Mil millones (para empezar)
Más que el año parece que lo que estamos iniciando es una era, y no precisamente nueva. Señales de retroceso no faltan, y tal parece que la famosa caja de los cambios prometidos en campaña solo tiene marcha atrás. Escribo en pleno estado de shock social, cuando ni siquiera se nos explica con claridad si ha tenido que intervenir o no la patrulla rescate del Tesoro público. Aunque en el fondo tanto da, porque ahora lo que tenemos encima es el hachazo, y el llanto, y el crujir de dientes. Debe ser el precio a pagar por haber hecho oídos sordos, o haber olvidado, que hace años que las mentes más lúcidas ya nos venían advirtiendo contra la política de burbujas, la ineptitud, el despilfarro y la depredación. Vergüenza nos debería dar la necesidad de recurrir a la moviola. Y un infinito sonrojo el eco de aquellas fanfarronadas calurosa y largamente aplaudidas: "Somos imbatibles, somos los mejores" (Camps en Palma, durante la última primavera, en la convención del PP). Luego vino el discurso de dimisión cuando el agua ya nos llegaba al cuello, pero no por ello iba a resultar menos ornamentado con arabescos como dignidad y orgullo, prosperidad, grandeza, proyección y fuerza... rematados con que "este es el mejor territorio, esta es la más grande comunidad de España y la mejor región de Europa". La primera, desde luego: en deudas, en bancarrota, a la que más aprietan el cinturón.
En plena depresión poselectoral escrutábamos los resultados en las circunscripciones valencianas, y buscábamos consuelo concluyendo que el 61% de la población con derecho a voto nunca ha otorgado su confianza al PP. Y que de todas las gentes mayores de edad con que te puedes cruzar por la calle, solo tres de cada diez han apostado por Rajoy en las urnas. También se nos dice que este es un país que mayoritariamente sigue posicionándose en el centroizquierda sociológico. Pero... ¿de dónde salió entonces ese millón doscientos mil votos azules de las elecciones autonómicas? ¿Y el millón cuatrocientos mil de las generales? Está claro: de la acción de todos esos sufragios amén de la omisión de otros muchos.
Y no será que no había ya facturas guardadas en los cajones; no se dirá que no habíamos visto la foto del ferrari, que no cantaban pestilencias en sumarios diversos los asuntos relacionados con Fabra, Ortiz, Emarsa, Urdangarin, Alperi, Brugal, Castedo, Gürtel..., que no veíamos cómo se enterraban enormes presupuestos en radiotelevisiones manipuladoras, falsas cooperaciones internacionales, aeropuertos peatonales, ciudades con más sombras que luces, maquetas calatraveñas de luxe, circuitos y veleros... Y como banda sonora, el crujido que hacían las cajas (saqueadas por sueldos y créditos de escándalo por inversiones partidistas) a punto de derrumbarse sobre nuestras crismas. En fin, que ojalá al menos los Reyes o El Niño hayan acertado hoy en su mágica visita. Y que, dentro de lo que cabe, tengamos una feliz nueva-vieja era. Carpe diem.
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