Bankia y el fiasco de la política
La crisis de la entidad y la de Rato estuvieron marcadas por la injerencia del PP, los errores de gestión y la recesión económica
Si existe un paradigma de lo mal que ligan la política y las finanzas, ese es Bankia. Alentada desde todos los estamentos (Banco de España, Comunidad de Madrid, de Valencia y altos cargos del Gobierno de Zapatero) y con un peso pesado de la política como Rodrigo Rato al frente, ha pasado de ser una “entidad ejemplar” a protagonizar la mayor crisis financiera de España.
Los registros de Bankia son descomunales. Con unos activos de 320.000 millones (Bankia más su matriz BFA) acumula 100 millones de metros cuadrados (equivalente a todo el municipio de Las Palmas de Gran Canaria) de suelo improductivo; 45.000 viviendas sin vender y 15.000 locales, garajes... Un patrimonio inmobiliario que hoy es un gigantesco homenaje a la incompetencia y a la falta de prudencia. También las pérdidas de BFA son de escándalo: 3.318 millones en 2011.
La coincidencia de política, ladrillo y falta de gestión profesional, aliñada con la mayor crisis desde la II Guerra Mundial, ha dado lugar a un fiasco que ha costado 23.000 millones a los ciudadanos y grandes pérdidas a 380.000 accionistas. Sin duda, la recesión que llegó por sorpresa en 2011 y la multitud de cambios legales que ha vivido el sistema —más de 12 decretos— dificultaron los planes, pero eso no exculpa a los gestores. Rato y José Luis Olivas, expresidente de Bancaja, se enfrentan a tres querellas por presuntos “delitos de imprudencia grave” y “estafa”.
El exvicepresidente económico en el Gobierno de José María Aznar y ex director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) ha protagonizado la mayor injerencia de la política en una institución financiera. Su nombramiento fue político, su gestión fue política y su salida fue política, resume un ejecutivo cercano. Rato estuvo dos años y cuatro meses como presidente de Bankia, durante los que le tocó capear los momentos más complicados que ha vivido el sector en décadas. “No se puede jugar con dos barajas al mismo tiempo: la política y la financiera, sobre todo cuando tienes problemas. Él no tenía la cabeza en la entidad; ya era difícil sacar adelante Bankia dedicándose al 100%, así que si estás distraído… No debía haber estado en el balcón de la sede del PP en Génova, en las citas electorales”, concluye este ejecutivo.
Lo cierto es que Rato heredó una entidad envenenada. Según exgestores de Caja Madrid, desde mediados de 2008 el balance empezó a deteriorarse al tiempo que dejó de recibir grandes plusvalías de Endesa y otras participaciones. “El último año y medio del expresidente Miguel Blesa fue fatal”, dicen estas fuentes, que piden el anonimato. La entidad perdió fuerza comercial, se metió en negocios de baja rentabilidad y sembró la semilla de los problemas inmobiliarios al prestar mucho dinero a promotores. En paralelo, Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, inició una campaña contra Blesa para reemplazarlo por un colaborador suyo, Ignacio González. En la pugna, apareció Rodrigo Rato como la opción menos descabellada. La política tomó el mando para despolitizar Caja Madrid, dijo el PP. Curioso.
Blesa acabó sus 13 años de mandato con el peor resultado desde que llegó, lo que indicaba un claro cierre de ciclo. “He reforzado el balance ante un 2010 muy difícil”, advirtió entonces, y reconoció tener ya 1.200 millones en inmuebles adjudicados.
Y Rato, que en 2005 había advertido desde el FMI sobre los puntos débiles de las cajas, sabía que la situación era delicada. A principios de febrero envió una realista carta a los principales cargos: “Nos enfrentamos en 2010 a un entorno económico complicado. La fase recesiva del ciclo aún no ha tocado suelo”. Y puso el dedo en la llaga, en la falta de capital, que acabaría siendo la tumba de Bankia. “La regulación financiera nos va a obligar, no solo a preservar, sino a aumentar nuestra capitalización y a mejorar nuestro perfil de riesgo”.
