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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El empleo durante la crisis

La destrucción de empleo en los niveles de menor formación obliga a un gran esfuerzo público

José Luis Leal

Los datos de paro y empleo del mes de febrero son alentadores. El paro registrado, corregida la variación estacional, disminuyó de nuevo, tal como lo venía haciendo desde el pasado mes de mayo. Por su parte, el número de afiliados a la Seguridad Social aumentó, siguiendo en ello la pauta iniciada en septiembre. Estos datos son coherentes con los de la Encuesta de Población Activa (EPA) que, una vez desestacionalizados, mostraron un ligero aumento de la ocupación en el último trimestre de 2013. Todo lo cual no quiere decir que hayan acabado los problemas: un paro del 26% de la población activa es un recordatorio constante de que aún queda mucho camino por recorrer hasta llegar a una situación de normalidad. Lo más positivo es que los datos de comienzo del año parecen indicar que la economía avanza. Lentamente, pero avanza.

Es interesante volver la mirada hacia atrás para ver qué ha sucedido desde el tercer trimestre de 2007, momento álgido del empleo en España, cuando se alcanzó la cifra de 20,5 millones de ocupados. Desde entonces hasta el tercer trimestre de 2013, se perdieron 3,7 millones de puestos de trabajo, equivalentes a un 18% de la población activa. Pocos países han experimentado un hundimiento similar del empleo. Es, sin lugar a dudas, la peor recesión en mucho tiempo: por tomar una comparación histórica, de 1977 a 1985 se perdieron 1,8 millones de puestos de trabajo, un 14,3% de ocupados, mientras que de 1991 a 1994, la pérdida de empleo fue ligeramente superior al millón, correspondiente a un 7,9% de la ocupación. España ha tenido que hacer frente a dos crisis simultáneas entrelazadas: la financiera y la de la construcción, a las que hay que añadir la incidencia sobre el empleo de las nuevas tecnologías de la información.

La Encuesta de Población Activa distribuye el nivel de estudios alcanzado por los encuestados en varias categorías que van desde los trabajadores analfabetos hasta el grupo integrado por quienes cuentan con un doctorado. Cuando se analiza el porcentaje de empleo destruido entre el tercer trimestre de 2007 y el correspondiente de 2013 es fácil constatar que las mayores pérdidas relativas se sitúan en las categorías de menor formación. Por no tomar más que dos ejemplos significativos, el grupo de trabajadores que no pasaron de la educación primaria vio cómo el empleo se reducía a menos de la mitad en su grupo, mientras que en la categoría de ocupados que habían alcanzado estudios superiores la ocupación aumentó un 2% entre las dos fechas lo que, por otra parte, no impidió que el número de parados de este colectivo creciera en 940.000 personas hasta alcanzar 1,3 millones en el tercer trimestre de 2013. Conviene señalar que el grupo de quienes contaban con estudios superiores era el más numeroso de los considerados por la EPA y representaba, a finales de 2013, un 40% del empleo total frente al 8,9% de los que solo poseían educación primaria.

A pesar de la crisis, de 2007 a 2013 la población extranjera procedente de la UE aumentó en 269.000 personas

De los 3,7 millones de empleo perdidos, tres corresponden a trabajadores de nacionalidad española y el resto a extranjeros. Para los primeros, las mayores caídas de empleo, tanto en términos absolutos como relativos (exceptuando el muy reducido grupo de trabajadores analfabetos), se dieron en el colectivo de quienes no pasaron de la educación primaria, con una pérdida de 1,3 millones de puestos de trabajo correspondientes a un 58% del empleo de ese colectivo. Esta cifra parece abonar la tesis de que fueron muchos los jóvenes españoles quienes, atraídos por la burbuja inmobiliaria, abandonaron la enseñanza secundaria para buscar un empleo en la construcción. En lo relativo a los extranjeros, la mayor caída en términos absolutos tuvo lugar en el colectivo que había completado la segunda etapa de la enseñanza secundaria, con 422.000 empleos perdidos, pero en términos relativos fueron los que no pasaron de la enseñanza primaria quienes vieron reducirse más el empleo de su grupo, con un 46% de caída.

De 2007 a 2013 la población española de más de 16 años apenas varió, pero la población extranjera procedente de la UE aumentó en 269.000 personas, de las cuales 135.000 eran activas, y ello a pesar de la crisis y del aumento del desempleo. Aparentemente, los ciudadanos procedentes de la UE, fundamentalmente de los países del Este, prefieren venir a España, aun con el riesgo de no encontrar trabajo, a quedarse en sus lugares de origen, incluso si las tasas de crecimiento en la mayor parte de esos países son muy superiores a las que se registran en España. El comportamiento de la inmigración procedente de América Latina fue muy diferente pues un número considerable, 460.000 personas mayores de 16 años, abandonó nuestro país, cifra por otra parte inferior a la caída de la ocupación de este colectivo, estimada en 652.000 personas.

Se ha hablado bastante a lo largo de los últimos meses del fenómeno de los “trabajadores desanimados”, es decir, de aquellos que pudiendo trabajar no buscan un empleo porque piensan que no tienen posibilidades de encontrarlo. En cierta manera se excluyen a sí mismos de la población activa, lo que debería reflejarse en la tasa de actividad del grupo al que pertenecen. Efectivamente, la tasa de actividad de los trabajadores de nacionalidad española disminuyó a lo largo del año pasado, pero, sorprendentemente, a finales de 2013 aún era superior a la registrada en 2007. No sucedió lo mismo con los inmigrantes, cuyos dos colectivos principales registraron caídas, mucho más fuertes en el caso del colectivo sudamericano (casi cuatro puntos), lo que parece indicar que los miembros activos de las familias son los primeros en regresar a sus países de origen.

La estructura actual de población activa, al contar con una mayor proporción de personas con estudios superiores, sugiere al menos la posibilidad de poder adaptarse mejor a las nuevas circunstancias de la economía mundial siempre y cuando se adecúe la formación a las necesidades del mercado. Es una cuestión de gran relevancia para el futuro pues la incidencia de las nuevas tecnologías sobre el empleo tiende a acelerarse por la creciente capacidad de las máquinas de procesar cada vez más información y de incorporar dosis crecientes de la llamada inteligencia artificial. Al mismo tiempo, la terrible destrucción de empleo en los niveles de formación menos cualificados requiere un esfuerzo de primera magnitud por parte de los organismos públicos para facilitar la reconversión de los millones de trabajadores que se han visto desplazados de sus puestos de trabajo y que han sido, sin lugar a dudas, quienes más han sufrido las consecuencias de la crisis. Quienes tengan alguna duda no tienen más que consultar las cifras de la Encuesta de Población Activa.

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