El Parterre del Retiro, patas arriba
Las obras para instalar un nuevo riego dejan una imagen insólita en el parque
El Parterre, el jardín neoclásico más singular del parque del Retiro, parece hoy un campo de batalla. Casi cuatro meses de obras para sustituir sus setos de boj e instalar un nuevo sistema de riego han transformado profundamente la traza neoclásica de este enclave histórico, situado frente al Casón del Buen Retiro. Fuentes de Patrimonio Verde aseguran, sin embargo, que se trata de meras obras rutinarias de mantenimiento.
Sus múltiples paseos de arena entre árboles de un verdor oscuro y fresco, con dos bellísimos estanques y sendas fuentes de alabastro, componen uno de los escenarios madrileños más amenos. Se ve transitado a diario por centenares de visitantes que acceden desde el Museo del Prado por la puerta de Mariana de Neoburgo, la más bella de todo el parque. Fue esta reina la última esposa de Felipe IV, el monarca que fundó el parque en el arranque del siglo XVII.
Buena parte de los plantíos han sido desenraizados por una retroexcavadora
Otras obras iniciadas hace dos años quedaron detenidas y sin culminar
La arboleda de este jardín incluye hasta seis ejemplares centenarios
En la superficie de dos hectáreas habita un ciprés calvo plantado en 1630
En la soleada superficie de dos hectáreas del Parterre del Retiro, hoy desventrada por las obras en curso, viven hasta seis árboles centenarios. Destaca entre todos el ciprés calvo o ahuehuete, plantado allí en 1630. Tan grande era la copa de este árbol, Taxodium mucronatum, que los soldados de Napoleón, invasores de Madrid en 1808, pudieron instalar una pieza artillera en su frondoso ramaje.
A un centenar de metros del más veterano de los árboles madrileños crece un magnolio de dimensiones grandiosas, con destellantes hojas que abaten las ramas hasta el suelo. Cerca del magnolio, dos cedros de casi 20 metros de alzada protegen bajo sus prietas copas a decenas de aves. No obstante, nadie, a excepción de jardineros veteranos, parece poner reparos a que en las inmediaciones del contorno radicular de tan singulares árboles trote a diario una retroexcavadora de considerable tonelaje: buena parte de los plantíos del Parterre han sido desenraizados por esta y otras máquinas para sustituir más de un millar de unidades de Buxus sempervirens que los tapizaba con otros arbustos.
Los operarios que faenan en este jardín histórico, adscritos a una unidad temporal de empleo (UTE) formada por las compañías Urbasser y Ampi, han decidido colocar los materiales de construcción de la obra dentro de cercas que rodean otra de las maravillas vegetales en presencia: los cipreses coliflor, arbustos de la familia de los Cupresus sempervirens que, tras ser podados durante décadas, dejaron de serlo para pasar a crecer como árboles adoptando sus troncos caprichosas y atormentadas formas. Con sus bellísimas copas color verde-musgo, estos árboles han visto trepar por sus retorcidos fustes a miles de niños. Tampoco parecen inquietar a los responsables de la obra los daños que ha de estar recibiendo una fuente de alabastro, con peces y angelotes labrados a cincel, que data del siglo XVII. Posee un fontín gemelo, restaurado con mármol portugués, al otro lado del frontal del jardín. La fuente languidece hoy, seca, oculta bajo un andamiaje que la ha llenado de polvo y cascotes del ladrillo que forra con un enorme peto murado el ábside del jardín.
Un viejo proyecto, desechado hace década y media, perseguía tapizar este murallón de ladrillo visto con un bastidor de madera a modo de celosía, para ser retapizado con alguna planta trepadora. En su día, había estado cubierto de vegetación, pero una sospecha -que resultó infundada- sobre la presencia del hongo Seidirium cardinale, provocó la extirpación de aquel primitivo tapiz vegetal. Hoy no se sabe si aquel proyecto será o no aplicado, pero es un hecho que tal paredón pide mejor ornato que la desnudez que ahora lo viste, ante la mirada de miles de visitantes.
El Parterre del Retiro, en su esquema actual, fue trazado con criterio versallesco por el jardinero francés Robert de Cotte en 1720. Por encargo de Felipe V, primer rey Borbón, su idea era la de prolongar el eje del palacio del Buen Retiro, donde hoy se conserva el Casón, hasta las inmediaciones del Estanque Grande, con un punto de fuga en el horizonte, al gusto palaciego francés.
No obstante, el jardín neoclásico fue erigido sobre un asentamiento barroco previo, formado por una arboleda surcada por ocho calles cubiertas de pámpanos y vegetación variada. Un llamado Estanque Ochavado que remataba aquella arboleda en su confín, permanece hoy desmantelado. Otras obras, emprendidas allí hace unos dos años, quedaron detenidas sin culminar al descubrirse bajo su cota la traza arqueológica original. Una alambrada metálica sella el acceso al lugar.
Cuatro siglos después del origen del parque, los responsables de la Concejalía de Medio Ambiente -que han remozado con mejor fortuna otros enclaves del Retiro-, dada la maquinaria desplegada y de su modo de faenar en el Parterre, no aparentan mostrar la sensibilidad que tan histórico jardín demanda.
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