Dorothea Tanning, más allá del surrealismo
La pintora evolucionó bajo el signo de la vanguardia y en las últimas décadas de su vida centenaria se volcó en la poesía

En 1937 la joven Dorothea Tanning, nacida en Galesburg (Illinois) en 1912 y formada en el Instituto de Arte de Chicago, vivió un acontecimiento que tuvo una importancia radical en su vida: la visita a la mítica exposición del Museo de Arte Moderno de Nueva York Arte fantástico, dadá y surrealista le causó un impacto tal que decidió trasladarse a París después de haber conseguido cartas de presentación para destacados miembros de las vanguardias artísticas, como Max Ernst, Yves Tanguy y Chaïm Soutine, entre otros. Sin embargo, ironías del destino, encontraría París vacío. Era el año 1939 y muchos intelectuales europeos habían huido de un continente a punto de estallar hacia Estados Unidos. Tras llamar a varias puertas sin éxito, se trasladó a casa de su familia paterna en Suecia, donde permanecería haciendo retratos de la familia hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Su marido, Max Ernst, se quedó fascinado frente a su cuadro 'Cumpleaños'
A su regreso a Nueva York, empezó a trabajar con el marchante y amigo de los surrealistas Julian Levy, en cuya conocida galería expuso algunas de sus obras que, ya por aquellos primeros cuarenta, empezaban a adoptar esas formas surrealizantes que caracterizarían su carrera posterior.
De hecho, en 1942 pintó uno de sus cuadros más conocidos, Cumpleaños, un curioso autorretrato en el cual, vestida con un atuendo teatral que deja parte de su cuerpo al descubierto, aparece en un espacio de ensueño, puertas que se abren al infinito. Acurrucado a sus pies, un animal con significaciones teosóficas nos recuerda el interés de la artista por lo inasible: "Mis sueños", escribía años después, "surgen de objetos que no tienen equivalentes en el diccionario". Se trataba de su segundo o tercer cuadro bajo la influencia del surrealismo, y se expondría en la muestra de mujeres en la galería de la marchante y coleccionista de arte Peggy Guggenheim, Art of this Century.
Ese mismo año, Max Ernst, al que había buscado en vano en París, amante de Gala Dalí y durante algún tiempo pareja de la propia Guggenheim, visitaba a Tanning en su estudio y se quedaba fascinado frente a Cumpleaños. Jugaron una partida de ajedrez -según cuenta en el relato que más circula- y decidieron pasar juntos el resto de sus vidas; decisión que cumplieron, porque su matrimonio duró hasta 1976, fecha en la que murió Ernst.
A través de este, Tanning empezó a frecuentar el círculo de los exilados parisinos en la ciudad americana, en la que conocería a Duchamp, Tanguy y Sage, entre otros, haciendo realidad ese sueño que había perseguido en vano en París. Breton formaba parte del círculo, pero su escaso conocimiento del francés le impedía participar activamente en las reuniones que este presidía; cosa por otro lado corriente entre las mujeres ligadas al grupo, que se dedicaban a escuchar y hablaban más bien poco, intimidadas por la formas autoritarias del pope.
Pese a todo y como ocurría con otras tantas mujeres ligadas al surrealismo, hablar poco no significaba ni mucho menos no tener qué decir: muy al contrario. Nacida en un lugar tan puritano como Illinois, siempre estuvo dispuesta a cultivar su fantasía con el apoyo de su madre, que impulsó las carreras artísticas y creativas de las hijas. A través de lecturas de autores como Oscar Wilde, Lewis Carroll o Hans Christian Andersen, Tanning había luchado desde niña contra lo claustrofóbico.
Quizás fuera esa pasión por la literatura la que, en las últimas décadas de su vida, lleva a la muy prolija creadora a compaginar la pintura con la poesía hasta muy poco antes de morir: en otoño del año pasado publicó su última obra, Coming of that. Por eso, porque no le gustaba ser recordada como una "pintura surrealista", algo que le hacía sentirse como "un fósil" -entre otras cosas, porque para ella el movimiento termina en los cincuenta; a partir de esa década hace obras de carácter más abstracto- nos gustaría recordarla como una maravillosa artista polifacética que, aunque nos haya dejado a los 101 años el último día del mes pasado, seguirá haciéndonos soñar: "Los sueños que uno lee en los libros están compuestos por símbolos conocidos, pero es lo extraño de los sueños lo que los distingue", escribió.

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