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EXTRAVÍOS
Columna
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Paloma

Apurado por la insidiosa inquisición de un alumno resabiado, que le exigía una explicación científica de la Belleza; o sea: el desmenuzamiento de esta mayúscula incógnita en una serie de baratijas minúsculas, asequibles sin esfuerzo, un profesor de Estética, como toda respuesta, tuvo la genial ocurrencia de traerse bajo el portante una hermosa paloma blanca y soltarla, sin más, en el aula, provocando con ello el general alborozo de los asistentes y hasta, quizás, dando que pensar a algún discípulo aventajado. Esta anécdota, de graciosa enjundia, la protagonizó Jordi Llovet (Barcelona, 1947), según él mismo nos cuenta en su libro Adiós a la universidad. El eclipse de las Humanidades (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), lo mejor que he podido leer sobre el fatal declive de esta venerable institución, que, tras diez siglos de existencia, nosotros estamos a punto de destruir.

Aunque el profesor Llovet alega no haber perdido del todo el impulso jovial de la infancia para esta iluminación didáctica colombófila, a mí me recordó también, por una parte, la acción mágica de un prestidigitador sacándose un conejo de la chistera, o, por otra, el cuadro del pintor británico Joseph Wright de Derby (1734-1797), titulado Experimento con un ave en la bomba de aire, en el que este soberbio tenebrista, fascinado por la física recreativa, representa a un científico, con aspecto e ínfulas de mago, provocando la fascinación y el terror de una pequeña audiencia familiar al mostrarles el efecto del vacío. Esta asociación entre magia y magisterio puede que tenga algún nexo etimológico, pues ambos términos se refieren a la facultad para sacar un provecho extraordinario de algo o de alguien, transformando su respectivo ser original con una mejor dote. Pienso, por ejemplo, en el adverbio latino magis, que significa "más", como la "autoridad" del autor también procede, por su parte, del verbo latino augeo, que significa "acrecentar", "aumentar". En cualquier caso, el gran maestro ha de tener su magia: la de abrir la mente de sus alumnos a la comprensión de la volátil realidad.

La paloma blanca del profesor Llovet ha remontado su vuelo para otear no solo el programado descrédito de la enseñanza universitaria, sino, cobrando cada vez más altura de miras, el deterioro general con que se gestiona hoy la transmisión regulada del saber, la ancestral paideia, que era y debería seguir siendo mucho más que una mera información para desenvolverse con soltura entre las locuras del día. Por lo demás, tiene razón Llovet que la herida que más supura en este destrozo es la de las humanidades, precisamente las ciencias que permiten al ciudadano conocerse y explicarse. De todas formas, aquí y ahora, ni quiero, ni puedo adentrarme en los muchos datos y razones, que aduce en su libro este profesor escamado. Solo destacaré un par de cosas: la primera, que Adiós a la universidad es un ensayo autobiográfico, el testimonio de una experiencia personal; la segunda, todo lo grave que sea su contenido, que está escrito, en efecto, de forma alada, con una bella y precisa combinación de melancolía y humor. En definitiva: que esta paloma del profesor Llovet, maestro y mago, no es, como me esfuerzo en explicar cada año a mis propios alumnos, la de la Paz, sino, dejándoles atónitos, más bien la del Espíritu Santo.

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