¿Cine en el museo?
Parece fácil de contestar: cuando preguntan si el cine debe entrar a los museos los cinéfilos decimos que claro, sobre todo si al museo -en teoría, of course- entran las "auténticas" obras de arte. Por eso se toma el MOMA como ejemplo -desde muy pronto incluyó al cine entre las artes a exponer. Pero el MOMA es excepcional: el cine suele tener allí su lugar de honor en el sitio que le corresponde, la sala de proyecciones. Nunca se trocea ni se salpica entre las esculturas o las pinturas; nunca se usa como el "relleno" que ilustra las "grandes" formas de arte que, con ese modo de exhibir lo filmado, terminan por seguir pareciendo las auténticas protagonistas: ahí está el cine vulnerado y hecho pedazos. Un instrumento para el discurso del comisario.
La fórmula, tristemente extendida, de intercalar fragmentos de películas en las salas, fue la elegida en una exposición de finales del XX en el Museo Judío neoyorquino, si bien allí la cosa no era tan grave al tener el proyecto un matiz casi documental. En la exposición sobre el doctor Freud se colocaron monitores con secuencias de cine clásico donde se apelaba a cuestiones psicoanalíticas. Gentes disfuncionales, divanes, manicomios versus divanes, psicópatas, psicóticos, sueños, interpretaciones de sueños... han salpicado el cine de Hollywood, quién sabe si porque el cine es en sí mismo, como dijeran Baudry y Metz, un mecanismo muy semejante al del sueño. El cine discurre visualmente, como el inconsciente, y propicia un doble espacio, el de la pantalla y el de la sala, que divide al espectador en dos mientras dura la película y que proporciona sobre todo un placer inmenso, el de las identificaciones o las condensaciones sin peligro, igual que cuando soñamos -y sabemos que soñamos- podemos degustar la caída por el precipicio.
Por eso el cine en el cine nos fascina y el cine en el ordenador o la pantalla casera nos entretiene. Por eso para ir de verdad al cine hay que ir hasta el cine, pagar la entrada, esperar en la oscuridad, mezclarse con el resto de cuerpos que quieren diluirse en la experiencia de identificación no con los personajes, dice Baudry, sino con nosotros mismos como acto puro de percepción. Más importante aún: las películas tienen un principio y un fin que hay que respetar, que no debería vulnerarse porque ir al cine no es sólo ver la película. La esencia de ese tipo de obra es el transcurso, una unidad idéntica a la del David de Miguel Ángel. ¿Cómo verían ustedes que se exhibiera solo su hipnótico trasero? Fatal, ¿verdad? Pues a mí me pasa lo mismo con esa manía de poner fragmentos de películas como mero acompañamiento o incluso películas enteras que van pasando en las salas de los museos sin que nadie las mire en realidad. Es cierto que los surrealistas decían que al cine había que ir sin orden y comer una vez dentro, pero me parece una falta de respeto hacia el director usar su trabajo como contextualización de las "grandes obras".
Tal vez el cine exige un tiempo que falta en el museo y pone sobre el tapete el problema mismo del vídeo. ¿Cómo ver vídeo? Entrar a la mitad y verlo luego en sentido inverso no me parece solución, con lo cual me quedo con la muy consolidada propuesta del Whitney: poner horarios de pases en la entrada. Así que ni monitores solitarios ni pelis descuartizadas -el cine tiene una entidad más allá del contexto. Que el cine entre al museo, pero no a cualquier precio. Hay que quebrarse sobre todo la cabeza para resolver el problema de cómo "exponerlo": lo propuesto hasta ahora, de verdad, no funciona.
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