Negrín
Gabriel Jackson es un gran historiador norteamericano que se enamoró de España y a quien hace llorar nuestra historia, cuya herida civil más grave revivió en el documental Ciudadano Negrín que emitió anoche La 2 de TVE.
Ver llorar a una persona es algo muy serio. Jackson lloró cuando contó la determinación civil de Juan Negrín, el presidente del Gobierno de la República en guerra, de no desmayar en su servicio a la democracia en contra "del nazismo y del fascio" que se habían confabulado, ante la indiferencia de otras potencias democráticas europeas, para ayudar a que Franco triunfase en su aventura desleal.
Negrín daba, decía Jackson (en el documental aparece también su colega Ángel Viñas), "su cuerpo, su futuro", no tenía delante otro porvenir que la muerte o el exilio, pero en aquel momento, como millones de españoles, situaba su suerte en el mismo instante de su lucha. Y eso le resultaba al historiador tan emocionante que apoyó la mano en la cara, se volvió a un lado y lloró.
No es extraño que él llore rememorando, ni es extraño, no lo es, que uno abandone emocionado el último segundo de ese documental en el que Sigfrid Monleón, Carlos Álvarez e Imanol Uribe reconstruyen la figura de este médico canario a quien Azaña nombró primer ministro cuando ya la guerra había entrado en su devenir más espantoso.
Desde que Franco ganó, y antes, sobre Negrín cayó la ignominia, también la ignominia de los suyos, los socialistas, que en 1947 lo expulsaron, y sólo en 2009 el PSOE, a título póstumo (Negrín murió en París en 1956), le devolvió simbólicamente el carnet...
Ese acoso a Negrín fue, en España y luego en el exilio, en Inglaterra, en México y en Francia, verdaderamente sádico, como él definía la actitud de los fascistas. En una de sus cartas, leídas en el documental por Juan Diego Botto, este hombre campechano que crió con devoción a sus nietos Carmen y Juan explica "que algunos dicen que soy el hombre más difamado del siglo XX". La difamación ha durado hasta ahora; la película de su vida es un rasgo de devoción pero también de justicia. Como decía José Hierro en uno de sus poemas más hermosos, el telespectador no debe tener reparo en decir que él también estuvo a punto de llorar. Como lloró el historiador Gabriel Jackson.
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