El 29 de mayo de 2010, Rato comunicó al Consejo de Caja Madrid la fusión con cinco cajas pequeñas: Laietana, Ávila, Rioja, Insular de Canarias y Segovia. Para esta operación dijo necesitar 3.000 millones de ayudas del fondo de rescate bancario, el FROB. Sin embargo, 11 días después, Rato y Olivas, ambos, anunciaron que Bancaja se incorporaba al proyecto. ¿Por qué? Los que se fusionaron cuentan que tuvieron el apoyo y/o empuje del Banco de España y del Ministerio de Economía de Elena Salgado. Además tuvieron informes favorables de AFI y Deloitte. Otras voces críticas creen que se hizo para favorecer al PP, que intuía que la Generalitat Valenciana, junto con la CAM, Bancaja y el Banco de Valencia podían convertirse en Grecia, con una suspensión de pagos apoteósica. Al Gobierno socialista le interesó colaborar.
Firmaron la fusión con solo 4.465 millones de ayudas, 1.465 millones más de lo previsto al principio, pese a que incorporaron a Bancaja, un monstruo de casi 100.000 millones de activos, muchos tóxicos. Europa limitó la cuantía de las ayudas y las cobró casi al 8%, un precio difícil de pagar para entidades en crisis. El BFA acabó 2010 realizando un refuerzo de 9.000 millones en provisiones, cargados contra capital.
Pero, probablemente, el mayor error de gestión de Rato fue la salida a Bolsa. El Gobierno exigió una ratio de capital del 10% a las entidades que no cotizaran y un 8% a las que sí. Rato decidió salir al parqué cuando su cociente era del 7,5%. Si no se alcanzaba el mínimo, el Estado entraría en la entidad. En los consejos de Bankia se justificó la operación “por imperativo legal, para evitar que las cajas perdieran su patrimonio”. Con pocos profesionales y muchos políticos en los consejos, la salida a Bolsa de Bankia se convirtió en “cuestión de Estado”. Zapatero y el Banco de España ayudaron a Bankia forzando a muchas empresas del Ibex 35 a comprar sus acciones. Consiguió 3.000 millones de los inversores. ¿Sabía Rato que Bankia tenía los pies de barro? Altos ejecutivos dicen: “Creó una entidad demasiado grande para caer como seguro de vida. Se sentía inmune. Pero se equivocó”. La cotización —muy apoyada— se mantuvo en línea con la banca hasta la dimisión de Rato. Desde entonces, ha perdido el 75% de su valor. Todo en Bankia es a lo grande, incluso su estrepitosa caída.
Dimisión escandalosa
Luis de Guindos, ministro de Economía y Competitividad, falló en su plan inicial: no disipó las dudas de los mercados sobre la salud de la banca con un decreto que obligó a las entidades a realizar provisiones por 50.000 millones de euros. Subió el listón con una segunda norma que exigió 28.000 millones más. Para muchas entidades supuso traspasar la línea roja y entrar en pérdidas. Bankia fue una de ellas. Por eso, algunos en el sector, lo llamaron el “decreto anti-Bankia”.
Sin embargo, Rodrigo Rato presentó un plan de recapitalización al Banco de España y este se lo aprobó. El presidente de Bankia se comprometía a obtener 7.000 millones mediante la venta de parte del grupo industrial y las participaciones preferentes. Miguel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, le exigió cambiar de consejero delegado y colocar a profesionales, en lugar de políticos, en el Consejo. Este acuerdo fue el final para ambos. Ordóñez fue apartado, dejó de pilotar la reestructuración y Rato se convirtió en el objetivo a batir. Mariano Rajoy y sobre todo Guindos consideraban a Rato “el problema dentro del problema”. La creación de Bankia y su mala gestión habían desembocado en una situación de insolvencia. Era el tapón que impedía que se recuperase la confianza en el sistema financiero español y en la deuda soberana, dijeron.
El ministro de Economía se reunió varias veces con Emilio Botín y Francisco González, presidentes del Santander y el BBVA, respectivamente, para diseñar el relevo. En la última cita, el 4 de mayo, participó Isidro Fainé, presidente de La Caixa. Rato fue llamado a esa cena y González le dijo que José Ignacio Goirigolzarri, su última bala, no quería ir como consejero delegado a Bankia, sino como presidente. Fue un ultimátum. Rato meditó ese fin de semana y no vio salida. El lunes 7, publicada la noticia de que se inyectarían miles de millones del Estado en Bankia, dimitió ante Rajoy. Jugó fuerte a banquero y a político en un barco con agujeros. Y perdió.
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