Diferencias británicas
La economía británica crecerá más que el promedio de las economías avanzadas en este y el próximo año. En 2014, según el último informe de previsiones del FMI esa economía crecerá un 2,9%, la tasa más elevada del G7, mientras que el conjunto de la eurozona lo hará en 1,2%. La diferencia también será apreciable en el horizonte de 2019 al que esa institución multilateral extiende sus proyecciones. Indicadores contemporáneos como los que se refieren a la producción industrial o a las exportaciones de servicios también reflejan un dinamismo destacable. La tasa de paro será este año del 6,9% y del 6,6% el próximo. Todo ello en un contexto de aumento de la confianza de los agentes económicos, familias y empresas: el número de encuestados británicos que considera la economía como un problema se ha desplomado hasta niveles similares a los de junio de 2008.
Lo destacable de ese desigual comportamiento es que en el inicio de la crisis la situación británica no era precisamente más favorable, menos vulnerable, que la de las economías que compartían moneda, tanto en términos de exposición inmobiliaria, de salud de sus bancos o de desequilibrio en las finanzas públicas.
La razón de ese desigual comportamiento es común al que acentúa el contraste entre la eurozona y Estados Unidos: han sido las muy distintas políticas económicas arbitradas como respuesta a la excepcional severidad de la crisis que vino del sistema financiero estadounidense en el verano de 2007. El tono inicial de las políticas fiscal y, desde luego, la monetaria fue bien distinto del dominado por la austeridad a ultranza que presidió la eurozona. De forma explícita el FMI admite que el repunte mejor al esperado en el crecimiento de la economía británica ha de ser explicado por las más flexibles condiciones crediticias y un mayor fortalecimiento de la confianza. La política monetaria ha sido más acomodaticia y más orientada a la transparencia. Al tiempo, el Gobierno se ha esforzado en aumentar sus inversiones públicas sin menoscabar el compromiso de saneamiento de las finanzas a medio plazo, con la ambición de equilibrar el presupuesto en 2016.
Aun cuando la recuperación en ciernes sea vulnerable, el grado de fragilidad es bien distinto al que sigue presidiendo la eurozona. Desde luego, las autoridades británicas deberán seguir atentas la salud de su sistema financiero y a la evolución de los precios inmobiliarios, que generan renovadas inquietudes. Pero la situación de esa economía es sin duda hoy más resistente, aun cuando de la intensa caída de la inversión durante la crisis, en más del 30% en términos reales, se haya recuperado poco más de una tercera parte.
Convendría que las autoridades de la eurozona tomaran nota, en definitiva, de cómo se han dosificado y escalonado temporalmente las decisiones de política económica en otras latitudes y observaran los resultados bien distintos que han generado. No solo en términos de desempleo, sino a la hora de garantizar que el crecimiento a medio plazo puede restaurarse, y eso gracias a que las variaciones de la inversión privada y pública no han contribuido excesivamente a la descapitalización del conjunto de la economía. Y sin la suficiente base de capital —físico, tecnológico y humano— no hay garantía de modernización ni de crecimiento futuro.
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