Turbulencias en Turquía
El verdadero problema es que las economías ricas no han resuelto sus problemas subyacentes
A ver, ¿quién ha pedido esto? Con todo lo que está pasando, lo último que nos hacía falta era una nueva crisis económica en un país ya sacudido por la agitación política. Es cierto que las repercusiones mundiales directas de lo que suceda en Turquía, con una economía del tamaño de la de Los Ángeles, no serán graves. Pero estamos oyendo la pavorosa palabra “contagio”, la clase de contagio que en su día hizo que la crisis de Tailandia se extendiese por toda Asia, que hace poco ha hecho que la crisis de Grecia se extienda por toda Europa y que ahora, como teme todo el mundo, podría hacer que los problemas de Turquía se propaguen por todos los mercados emergentes del mundo.
Es, en muchos aspectos, una historia conocida. Pero esa es una de las cosas que la vuelve tan inquietante: ¿por qué seguimos padeciendo estas crisis? Y he aquí algo curioso: los intervalos entre unas crisis y otras parecen estar acortándose y las secuelas de cada crisis parecen ser peores que las de la anterior. ¿Qué está pasando?
Antes de hablar sobre Turquía, una breve historia de las crisis financieras mundiales.
Tras la Primera Guerra Mundial, y durante una generación, el sistema financiero, desde el punto de vista actual, se libró extraordinariamente de las crisis; probablemente porque la mayoría de los países restringieron los flujos de capital internacionales, de modo que los préstamos estaban bastante limitados. Sin embargo, a finales de la década de 1970, la liberalización y la creciente agresividad bancaria condujeron a un aumento de los fondos que llegaban a Latinoamérica, seguido de lo que en el mundo financiero se denomina un “parón brusco” en 1982 (y una crisis que trajo consigo una década de estancamiento económico).
Al final Latinoamérica volvió a crecer (aunque México sufrió una grave recaída en 1994) pero, durante la década de 1990, la misma historia se repitió en Asia, solo que a mayor escala: una ingente entrada de capital seguida de un parón brusco y una implosión económica. Algunas economías asiáticas se recuperaron enseguida, pero la inversión nunca volvió a ser la misma, ni tampoco el crecimiento.
Más recientemente, una nueva versión de la historia ha tenido lugar en Europa, y tras la rápida afluencia de capitales a Grecia, España y Portugal, se produjo un parón brusco y un sufrimiento económico inmenso.
Como he dicho, aunque el argumento de la historia siga siendo el mismo, las consecuencias no paran de empeorar. La producción real cayó un 4% durante la crisis mexicana de 1981-1983; bajó un 14% en Indonesia entre 1997 y 1998, y en Grecia se ha reducido más de un 23%.
¿Se está fraguando, por tanto, una crisis aún peor? Los factores fundamentales son un tanto tranquilizadores; Turquía, en concreto, tiene una deuda pública baja y, aunque las empresas han adquirido muchos préstamos en el extranjero, la situación financiera general no parece tan mala. Pero todas las crisis anteriores dieron al traste con las expectativas optimistas. Y las mismas fuerzas que hicieron fluir el dinero hacia Turquía también han hecho que la economía mundial en general sea tremendamente vulnerable.
A lo mejor han oído, o a lo mejor no, que hay un gran debate entre los economistas sobre si nos enfrentamos o no a un “estancamiento secular”. ¿Qué es eso? Bueno, una manera de describirlo sería decir que es una situación en la que la cantidad de dinero que la gente quiere ahorrar está por encima del volumen de dinero que merece la pena invertir.
Cuando se da ese caso, hay dos posibles consecuencias. Si los inversores son cautos y prudentes, en la práctica estamos, en conjunto, intentando gastar menos de lo que ganamos, y puesto que mi gasto es su ingreso y su gasto es mi ingreso, la consecuencia es una recesión persistente.
Otra posibilidad es que los inversores inquietos —frustrados por la escasa rentabilidad y desesperados por obtener beneficios— puedan engañarse a sí mismos e invertir dinero en proyectos mal concebidos, ya sean los préstamos de alto riesgo o el bombeo de capital hacia los mercados emergentes. Esto puede impulsar la economía durante un tiempo, pero al final los inversores afrontan la realidad, el dinero se agota y llega el sufrimiento.
Si esta es una buena descripción de nuestra realidad, y creo que lo es, tenemos ahora una economía mundial destinada a oscilar entre las burbujas y la depresión. Y este no es un pensamiento alentador, cuando estamos presenciando lo que parece ser el estallido de la burbuja de los mercados emergentes.
La idea más general es que Turquía no es, de hecho, el problema; ni tampoco Sudáfrica, Rusia, Hungría, India ni cualquier otro país que esté en apuros ahora mismo. El verdadero problema es que las economías más ricas del mundo —Estados Unidos, la eurozona y otros actores menos importantes también— no han sido capaces de resolver sus problemas subyacentes. Lo más evidente es que, ante un sector privado que quiere ahorrar demasiado e invertir muy poco, hemos aplicado medidas de austeridad que intensifican las fuerzas de la depresión. Y lo que es aún peor, todo indica que, al permitir que el problema del paro se agrave, estamos reduciendo las perspectivas de crecimiento a largo plazo, así como las de corto plazo, lo cual hundirá la inversión privada todavía más.
Ah, y una gran parte de Europa ya corre el riesgo de caer en una trampa deflacionaria como la de Japón. Es más que verosímil que una crisis de los mercados emergentes pueda convertir ese riesgo en un hecho.
Así que Turquía parece tener problemas graves; y China, una economía muchísimo más grande, también parece un poco inestable. Pero lo que da miedo de estos problemas es la debilidad subyacente de las economías occidentales, una debilidad que han agravado profundamente unas políticas absolutamente nefastas.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008
© 2014 New York Times News Service.
Traducción de News Clips.
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