Las 'Spanish financial practices' y la crisis
La supervisión bancaria española ha fracasado en su misión durante la etapa de euforia económica
Cada día que pasa tengo más la impresión de que la economía española se parece a un enfermo al que su tejido muscular le funciona relativamente bien, pero tiene los riñones contaminados por un tóxico que hace que su sistema sanguíneo no sea capaz de desarrollar su función de suministrar riego a los músculos para que sigan funcionando y el enfermo pueda salir de su convalecencia. Por si la metáfora médica les ha confundido, permítanme explicarme de forma más convencional.
Las empresas españolas que forman la economía real o productiva, es decir, la que produce todo tipo de bienes —automóviles, textiles, vino— y de servicios —turismo y otro tipo de servicios a las empresas—, es el tejido muscular. Funciona relativamente bien; casi me atrevería a decir que milagrosamente bien. Un indicador es el buen comportamiento exportador: la española ha sido la economía de los países ricos de la OCDE que mejor ha sabido mantener su cuota de exportación en la última década. Además, desde 2008, las exportaciones han crecido a una tasa acumulada superior a las de Alemania o de Reino Unido, aun cuando este último ha tenido la ventaja de poder devaluar.
Podríamos incluir también la disposición de muchos profesionales y jóvenes graduados españoles para salir a buscar trabajo fuera de nuestras fronteras. Más que emigración, yo lo veo como una expresión de la nueva capacidad para competir en cualquier terreno y lugar del mundo. Tenemos ahora “una generación educada para competir”, en palabras de Casillas, que explica tanto el triunfo de La Roja como el buen comportamiento de la economía real española.
Además, contradiciendo el mito de la falta de productividad, cuando se comparan empresas de igual tamaño de distintos países, como debe hacerse, se ve que las grandes empresas españolas tienen una productividad igual o superior que las alemanas. Nuestro problema es el reducido tamaño medio de nuestras empresas, pero de esto hablaremos otro día.
El resultado de esas prácticas lo estamos padeciendo todos
No me gustaría dar la impresión de un optimismo bobalicón. No estoy diciendo que no haya nada que mejorar en nuestro tejido productivo. Lo que, aquí y ahora, quiero decir es que hay cosas que van bien en nuestra economía, y que este es un país en su gran mayoría serio, innovador, competitivo. Esta es una equity story real que es necesario contar para generar autoestima y confianza en nuestras capacidades.
Nuestro problema principal está en la economía financiera. Volviendo al símil médico, la banca tiene sus balances contaminados por elementos tóxicos y eso hace que el sistema financiero no sea capaz de suministrar crédito a la economía real, a los músculos.
¿Qué es lo que ha provocado esa toxicidad y fallo sistémico? Ha sido lo que los analistas anglosajones llaman las spanish financial practices, las prácticas que han llevado a cabo una buena parte de las cajas y bancos en los años de euforia, cuando el crédito, como ocurre con el alcohol en las fiestas, corría abundante y barato. Prácticas que no fueron detectadas y erradicadas por los supervisores públicos (Banco de España, CNMV, Gobierno, Gobiernos autónomos), que tienen por misión (y cobran por ello) la supervisión bancaria.
Espero que las reformas financieras que nuestros Gobiernos no fueron capaces de hacer sean ahora posible
Esas spanish practices abarcan un amplio tipo de conductas: la negligencia profesional; la imprudencia en la concesión de crédito; el mal cálculo de riesgo inmobiliario; las elevadas retribuciones y, especialmente, las compensaciones en forma de indemnizaciones y pensiones millonarias, injustificadas en cualquier caso, pero especialmente cuando son el pago del fracaso, es decir, por llevar a la quiebra a sus instituciones; el abuso de la confianza y la buena fe de los clientes; el engaño y el fraude; la administración desleal; la ocultación de información y falta de transparencia; la laxitud de los mecanismos de control interno y la falta de competencia de muchos de sus responsables, y otros muchos ejemplos.
El resultado de esas prácticas lo estamos padeciendo todos: una pérdida de confianza en nuestro sistema bancario, el cierre del crédito internacional y la pérdida de credibilidad como país.
¿Qué hizo posible estas prácticas? Las amistades peligrosas entre banqueros y políticos de las que les hablé en un artículo anterior (3 de junio de 2012). Esas amistades funcionaron como una tupida red de favores mutuos que ha impedido hasta ahora abordar con seriedad y eficacia la cura de la enfermedad española: practicar una “diálisis” bancaria y corregir ese conjunto de malas prácticas.
Cuando escucho hablar de reformas a los banqueros, mi ingenuidad me lleva a pensar que me van a hablar de reformas de esas malas prácticas. Pero no, en general, las reformas a las que se refieren son los recortes de las prestaciones del Estado de bienestar y del mercado de trabajo. Un ejemplo de ese pecado bíblico consistente en ver la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.
A la espera, cuando escribo, de conocer el contenido final del acuerdo con Bruselas para esa “diálisis” de la banca española, mi esperanza es que las reformas financieras que nuestros Gobiernos no fueron capaces de hacer por sí mismos, debido a sus amistades peligrosas con banqueros, sean ahora posible, sin que eso signifique que la “diálisis” la tengan que pagar los ciudadanos con recorte de gastos sociales indispensables y disminución de salarios.
Como ocurrió con la crisis bancaria de la segunda mitad de los ochenta, que se llevó por delante toda una generación de financieros, esta crisis también hará lo mismo. Lo estamos viendo ya en el caso de Bankia, Banco de Valencia, CaixaNovaGalicia y otros. Pero lo realmente importante es el saneamiento bancario y acabar con esas malas prácticas. Las finanzas, las buenas finanzas, son algo esencial para salir de la crisis y para la continuidad del progreso económico y social del país.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.