Sequía fantasma en el poblado
Los vecinos de El Ventorro aseguran que el Canal les cortó el agua hace 21 días, pero la empresa lo niega- Los vecinos están a la espera de que la Comunidad inicie su realojo
A las cuatro de la mañana el agua paró de salir de los grifos. Los hombres dejaron el poblado y echaron a andar por la colina de escombros. Picaron el suelo siguiendo el curso de la manguera con la que desde hace 25 años robaban el agua de las tuberías del Canal de Isabel II. Pasaron la noche comprobando que no había fugas, buscaron una nueva llave de paso. Día 1 de la sequía.
Veintiún días después, las 70 familias de El Ventorro de la Puñalá, un asentamiento de infraviviendas en terrenos del distrito madrileño de Villaverde pero anexado a Perales del Río (Getafe), siguen sin poder beber, lavarse o fregar con agua corriente. Bañan a sus hijos en casa de familiares en las cuatro esquinas de Madrid, acumulan garrafas de agua mineral, los platos se apilan en barreños y los perros vigilan con la lengua fuera los grifos que lagrimean sobre cubos de plástico. "Para llenar un vaso tardo 10 minutos, con la gotina de nada que queda de la presión", explica una mujer en el poblado. Los vecinos acusan al Canal de Isabel II del corte. La empresa pública responsable del agua en la Comunidad niega todo: oficialmente no sabe de dónde sacan el agua en El Ventorro, dice no haber tocado una llave y asegura haber comprobado que ninguna avería en la zona causó la sequía. Deja flotar la sospecha de que el problema viene de alguna deficiencia provocada por el pinchazo de los vecinos a su red.
Getafe y Madrid, la Comunidad y el Canal se pasan las responsabilidades
En el poblado no se han quedado cruzados de brazos. Empezaron mandando cartas al Canal y avisaron a los trabajadores sociales de la Comunidad, pero pronto derivaron a protestas más contundentes. Han cortado ya tres veces la carretera frente a sus casas, la M-301 que une Getafe y San Martín de la Vega. El Ventorro no es un barrio ideal, tiene un punto inflamable. La tensión ha ido subiendo con los días. Hace dos noches, en el último corte de tráfico, algunos vecinos bloquearon el camino con neveras y lavadoras, con riesgo de causar un accidente."Estamos desesperados", reconoce César García, el patriarca de 50 años que actúa como portavoz de los vecinos. "Mi madre está con un cáncer, y no puede estar sin agua", se queja aplastándose con las manos la melena leonada, los ojos de un celeste tan intenso que parecen blancos. A la vulnerabilidad de la decena de enfermos del poblado se añade la de los niños. "No podemos ni lavar a los críos. Luego vienen los trabajadores sociales a decir que les dejamos hacer pellas, pero no los vamos a mandar con piojos", se planta una mujer con los brazos en jarras. Otra vecina que habla golpeándose la panza tras cada frase da su versión del problema: "Tendremos que lavarnos los bajos; si no, huele la maquinaria".
En Perales, liderados por Nicanor Briceño, histórico de los movimientos vecinales, se han levantado en apoyo del poblado. Piden responsabilidades al Ayuntamiento de Getafe, pero el Consistorio insiste en que no tiene competencias y apunta a la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid. En una nota del 11 de enero, la primera vez que los vecinos cortaron el tráfico, el Consistorio aseguró que estaba "realizando las gestiones necesarias, dentro de sus competencias". Tras 15 días, lo más cercano a una solución ha sido la oferta de Villaverde de un camión cisterna, que los vecinos rechazan.
El conflicto gana relevancia política. El portavoz de IU en la Asamblea de Madrid, Gregorio Gordo, ya ha pedido a la presidenta de la región, Esperanza Aguirre, que devuelva el suministro, y voces en la izquierda empiezan a sugerir que el conflicto puede anunciar problemas en un contexto en el que el Canal esté privatizado.
El Ventorro se formó hace 40 años con familias en su mayoría gitanas. Sobre los escombros fueron levantando viviendas. Los últimos inquilinos son marroquíes. Unas casas están ocupadas legalmente, con contratos y facturas de la luz; otras, no.
El poblado tiene los días contados. La Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid firmaron un convenio en 2008 para realojar a las 500 familias de los cuatro asentamientos chabolistas históricos: Las Mimbreras, El Cañaveral, Santa Catalina y El Ventorro. En un principio se habló de completar el proceso en 2011. Desde la Consejería de Vivienda explican que están en reuniones y que se espera que en 2012 todos los habitantes del poblado que cumplan los requisitos (estar empadronados y no poseer otra vivienda) tengan acceso a una nueva casa.
El Instituto de Realojamiento e Integración Social (IRIS) de la Comunidad pilota el proceso, pero insiste en que no deja de ser una competencia municipal. Por supuesto, asegura que de lo del agua ni idea. "Que nos den una casa ya", pide una mujer con unos enormes aros dorados en los que se columpia el conejo de Playboy, "pero que pongan mientras el agua".
"Estamos dispuestos a pagar lo que bebamos", dice Encarna, otra vecina. César propone que les coloquen un contador a la salida de la manguera pero en el Canal aseguran que, de descubrir qué ocurre, solucionar una ilegalidad tan prolongada no sería sencillo. Entre su poblado y la rotonda de entrada a Perales, a César le cabe todo el esquema de la red de agua en la cabeza: "Por ahí pasa una tubería, por ahí otra". Para hacer más hiriente la situación, una banderola a 200 metros marca una paradoja. César llega hasta a ella caminando por el carril bici, seguido por un grupo de 10 mujeres. Señala la bandera: a sus pies brota agua. "Por ahí es por donde va la tubería del Canal. Se les ha roto. ¿No sería mejor darnos a nosotros esa agua?".
El IRIS, los Ayuntamientos de Madrid y Getafe, el Canal de Isabel II... Todos asisten a la sequía de El Ventorro pasándose las responsabilidades. "A mí me da igual quién lo resuelva. Es verdad que robamos, pero ahora estamos dispuestos a pagar", promete César. "¿Cuál es el problema? Que con nosotros, como somos quienes somos, todo el mundo hace lo mismo". Para representar qué es eso que hacen con ellos, se arremanga, da una palmada y, sin agua, finge que se lava las manos.
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