La semana
Con lo que ha llovido, creí estar ya curada de espantos respecto a la corrupción y el choriceo. Pensé que lo había visto todo y que ya no habría mangante que me pudiera impresionar. Pero la vida, ya se sabe, es una pura sorpresa, y esta semana hemos vuelto a romper los récords de lo alucinante. Lo de Javier Guerrero, responsable de Trabajo de la Junta de Andalucía durante nueve años, manejando a su antojo un fondo público de 647 millones para empresas en crisis y gastándose (supuestamente) con su chófer 900.000 euros de dos subvenciones en "cocaína, fiestas y copas", ha conseguido poner la política nacional al subnivel de las películas de Torrente. Mucha coca, mucha fiesta y mucha copa tenían que ser para ese dineral, hasta el punto de que no sé cómo le daba tiempo a ir al trabajo. ¿Y nadie advirtió semejante frenesí durante nueve años?
Pero si Guerrero se lleva la palma de la (supuesta) horterada apandadora, Urdangarin gana cum laude en la categoría corazón de piedra cuando su colaborador Tejeiro le pregunta en un correo si, "una vez desahuciada la inquilina, le ponemos demanda para cobrar las rentas que debe. Está localizada y se le puede embargar parte del sueldo (...) Yo lo intentaría, son unos 9.000 euros"; y el duque contesta con un escueto: "OK". No sé a quién desahuciaron, y no dudo que tuvieran derecho legal a hacerlo. Pero que tipos que (supuestamente) andan birlando millones y que viven en una altiva vida rutilante, sean tan miserables como para embargar el sueldo a quien acaban de echar a la calle y se ensañen en cobrar una deuda de 9.000 euros, una menudencia para ellos pero que para esa mujer será como arrancarle la piel, es algo que me deja asqueada y desconsolada. Si esto sigue empeorando, da miedo pensar qué abismos de indignidad podremos alcanzar la próxima semana.
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