a los ciudadanos la verdad sobre las posibles consecuencias de la independencia, para que puedan opinar de manera racional. No se aprovechen de la mala coyuntura económica, que siempre incita al cambio. No creen falsos conflictos diciendo que España les roba —que no es verdad— o que hay un problema lingüístico —difícil de creer, dadas la tremendas dificultades que encuentran los que prefieren la escolarización en castellano—. No les pregunten si están a favor de la independencia dentro de la Unión Europea cuando saben que no será posible en un futuro próximo. Confiesen que la independencia es equivalente a apostar sus ahorros, su empleo, y su futuro económico, a una incierta lotería. Que entiendan lo que está en juego.
Ángel Ubide es senior fellow, Peterson Institute for International Economics, Washington D.C.
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