"No tuve sensación de cometer un crimen"
El 14 de abril de 1971, Vicente Torres salió de su casa en un día de niebla espesa para empezar como voluntario su mili. Una mili que le ha perseguido durante toda su vida. Una mili que espera poder arrinconar en alguna esquina recóndita de su memoria con la publicación de su historia.
Son muchos los compañeros de luchas, los vecinos de Benimamet y los alumnos de sus clases de urbanismo en la Universidad Politécnica de Valencia que se sorprenderán al conocer el episodio del fusilamiento en el que participó. A Vicente, de 61 años, se le conoce por su activismo, porque siempre está dispuesto a sujetar una pancarta para apoyar alguna protesta vecinal, alguna manifestación ecologista. Pocos saben que con 21 años participó en la última ejecución de un soldado por parte del Ejército franquista.
"Yo no me sentía culpable. Me tocó a mí como le podía haber tocado a cualquier otro"
Pregunta. Si pudiera rebobinar, ¿qué haría?, ¿volvería a actuar del mismo modo?
Respuesta. Sí, haría lo mismo. Mi visión del mundo es la misma. ¿Qué podía hacer? No podía salirme; el oficial al mando iba sellando todas las alternativas. Éramos un instrumento, una máquina. Eso iba a pasar hiciéramos lo que hiciéramos; no había margen.
Vicente Torres lleva cuarenta años cargando con el peso de aquel episodio, sometido a un tira y afloja interior, atrapado entre la necesidad de contarlo y la de no remover las cosas más de lo necesario. Nunca contó con la coartada mental de otros de sus compañeros de pelotón, que al menos pensaban que habían hecho lo justo, ajusticiar a un asesino. Torres ya era por aquel entonces un militante de la izquierda revolucionaria. Decidió presentarse voluntario a la mili para evitar que le destinaran al Sáhara o a Melilla. Así podía elegir destino, a 500 metros de su casa, el cuartel de Paterna. Interrumpió sus estudios de ciencias económicas para, con 21 años, apurando el límite, presentarse como voluntario. "Además, la gente de izquierdas que creíamos en la revolución teníamos que aprender a manejar las armas", cuenta en su casa de Benimamet, Valencia, para sumar una explicación adicional al hecho de por qué se presentó voluntario. "Yo nunca he utilizado la violencia, pero veíamos una dictadura y no sabíamos si en algún momento habría que recurrir a una insurrección, eso pensábamos en aquel entonces", cuenta.
Torres es hoy doctor en Economía y profesor asociado de la Universidad Politécnica de Valencia, donde imparte clases de urbanismo. También ejerce de consultor en temas de medio ambiente urbano. Tras acabar su mili, trabajó durante 20 años como administrativo, vivió en Francia, en Inglaterra. En 1992 encaró el doctorado. Tras militar en la izquierda revolucionaria y formar parte, entre otros, del Front Obrer de Catalunya, fue sindicalista "protestón" y activo miembro del movimiento ecologista. Una de sus últimas batallas fue contra la implantación del AVE. Cree en el desarrollo sostenible. Siempre fue rojo. Participar en aquel fusilamiento del franquismo le generó una herida que aún hoy sigue abierta.
Empezó a airear su historia en cenas de amigos. Un joven de Gandía que preparaba un documental sobre la muerte de Pedro Martínez Expósito llegó hasta él a finales de los años noventa y le grabó una entrevista en vídeo. Aquel documental quedó circunscrito a circuitos alternativos de cortometrajes y con él, la historia de Torres.
Años más tarde, el joven documentalista Doménech Boronat participó en un taller en Gandía que impartía el escritor y cineasta Javier Maqua, y le pasó el documental; material que este último utilizó para su novela Fusilamiento. Instrucciones de uso. Aquello acrecentó aún más la frustración de Torres: necesitaba contar bien su historia de una vez para siempre, tal y como ocurrió.
Primero la escribió para sus amigos, para que la conocieran de primera mano, contada por él, sin ficciones mezcladas con realidades. Eso fue en 2005, tras descubrir por sorpresa que Maqua había utilizado sus testimonios para la novela.
Pero contárselo solo a los más cercanos no fue suficiente. Necesitaba narrar su historia al mundo para desprenderse de ella, para que se convirtiera en parte de la memoria histórica, no solo de su atormentada memoria. De ahí que se acercara a un periodista de este diario para contarle su historia, auténtica, sin tapujos, al completo.
Torres se siente incómodo con el hecho de ser el protagonista del reportaje. "Lo importante es lo que pasó con el chico. Él fue un verdugo, pero también una víctima de la sociedad en la que vivía".
Pedro Martínez Expósito fue condenado a la pena capital por un consejo de guerra celebrado en Valencia el 2 de diciembre de 1971. Estando de permiso en Gandía, el soldado entró a robar en una vivienda y se llevó 347 pesetas. Quería ir al baile. En su camino se interpuso la propietaria de la casa. La mató con una azada. También se encontraba en el domicilio la hija, de 16 años, que corrió idéntica suerte. El abogado del recluta intentó que los jueces tuvieran en cuenta que se trataba de un joven con las capacidades mentales disminuidas. No sirvió de nada. "Lo que había hecho era una animalada", comenta Torres, "pero lo había hecho por un entorno social, por un entorno personal. En realidad yo le veía como una víctima del sistema en el que vivía, no había que matarle por ello". Fue el último soldado fusilado en España. Después de él, en 1974, fueron ejecutados Salvador Puig Antich y Heinz Ches; y ya en 1975 se produjeron los últimos fusilamientos de miembros de ETA y del FRAP. Pero en esos casos ya no era el Ejército el que fusilaba, sino la policía armada y la Guardia Civil, según explica el propio Torres.
P. ¿Cómo vivió el resto de la mili después de la ejecución? ¿En algún momento llegó a sentirse culpable?
R. Yo no tuve sensación de haber cometido un crimen. Tenía la sensación de que había vivido un crimen. Yo no me sentía culpable. Era una putada haber tenido que participar en aquello, pero se trataba de un hecho objetivo que iba a ocurrir conmigo o sin mí. Me tocó a mí como le podía haber tocado a otro. Tal vez sea una manera muy personal de vivir las cosas, o muy defensiva, pero es mi carácter: lo que es inevitable, procuro que no me amargue; y dedico mis esfuerzos a aquello que puedo evitar.
P. Cuenta usted en su texto que podría haber alegado enfermedad para no participar en aquello, ¿por qué no recurrió a esa fórmula?
R. Es difícil de averiguar. Me podría haber escaqueado, pero tampoco iba con mi carácter. O la montaba o lo asumía. Y si no me tocaba a mí le iba a tocar a otro.
P. Usted menciona en su texto opciones que le hubieran permitido escapar a ese momento y sin embargo no escogió aquellos caminos. Podría haber disparado al aire, pero al final optó por no hacerlo. ¿Por qué?
R. Nunca me lo he planteado. El hecho tenía que pasar. Lo único que podía hacer era librarme yo de estar allí en medio. Para mí lo grave es lo que le pasaba a ese chico. Lo que me pasara a mí no tenía importancia. En el último momento pensé qué podía a hacer por él. Pues mira, que no sufra. Yo sabía lo que ocurría en España. Sabía que el régimen mataba y que le tocaba ejecutarlo a gente que lo hacía obligada. Eso era lo monstruoso del sistema: el Ejército recurría a una serie de ritos y procedimientos que convertían a las personas en máquinas obedientes que habían de cumplir al pie de la letra los reglamentos; si se salían, lo iban a pagar caro.
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